Las fotografías de los jóvenes haitianos muestran el orgullo y la belleza de una tierra donde luchar es la norma.
Las edades de los estudiantes de fotografía haitianos va de los 14 a los treinta y tantos años; provienen de todos los rincones del país y tienen todo tipo de antecedentes. Su mandato es tan simple que raya en lo radical: mostrarle Haití al mundo como casi nunca se ha visto, como ellos lo ven. No sólo como un país de desastres, de conmociones, temblores y réplicas de temblores, sino como un lugar retratado con luz de sol y un mar resplandeciente, un lugar que cobra nitidez por un niño en un uniforme escolar impecable, avivado por la música y la aparente erupción espontánea de bailarines que tocan trompetas de bambú entre la neblina durante una fiesta callejera. Un lugar de orgullo y posibilidades.
?Eso es bueno, porque los haitianos ya estamos cansados de ver en los periódicos extranjeros historias sobre lo indefensos que estamos ?me dijo Junior St. Vil, mi traductor y asesor de viaje, embarcado en una licenciatura en derecho?. Hay tanta belleza aquí, tanto poder?. St. Vil me sugirió que visitara a un sacerdote vudú, o houngan, en Arcahaie, un poblado costero a unos 40 kilómetros de Puerto Príncipe. ?Tiene el templo más elaborado de todo Haití. Y creo que es un hombre impresionante?, me aseguró St. Vil.
Llegué al templo en una sofocante tarde de mediados de agosto. Un asistente me explicó que el sacerdote estaba cansado, que había pasado la noche en vela haciendo un servicio telepático para un cliente en Miami. Sin embargo, el hombre venerado, que me pidió no dar su nombre, surgió de un cuarto del templo con una boina de lana negra, una playera de poliéster con estampado de leopardo, pantalones cortos de surfista y una cadena de oro.
?¿Eres uno de esos que está de acuerdo con que los haitianos no son capaces de encargarse de sus propios asuntos? ?me preguntó? ¿Que somos niños que necesitan supervisión??. Hablaba lentamente y sin emoción, a la manera de alguien que no está acostumbrado a que lo contradigan y mucho menos que lo supervisen. El aroma del perfume recién ofrecido a los espíritus vudú flotaba en el aire. Charcos de cera de velas salpicaban las manchas de harina ?complicadas invocaciones a los espíritus llamados vèvès? en el centro del suelo del templo.
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El vudú reconoce la existencia de un dios supremo, Bondye, que es la forma criolla de Bon Dieu (Buen Dios), pero le deja la mayoría de las tareas pesadas de todos los días ?éxito en los negocios, felicidad en el amor? a veintenas de espíritus, o lwas, manifestaciones de Bondye. La mayoría fue tomada en préstamo de los panteones congoleses y de África occidental, y los hicieron coincidir con los santos católicos romanos. El vudú se originó como la religión de los esclavos de la isla y se mantuvo profundamente arraigado en la cultura de los descendientes de esos esclavos?, en otras palabras, casi en todos.
Una religión ubicua que los extranjeros encuentran difícil de entender e imposible de controlar es una amenaza para aquellos que esperan tener poder total. Cuando los amos coloniales franceses trataron de suprimirlo en los siglos XVII y XVIII, la práctica se volvió clandestina. Después de que el país obtuviera su independencia en 1804, la élite haitiana hizo todo lo que pudo para erradicar el vudú, que volvió a ser clandestino. De 1915 a 1934, cuando Estados Unidos ocupó Haití, los marines estadounidenses destruyeron templos vudú, confiscaron los tambores sagrados y la religión volvió a ser clandestina.
Hoy día, el vudú es visible en todas partes: en los patios y en los hogares privados hay altares dedicados a los espíritus vudú. Secciones enteras del Mercado de Hierro en Puerto Príncipe están dedicadas a las pócimas vudú, al arte vudú y las cubetas con tortugas vivas: ?mascotas vudú?, me explicó un vendedor. Aunque su sola existencia es prueba de su poder para resistir, el vudú todavía se siente sigiloso y escurridizo.
?No, no necesitamos promesas de ayuda externa ?me dijo el sacerdote mientras gesticulaba en dirección al templo?. Este templo fue construido y decorado completamente por la comunidad, de manera voluntaria. El espíritu de Haití no se puede destruir. Ni el peor de los desastres nos puede erradicar?.
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