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Iguazú, sendero de cataratas

Agua Grande en guaraní: no hay mejor explicación para esta caída de agua

Uno se acerca a la orilla del río Iguazú con la idea de experimentar un tiempo místico, pero primero habrá que discutir con diferentes grupos de coatíes (especie de mamíferos omnívoros) por la comida que saquean de nuestras mochilas.

No estamos solos en esto: muchos turistas se encuentran en el mismo estatus de negociación. Después podremos ver de cerca el desplome literal de miles de centímetros cúbicos de agua por segundo, desde 80 metros de altitud, repartidos hasta en 260 saltos de agua de diferentes formas, fuerza y plástica. 

Brasil, Argentina y Paraguay son los guardianes de este rincón de cataratas, aunque los primeros dos son los que realmente se llevan la mejor parte del regalo.

Del lado brasileño se obtienen las mejores vistas del paisaje, pero el internamiento total al escenario se obtiene a través de territorio argentino.

No hay que elegir uno en particular, sino recorrer ambos lados del río y vivir la misma emoción de silencio agolpado en nuestro interior, que tal vez vivió el propio Núñez Cabeza de Vaca hace 450 años, al ver el estallido de cientos de caídas de agua cuando se dedicaba a explorar el río Paraná.

Él fue el primer europeo en explorar estas tierras.

El centro de todas las miradas y sensaciones de las Cataratas de Iguazú, es la Garganta del Diablo: un desnivel en forma de herradura de 120 metros de longitud, con una estrepitosa caída de 80 metros de altura.

Parece que cae por segundo toda el agua existente en el mundo y con una fuerza que no termina de cansarse desde hace 200 mil años, cuando una falla geológica creó este excéntrico paraíso.

Las vistas a la Garganta prácticamente son de 360 grados. Del lado argentino se construyó un camino que va por encima de las aguas y se aso- ma de cara al precipicio total.

Por un costado se puede ver el río, que viaja en absoluta calma, con total desconocimien- to de lo que acontecerá pocos segundos después, acto quepresenciaremos al asomarnos por el otro extremo del camino.

Desde Brasil es posible navegar por esas aguas aún pacíficas, o bien bajar y admirar, a pocos metros de distancia, el aterrizaje de toda esa agua que se desploma.

También existen rutas en helicóptero, aunque es una versión un poco invasora, y los vencejos ?aves que entran y salen de las cataratas como si se tratara de una ducha común? no están satisfechos con esos vuelos artificiales.

Cuando uno vuelve al mundo normal, donde no es habitual que caiga un universo de agua en un mismo instante y en un mismo sitio, habrá que recordar que faltan por ver otras doscientas cataratas más.

Para ello hay un balcón a lo largo de la ribera brasileña, mejorando aún más el paisaje visto pasos atrás.

No debemos sentirnos mal si tomamos cada vez más fotos: todos salimos con las tarjetas de memoria saciadas de paisajes, aunque habrá que pensar nuevamente en aquellos coatíes, dispuestos ahora a quedarse con la tarjeta e, incluso, con la cámara. 

Del lado argentino las pasarelas se internan y permiten pasear con confianza por decenas de cataratas, pero si la emoción requiere otro aliciente, se puede tomar un gomero, que es una embarcación donde una docena de personas viajarán hasta llegar a los pies de las caídas de San Martín y Dos Mosqueteros, donde el agua se precipita desde 40 metros de altura con tal fuerza que quizá el corazón decida regresar antes al embarcadero.

Además del espectáculo constante de las propias cataratas,  hay varios temas en el menú de actividades: a las puertas de la Reserva Natural de Brasil se ubica un santuario ecológico llamado Parque das Aves, habitado por plumíferos de la región y de otros paralelos, desde papagayos, tucanes o flamingos.

Para recorrer las ciudades cercanas, se presentan dos opciones: Foz de Iguazú (Brasil), con más de 300 mil habitantes y la variada actividad de una metrópoli de esas dimensiones, o Puerto Iguazú (Argentina), ideal para quienes prefieren disfrutar poblados de 30 mil personas y buenos cortes argentinos y, por qué no, un buen mate, acompañados de una paz total.

Pocos kilómetros río abajo, en la frontera de Brasil y Paraguay,  se ubica Itaipú, la mayor hidroeléctrica del mundo hasta antes que China se hiciera del primer puesto.

Si hay luna llena, debemos acercarnos, sin dudarlo, a las cascadas del lado argentino y admirar la mencionada Garganta del Diablo, morada de la enorme serpiente Boi, según la leyenda guaraní, para observar un escenario único en el mundo, iluminado con una luz tenue que intenta suavizar el estrépito de toda esa agua y enmarcar, al mismo tiempo, ese festín que la naturaleza se da en plenas selvas sudamericanas.

National Geographic

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