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En tren por Tanzania

Un trayecto de más de 1,200 kilómetros, bajo un sol rojizo.

El vagón se balancea suavemente, la ventana golpetea. Medio dormido, uno se pregunta dónde se encuentra, para después arrullarse nuevamente al ritmo de «tatan tatan». Una vez que uno se ha acostumbrado al pobre compartimento y al ambiente atemporal de la excursión, el viaje en Ferrocarriles de Tanzania empieza a ser un auténtico placer.

Tres días antes, en la estación de Mwanza, en la orilla sur del lago Victoria. Todavía está oscuro. Una monstruosa locomotora azul-amarillo traquetea por la vía. Un hombre nos asigna el compartimento en el vagón 1.173. Nada evoca el encanto poscolonial que habíamos esperado. En lugar de ello hay tablas de madera aglomerada con revestimientos postsocialistas y un asiento desgastado cubierto por una funda plástica roja. Un lavabo minúsculo y una ventana que no permite tener una vista amplia del paisaje.

El vagón restaurante: mesas plegables, dibujos de los años 70, ventiladores negros llenos de grasa en el techo. Los asientos de las clases segunda y tercera se van llenando. Bolsas y sacos obstruyen el camino. Caras cansadas que se vuelven asombradas. Niños que nos miran fijamente: ¡musungu, musungu! – ¡un blanco!

Delante de nosotros nos esperan 1,200 kilómetros atravesando Tanzania, un país que con sus 945,000 kilómetros cuadrados es casi dos veces más grande que España. Nos despedimos del lago Victoria, el tercer lago más grande del mundo, cinco veces más grande que el lago de Maracaibo en Venezuela. Frente a Mwanza, en el centro del puerto, se yergue la Roca Bismarck, que muchos tanzanos siguen llamando así, casi 100 años después del fin de la era colonial alemana en África Oriental.

Después de dejar atrás las rocas de granito, el tren serpentea por el estrecho trazado hasta que el paisaje se hace más plano y los «kopjes» se pierden en la lejanía. «Kopjes» es una palabra del Afrikaans que significa «pequeñas cabezas». Estas rocas, sin embargo, a veces tienen el tamaño de una casa unifamiliar. Algunas se parecen efectivamente a cabezas, otras a huevos depositados arbitrariamente en el paisaje por pájaros gigantes.El camarero del vagón restaurante lleva al compartimento termos con café instantáneo muy caliente. Van pasando aldeas y chozas cubiertas de paja. Varios niños nos saludan con la mano, salen a correr y tratan de seguir la gigantesca serpiente que echa humo y resolla, una escena que se repite en casi cada pueblo y casi después de cada parada.

Llegamos a Tabora. Esta ciudad es el nudo ferroviario de la ruta este-oeste y la de la comunicación con el norte. Los ingleses mandaron construir este tramo, una obra que concluyó a finales de la década de los 20. La potencia colonial alemana construyó el tramo de más de 1,250 kilómetros entre Dar es-Salam y Kigoma, a orillas del lago Tanganica.

Ya hemos recorrido casi un tercio de la ruta. Pensamos que así vamos a llegar a Dar es-Salam mucho antes de lo que temíamos. Sin embargo, media hora más tarde seguimos parados en la estación. Entre los pasajeros crece la inquietud: la locomotora ha desaparecido.

Cientos de personas están tendidas en el suelo de la estación, debajo de un gran tejado. Hay niños gritando. Del altavoz de la estación sale música a todo volumen, interrumpida por noticias de la Deutsche Welle, la emisora internacional de Alemania. Vendedores ambulantes ofrecen pan blanco, agua, brochetas de carne asada y libros. Otros descargan sacos de harina o azúcar. Seguramente, el viaje se va a reanudar en cualquier momento.

El paseo en imágenes (Fotogalería)

Se pone el sol. La oscuridad va envolviendo el escenario. También en el tren se apaga la luz por unos momentos. La gente anda de un lado para otro llamando por teléfono. Aquí, todo el mundo tiene uno o dos celulares. Nadie da la impresión de estar inquieto o impaciente. El camarero nos promete un «good dinner» con cerveza, que desgraciadamente ya no está fría.

A la mañana siguiente, el sol sale con un intenso color rojo. Ya llevamos 24 horas viajando en tren. Durante cada parada entra en la nariz el olor a carne asada, sopas sabrosas o mazorcas asadas a la parrilla. Varias mujeres han montado delante del tren sus mesas cojas y parrillas, desgraciadamente sólo a la altura de la segunda y tercera clase. Finalmente, cuando estamos frente a la gran cantina al aire libre, nos damos cuenta de lo que nos falta: platos y cubiertos. Prácticamente todo el mundo, menos nosotros, lleva consigo sus utensilios. No nos queda otra opción que recurrir otra vez a las patatas fritas, los cacahuetes y los plátanos.

Por la tarde llegamos a Dodoma, la capital de Tanzania. Por entre las casas se alzan algunos palacios de vidrio. En uno de ellos se reúnen los diputados. Sin embargo, la vida, también la vida política, se desarrolla como siempre en Dar es-Salam, dice Paul, quien estudió en Dodoma relaciones internacionales y ahora está sin trabajo.

Otra vez anochece. Poco después de la medianoche llegamos a Morogoro. Aún faltan 200 kilómetros para alcanzar nuestro destino. Pese a ser plena noche, hay mucho movimiento en el andén. Niños ofrecen provisiones para el viaje.»Asali, asali», miel en botellas. Una vez más el tren se detiene en la vía de depósito. Esta vez, sin embargo, sólo tenemos que esperar dos horas.

A la mañana siguiente, el revisor llama a la puerta del compartimento para recoger los billetes. Ya no hay café caliente en el tren. Los aseos están aún más sucios que a la salida del tren. En cambio, el paisaje es cada vez más verde.

Poco después llegamos a los suburbios de Dar es-Salam, que después de 1891 fue durante algunos años la sede del gobierno colonial de la África Oriental alemana. La vía ferroviaria pasa delante de interminables hileras de humildes chozas. En el tren empiezan a recoger la basura. Por las ventanas salen volando botellas de plástico. Varios niños las recogen. El tren silba por última vez antes de llegar a su destino. Una vez más lo he logrado, esta vez en poco más de 50 horas.

Información básica

Cómo llegar: Lo más fácil es tomar un vuelo a Dar es-Salam. A Mwanza se puede llegar o bien en uno de los pequeños vuelos domésticos o en autobús desde Bukoba o en barco por el lago Victoria.

Cuándo viajar: Se recomienda viajar durante los meses secos y calurosos de diciembre a marzo y durante los meses de junio a octubre, que son un poco más frescos.

Viaje en tren: la ruta Mwanza-Dar es-Salam es operada por la Tanzanian Railway Corporation. El tren circula en ambas direcciones dos veces a la semana: los martes y viernes desde Mwanza y los jueves y domingos desde Dar es-Salam. Oficialmente, el viaje dura 36 horas, pero en realidad suele prolongarse bastante más. Los billetes normalmente se compran directamente en las estaciones de tren. Para la primera clase conviene comprar el billete algunos días antes.

National Geographic

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