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Tierra Cisterciense

En el camino desde Barcelona, los paisajes cambian y se convierten en un territorio austero y exiguo

En la autopista AP-2 se viaja a ritmo frenético, acorde con la modernidad. Al despojarnos de ella, en la salida que indica Montblanc, todo adquiere aires de antigu?edad.

El nombre de esta ciudad puede complicar al GPS, el mapa o los conocimientos básicos que se tengan de geografía. Así es, tiene nombre de montaña de los Alpes, pero no tiene nada que ver: se trata de una ciudad medieval, capital de la región catalana conocida como Conca de Barberà.

La parte más interesante se encuentra en la zona del centro, dentro de las murallas que aún persisten pese a la presión de los modernos constructores que siempre quieren deshacerse del legado de sus colegas pasados. La atmósfera del lugar se disfruta vagando por el enredo de calles que llevan de forma asombrosa a la iglesia gótica de Santa María o al Museo Comarcal, así como a la iglesia románica de Sant Miguel.

No obstante, el laberinto también cuenta con pequeños locales que venden embutidos, queso, pan y aceite de oliva, producidos bajo las instrucciones de los abuelos. Aun cuando uno deseara quedarse eternamente en esta villa con casi mil años de antigu?edad, hay que guardar energías y tomar carretera a través de una Cataluña que no siempre aparece en las brújulas turísticas, pese a que lleva a territorios con una historia muy ligada al crecimiento de la región.

Alrededor del siglo XII, la orden de los Císter traspasó los Pirineos y llegó a tierras catalanas con la idea de esparcir sus particulares conceptos acerca de la doctrina católica; en especial, el ascetismo. No hubo mejor sitio para su desarrollo que esta cuenca que se caracteriza por la sobriedad de su paisaje.

Ello no quiere decir que la belleza esté ausente, sólo que tiende a ser un tanto austera. En esta región construyeron tres grandes monasterios, formando con ellos un triángulo casi perfecto, con una distancia aproximada de 50 km entre cada uno.

Actualmente este trayecto se puede recorrer durante un fin de semana. Su nombre es sencillo: Ruta del Císter, y no desea otra cosa que acercar a los viajeros a estos tres lugares que constituyen una forma novedosa de entender la religión, por lo menos en aquellos siglos.

El primero de ellos es Poblet: entre este y Montblanc no hay más de 15 minutos de recorrido en coche, así que no tiene caso acomodarse en el asiento. No hay poblado alrededor de él, simplemente su gran monumentalidad. Ha estado habitado desde que fuera construido en el año 1151 con excepción del periodo entre 1853 y 1940.

Dadas sus características, es el monasterio cisterciense en activo más grande de Europa. Para que los visitantes no merodeen por todas partes y alteren el ritmo de vida de los monjes, sólo se puede entrar mediante visitas guiadas.

Si se quiere vivir la Experiencia de forma más completa, conviene elegir la visita en lengua catalana. Aun cuando no se comprenda en su totalidad, simplemente la melodía de los propios sonidos del idioma invitan a integrarse a la atmósfera de las grandes bodegas donde se producía el vino, la antigua cocina, o el gran salón de la chimenea.

Los dos grandes momentos de la visita pueden encontrarse en la enorme fuente de estilo románico que se ubica en el patio del claustro, y el resto del espacio, en el que se presentan formas tanto románicas como góticas.

Otro de los puntos donde la ruta se detiene de manera natural es frente a las tumbas de diversos reyes de la Corona de Aragón, o en la pequeña ventana que permite asomarse a la biblioteca de última tendencia donde trabajan los monjes contemporáneos.

El exterior, con una gran plaza y la enorme Porta Reial, invita a permanecer en el sitio hasta que lo echen a uno, o bien, visitar los viñedos del monasterio que van llevando poco a poco al comienzo de los caminos que penetran la Sierra de Prades, testigo natural de este mundo monástico.

Desde Poblet se puede continuar a pie, con rumbo al siguiente monasterio, a través del sendero GR-175; pero para quienes buscan la comodidad, pueden disfrutar los paisajes desde la ventanilla del coche. Como sea, hay que desviarse un poco de la ruta y llegar a Vimbodí, un poblado que atesora la labor de un maestro, su arte y su forma de ver la vida: se trata de Paco Ramos, quien trabaja con cariño el vidrio soplado y, entre el trazo de cristal y una frase, teje conversaciones de política, cultura, filosofía, y también vende su arte, de él vive.

Vallbona de les Monges es otro de los monasterios, el cual está habitado por mujeres desde hace 850 años y sólo en tiempos de guerra ha tenido que ser desocupado. Los recorridos se realizan de forma guiada, con la opción de hacerlo en español o catalán. Este es el más pequeño de los tres conventos, pero acumula su belleza de forma más compacta e, incluso, existe la posibilidad de pernoctar ahí y ser vecino de huéspedes que buscan paz o, simplemente, silencio.

En este lugar vivieron mujeres pertenecientes a la nobleza catalana, aunque inicialmente surgió como comunidad anacoreta. Al igual que en Poblet, el estilo arquitectónico llega a combinar el románico, el gótico, pero sumando también detalles barrocos. Cuenta a su vez con tumbas, aunque sólo de mujeres importantes en la vida conventual.

Antes de dejar Vallbona conviene visitar alguna de las tiendas locales y llevarse, junto con las postales del monasterio, un buen litro de aceite de oliva producido ahí mismo y, entonces sí, tomar la mayor cantidad de caminos secundarios que obliguen a ver el paisaje en primera persona, hasta llegar a la comarca de L´Alt Camp, donde se ubica la última de las tres abadías, la de Santes Creus.

Es la única que no está habitada, algo que tiene dos secuelas: no es posible respirar la atmósfera de un sitio en uso por la cotidianidad, pero se pueden recorrer libremente todos los rincones, incluidas la propia iglesia de Santa Llúcia y el claustro, sin duda, uno de los mejores de Cataluña.

El resultado actual del conjunto comprende varios estilos arquitectónicos, aunque el gótico es el que más lo engalana. Aquí el tiempo de visita lo programa cada quien, pero si el viaje coincide con la primavera, habrá que acelerar el paso ya que en cada rincón de Cataluña se están llevando a cabo las calçotadas, tradición que consiste en preparar, a fuego directo, proveniente de la madera de la vid, unas cebollas alargadas que se sirven acompañadas de una salsa especial hecha a base de almendras y tomates, y la tradición es comerlas con la mano.

No hay mejor momento para incorporarse a su sabor y a la gente de la región, herederos de la profunda tutela que ejercieron estos tres monasterios a lo largo de varios siglos.

Información

Cómo llegar

Desde Barcelona hay que tomar la carretera AP-2 (120 kilómetros aprox.) para llegar a Montblanc. Desde ahí la carretera 240 lleva a Poblet, la C-14 a Vallbona de les Monges y la AP-2 (de regreso) a Santes Creus.

Dónde hospedarte

Hoteles en el campo:

Casa Pairal de la Marca (turismo rural)

Mas La Trampa

Gran sendero

A través de un camino circular (GR 175), se pueden recorrer 105 kilómetros a pie o en bicicleta para llegar a los tres monasterios. Además se puede adquirir el carnet 6T (1 euro), con mapa, descuentos y diploma que acredita tu viaje.

Boletos

Se puede adquirir en cualquiera de los monasterios un solo pase para entrar a todos con un considerable descuento.

No te lo pierdas

Una de las regiones más atractivas para adentrarse en la naturaleza de Cataluña es en las Montañas de Prades. Además de los paisajes, se encuentran pequeños pueblos que guardan todo el clima rural medieval, como es el caso de Farena.

National Geographic

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