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Namibia: el África profunda

Aquí está la región árida más antigua del planeta. Recorrerla es una verdadera aventura natural.

En el norte de Namibia habitan los himbas, una antigua tribu de pastores seminómadas que viven en asentamientos dispersos, en chozas fabricadas de lodo. Hombres, mujeres y niños se pintan los cuerpos con ocre, que les sirve de protección. Las mujeres destacan por una belleza escultural poco común, realzada por intrincados peinados y adornos tradicionales de cuero. Llevan un collar con un gran caracol que adorna sus pechos desnudos. Esta tribu, junto los damaras y hereros (también seminómadas), habita las regiones conocidas como Damaraland y Kaokoland, una tierra dominada por montañas agrestes y valles rocosos y áridos. Esta región de Namibia es la menos visitada y accesible, pero también la más fascinante.

Kaokoland se extiende desde el Brandberg, en el centro del desierto del Namib, hasta el río Kunene y la frontera con Angola. Para llegar recorrí la costa de los esqueletos y parte del desierto de Namib, considerada la región árida más antigua del planeta (80 millones de años).

Namibia es muy grande, tiene pocas carreteras asfaltadas, así que lo mejor para recorrerlo es en un auto de doble tracción.


Windhoek.
Comencé mi viaje en esta ciudad estilo alemán localizada en la altiplanicie central de Namibia y punto neurálgico de los negocios. El centro urbano se caracteriza por una amalgama de estructuras coloniales alemanas y edificios contemporáneos de color pastel. El horizonte es dominado por Christuskirche, iglesia luterana alemana de estilo neogótico y modernista. Otras construcciones destacables son el Parlamento (Tintenpalast); el encalado Alte Feste, una antigua fortaleza convertida en museo y la estación de tren El Cabo, de 1912. En el Post Street, la zona peatonal, se exponen 33 meteoritos de una lluvia de estrellas que sucedió en 1837 en Gibeon, al sur de Namibia.

En los alrededores están los katutura, los barrios más pobres y la ciudad. Durante el Apartheid aquí vivían las tribus de raza negra quienes tenían prohibido vivir en «la ciudad de los blancos». Apenas en 1990 Katutura y Namibia lograron su libertad.


Montañas Spitzkoppe.
Manejé rumbo a la costa, después de Usakos tomé un camino de terracería rumbo a las montañas Spitzkoppe, conocidas como el Matherhorn de África por su semejanza con los alpes suizos, sólo que desérticos.

En el camino me encontré con vendedores de rocas y fósiles. Al llegar al parque nacional, donde me hospedaría, un guía me llevó a descubrir un paisaje fantástico con montañas de granito, formaciones conocidas como Inselberg o «montañas islas» que surgen del desierto y que con el tiempo y la erosión del viento adquieren formaciones caprichosas. Contemplé el atardecer desde la cima de una de estas rocas gigantescas.


El Damaraland.
De Spitzkoppe me dirigí a la ciudad de Uis y Khorixas, en el Damaraland, hogar de los Damaras. Después manejé hacia el Norte sin ver un pueblo ni un alma, sólo vastas extensiones de tierra. Aquí se vive el silencio absoluto. De pronto, la monotonía del camino fue rota por una manada de elefantes. Al atardecer llegué a la reserva de Palmwag, conocida por sus rinocerontes.

En esta reserva hay un resort de lujo con restaurante y zona de acampar, así que aproveché para recuperar las fuerzas. La encargada me preguntó cuántas llantas se me habían ponchado. Le respondí: ninguna. «Eres un mexicano loco y el primero en visitarnos».

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La tierra de los hereros. Al día siguiente, al amanecer, dejé atrás las tierras del Damaraland para internarme en el Kaokoland, territorio habitado por los hereros. En el camino vi una manada de gacelas y más adelante una tormenta de arena me obligó a hacer parada en Sesfontein, donde un individuo me pidió aventón. En agradecimiento me invitó a una boda típica de la tribu herero. Acepté. Los hombres mayores tocaban música, mientras las mujeres bailaban luciendo sus trajes coloridos con un peinado triangular típico de los hereros. Otros destazaban una vaca y preparaban el fuego. Mi amigo me preguntó si quería conocer a la novia. Entramos a una de las chozas donde la novia se ocultaba tras unos velos, acompañada de su madre y abuela. Luego conocí al novio, quien lucía un traje militar, el atuendo de gala que hace honor a la revolución. Me hubiera gustado quedarme más, pero debía partir hacia la frontera con Angola, donde viven las tribus himbas.

Antes de llegar a Opuwo se ven los asentamientos antiguos himbas, una de las etnias africanas más conocidas en occidente. Son altos, delgados y esculturales, ellos mismos confeccionan sus ropas con cueros de ganado. Son muy bellos y todos usan innumerables collares de cuentas, pulseras, ajorcas y cinturones llamativos. Después de tomar algunas fotos y visitar varias aldeas regresé por la noche a Palmwag, y al día siguiente retomé mi camino, ahora rumbo a la Costa de los esqueletos.


La Costa de los esqueletos.
Como todos los días, salí junto con el sol. Y después de una aventura (se me ponchó una llanta), llegué a la entrada del Parque Nacional de la Costa de los esqueletos. Atravesé valles de roca negra, un paisaje alucinante, y conforme me acercaba al mar las dunas invadían la carretera. Al llegar a la costa, me impactó un hermoso, pero lúgubre horizonte.

Este parque abarca dos millones de hectáreas de dunas de arena y llanuras de grava, y está en una de las zonas más áridas e inhóspitas de la Tierra. Antiguamente, los marineros que naufragaban y que la corriente arrastraba a la costa no contaban con ninguna posibilidad de sobrevivir. La niebla le da un aire fantasmagórico.

Lo que no imaginaba es que se me poncharía otra llanta. Por fortuna, encontré gente que me ayudara. El vigilante del parque llamó a un mecánico (ubicado a 400 kilómetros) que me llevó dos llantas. A la madrugada siguiente salí rumbo a Swakopmund. ¡Tuve mucha suerte!


La última parada.
Swakopmund es un poblado estilo alemán, que es uno de los puntos vacacionales de Namibia, está lleno de restaurantes, cafeterías y hoteles, y es la antesala al Parque Nacional Namib-Naukluft, que abarca 50 mil kilómetros cuadrados del desierto y de las dunas de Sossusvlei (325 metros de altura), y desde lo alto de uno de los lugares más antiguos del planeta, me despedí de Namibia.


National Geographic

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