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Un secreto en Arizona

Nuestra escritora se aventura en la inmensidad del lugar sólo para llegar a un reco?ndito lugar que presume ser el co?digo postal ma?s remoto de Estados Unidos.

Trato de encontrar con la bota izquierda un punto de apoyo entre los nichos limosos que agujerean la pared de roca caliza. A la vez, con ambas manos, me aferro a una gruesa cadena resbalosa que baila sobre la superficie. Una catarata ruge detrás de mí. No cabe duda: este descenso es un reto palpable.

Debería de habérmelo sospechado cuando nos informó Gary, uno de nuestros guías ?con su característica amabilidad y humor, calibrados para mitigar el pánico?que hasta el momento nadie se había muerto en el intento, con la excepción de un minero llamado Daniel Mooney, cuyo apellido permanece incrustado aquí, junto con sus restos.

El cadáver del malhadado cazafortunas fue devorado en 1882 por el mismo travertino que forma las ondas y curvas anaranjadas que fluyen a mi alrededor, componiendo una versión petrificada de la catarata que se desploma unos 70 metros hasta el fondo del cañón. Las anécdotas sobre Mooney varían ?como la mayoría de lo que se cuenta en Havasupai, un lugar donde la fábula reina sobre los hechos? pero todas las versiones acaban igual: con un esqueleto incorporado a un ataúd calcificado a la medida.

Me concentro en avanzar. Dos túneles estrechos y dos escaleras rústicas después, he ganado el derecho de gozar el agua fresca sobre la cara. El impacto de cada gota es un pequeño aplauso por haber logrado bajar sin más detrimento a mi persona que un par de rodillas temblorosas.

A diferencia del flujo enlodado que se encuentra a un trecho del cañón de distancia en el Río Colorado, el agua aquí es de un color turquesa tan singular que los habitantes originales lo adoptaron como rasgo definitorio al bautizarse Havasupai: ?pueblo del agua azul y verde?. Según sus antepasados, esta cascada representaba el fin del mundo. Este desfiladero es hoy día el código postal más remoto de Estados Unidos, y para entrar o salir hay que recurrir al helicóptero, al caballo o a los pies como medio de transporte.

CUESTA ABAJO

El recorrido entre Hualapai ?el borde meridional del cañón? hasta el campamento mide 16 kilómetros. El camino es tranquilo, a pesar de estar poblado por piedras que pueden conseguir un tobillo torcido, en mi caso, unos dedos machacados si uno no se fija por dónde va, por lo que es recomendable partir muy temprano. Marcar un ritmo pausado permite liberar la mirada de los pies y así, disfrutar la forma en que las paredes del cañón van abrazando el cielo.

Después de empacar mis pertenencias en una bolsa de lona que un arriero de la tribu asegura sobre una mula, emprendo el camino junto con otros excursionistas, llena de emoción para la aventura, no sin advertir la ironía de desplazarme hacia un pueblo de gente inmóvil.

Los Havasupai han logrado mantenerse como dueños milenarios de este recoveco paradisiaco, una hazaña loable si se?compara con el terrible despoja-?miento que han padecido por regla general los indígenas de Esta-?dos Unidos. Para acceder a este ?tesoro geográfico, escondido?entre los pliegues de la tierra,?hay que pedir primero permiso a la tribu, cuyo único sostén económico es el ecoturismo de bajo impacto que aportamos los visitantes ?que contamos entre 20 y 30 mil al año, en comparación con los cinco millones que entran al Parque Nacional que colinda con la reserva. A cambio de pagar una licencia y asegurar el empleo de mano de obra con el transporte por convoy de caballos y mulas de tiendas, comida y demás equipo, tenemos un campamento asegurado en este trecho de cañón que se mantiene, si no en secreto, cuando menos muy bien guardado.

Cinco horas después, agradezco haber llevado agua en la mochila ?tres litros fueron apenas suficientes? y una buena cámara para registrar las contundentes vistas, que van cambian- do con cada paso. Mientras avanzo por el inicio de una de las más profundas hendeduras de la tierra, siento con cierta trepidación cómo las paredes de roca se levantan a mi alrededor.

UNA RESTA SILENCIOSA

Durante su exploración épica de toda la región occidental de Estados Unidos, el gran naturalista decimonónico John muir escribió en su diario que las montañas representaban ganancias repentinas y extraordinarias en la cuenta orográfica. Se me ocurre mientras sigo caminando tierra adentro que para cada suma abrupta que aportan las cimas, hay una resta silenciosa efectuada por los cañones por medio de la erosión, aquel proceso inexorable y minucioso que trabaja como un detallista paciente y que compensa, sedimento por sedimento, la impulsiva explosión orográfica de las sierras. Estaba yo entrando en las fauces de una montaña invertida, no sólo por la falta de masa, sino por el proceso geológico que representaba.

De hecho, constataría a lo largo de los siguientes tres días que el Gran Cañón es uno de los mejores laboratorios del planeta porque nos permite observar la erosión, e incluso nos vuelve partícipes de ella. Conforme nos acercamos al corazón de la reserva, me daría cuenta de que el rocío de las múltiples cataratas lleva suspendido pequeñas partículas de travertino, una piedra caliza de color anaranjado que se usa para forrar el piso de baños y cocinas. Estas partículas están geológicamente diseñadas para adherirse y acumularse, formando las capas de sedimento que luego se convierten en coloridas cintas rocosas. Lo que presenciaba yo no era solamente una molestia para todos aquellos que gustan mantener una piel suave y tersa, sino un compromiso: el cañón quería unirse a mí para siempre. Al volver a casa, lo llevaba literalmente a flor de piel. Afortunadamente, dado que lo nuestro fue más bien una relación efímera, tardé solo una semana en quitar sus residuos pegajosos del dorso de las manos.

EL CÓDIGO POSTAL MÁS REMOTO

Lo cual explica por qué, cuando llegamos a Supai, el pueblo indígena que habitan nuestros anfitriones, noto que las mujeres que andan por las calles llevan guantes y mascadas. No es por el frío, sino por el sedimento. Decido parar un momento al lado de la pista del helicóptero, donde varias personas esperan serenamente la entrega semanal de bienes del mundo exterior, para ver si puedo entablar una conversación con una de ellas.

Los havasupai no suelen tratar demasiado con los visitantes, según nos ha informado nuestro otro guía, Josh ?habitar el pueblo más remoto del país no fomenta la extroversión y, reconozcámoslo, a nadie le gusta ser tratado como atracción antropológica? pero esta mujer parece bastante gregaria y de buen talante. Me dice que se llama Olivia. Me presento como colaboradora para Traveler, lo cual siempre abre puertas, dado que National Geographic es una institución muy querida y respetada hasta en el fondo del Gran Cañón.

Al escucharme, un hombre con cejas depiladas y manierismos afeminados que balancea varias cajas de pizza que le acaban de entregar se emociona y me dice que sueña con visitar algún día las pirámides de Egipto. Se presenta como J. C., y me pregunta si he viajado a Guiza. Le confieso que no, aunque puedo recomendarle algunas pirámides bastante impresionantes en México, el país vecino. Charlamos un rato, a pesar de que Olivia me dice (sólo medio en broma) que no debería de entrevistarlo, porque no quiere compartir su pizza con nadie. Volviendo a ella, le comento que su pueblo tiene una ubicación inmejorable entre las paredes rojas del cañón. Me deja con esta imagen: durante la temporada de lluvias nacen cientos de pequeñas cataratas de las rocas. El sonido que producen es, según Olivia, indescriptiblemente bello.

De allí para el campamento nos falta otro trecho de camino y la oscuridad nos alcanza. Apuramos el paso, a sabiendas de que pronto podremos quitarnos las botas, masajearnos los pies y dormir profundamente antes de realizar la siguiente excursión al amanecer, para explorar Havasupai más a fondo.

CONTRASTES EN EL CAÑÓN

la distancia entre el día y la noche se vuelve más pronunciada aquí, depurándose entre luz y sombra, frío y calor. los cambios se producen de manera más veloz, porque dentro de una quebrada todo se vuelve más efímero que en un lugar con amplios horizontes. Todo lo cual produce otro tipo de exposición a los elementos, otro tipo de intemperie.

También las materias que nos rodean encierran contrastes. El proceso de acumulación sedimentaria encuentra su némesis en el viento, que logra crear con este tipo de roca esculturas que denotan el movimiento de los procesos naturales, algunos de los cuales podemos percibir en el momento ?como el fluir del agua? mientras que otros dan la impresión de ser grandes gestos que se dibujan sobre las paredes rocosas, doblándolas y creando pliegues y hondonadas que parecen deslizarse. Estas partículas llevan millones de años disputando contra el aire para formar cornisas y escarpes que parecen caprichos repentinos. después de esta excursión, referir a estos depósitos de piedra caliza y arenisca como ?capas? me parece insuficiente. las capas sirven para evitar el frío. Estos son estratos: recurrir al latinajo evoca su antigüedad. Y el agua, que proviene del manto freático, es tan antigua como la roca que lo rodea.

Tres de las formaciones esculpidas más llamativas representan un oso que se levanta en medio de la entrada del cañón, y dos pilares gemelos que vigilan el pueblo Supai. Nos cuenta Josh que este oso era una amenaza que exigía se le entregara un tributo dos veces al año, cuando el pueblo hacía su peregrinaje a la superficie cada otoño y cuando regresaba cada primavera. Si no cumplían, el oso derrumbaría las paredes del cañón, impidiendo el acceso de sus habitantes para siempre. Estos tributos se volvían cada vez más severos hasta que un día, a la hora de atravesar el pasaje estrecho, el oso demandó que le dieran un niño. El chamán de la tribu decidió que había llegado el momento para vencerlo y convertirlo en piedra, pero no podía lograrlo solo: tardaría demasiado en pronunciar las palabras del encantamiento. dos jóvenes gemelos guerreros llamados Wigleeva se ofrecieron para distraer al oso. Fueron valientes, pero como su pelea épica no les permitió guardar su distancia, el encantamiento también cayó sobre ellos y los petrificó. Hoy son los guardianes de Supai, donde se cree que el día en que estos dos pilares se desmoronen, se derrumbarán las paredes de roca sobre el pueblo. aquí todo lo que parece atemporal puede cambiarse de un día para otro. la última inundación que hubo, en 2008, alteró una de las cascadas más disfrutables de la reserva, Navajo Falls, arrancando los árboles que la rodeaban. Fue tan generosa como devastadora la tromba: creó otra catarata nueva, New Navajo Falls, que se vacía en un estanque llamado la Tina, un lugar idílico para nadar.

LAS AMPOLLAS: UNA DIGRESIÓN INCÓMODA

Rumbo a Beaver Falls, intercambiamos las botas por zapatos de agua para negociar el resbaloso y empedrado fondo del arroyo cristalino. Aproveché una de esas paradas para pedir la asistencia de Gary con dos ampollas que aparecieron de golpe en ambos tendones de aquiles, a pesar de mis cuidados.

Estas heridas autoinflingidas son la ruina de cualquier caminante que hacemos nuestro camino al andar. De hecho, son la queja más común de los excursionistas. Parece mentira que una herida tan menor, en la gran escala de las lesiones, pueda producir un grado de molestia tan exacerbado: cada paso que se da con ampolla amerita una mueca, y a diferencia del dolor muscular o de articulaciones, por muchos pasos que se dan, uno no logra acostumbrarse al sufrimiento. El momento de quitarse los zapatos y los calcetines como si fueran las cáscaras de la fruta de los pies, normalmente tan anhelado como un momento de liberación, se vuelve una tortura incipiente. Afortunadamente, la vista de una corriente color turquesa con un suave sedimento blancuzco al fondo es tan hermosa y sorprendente, que actúa como bálsamo para estos males transitorios.

El secreto para evitar las ampollas, me explica Gary, consiste en saber dónde están los ?puntos calientes? de uno mismo: ¿en la planta del pie derecho?, ¿debajo del dedo gordo del izquierdo? Y antes de que se forme la úlcera, cubrirlos con una cinta plateada, la cual tiene el pegue y la resistencia necesarios para impedir lo que para algunos parece inevitable. También recomienda evitar los delgados forros que suelen ponerse antes de calar unos calcetines más gruesos, porque agregar otra capa de tela sólo aumenta la fricción sobre el área sensible.

HAVASUPAI SE DESDOBLA

El cañón Havasupai tiene la virtud de revelarse al caminante de manera gradual. Puede no alejarse uno demasiado y disfrutar una nadada al pie de alguna de las múltiples cataratas cerca del campamento. Pero para evitar la concentración de visitas veraniegas, se recomienda juntar el valor necesario para descender Mooney Falls y seguir hasta Beaver Falls, donde hay menos gente. La ruta no es fácil, pero trae como premio la posibilidad de encontrarse en medio de un valle lleno de hojas de parra salvajes, entre otras sorpresas. Lo verde de la vid y lo amarillo de los álamos, junto con el agua azul turquesa y la roca roja, forman una paleta casi surreal. El lenguaje dedicado a los paisajes (?asombroso?, ?espectacular?) queda corto. Como parecen inventados, habría que inventarse otras palabras para describirlos: ¿epicéntricos? ¿magnifastantes?

Dado que por la forma del cañón únicamente pueden armarse pequeñas excursiones de ida y vuelta, uno no mira la misma roca dos veces: al volver por el mismo sendero, unas horas después, aparecen sombras de una negritud como la tinta donde antes no había y la roca se ruborizara ante la despedida de la luz, creándose colores distintos, como si fuera otro lugar.

VOLVER A LA SUPERFICIE

Nuestra expedición caía dentro de la categoría del glamping, porque Josh y Gary se encargaban de cocinar y de ofrecernos su conocimiento y el equipo para disfrutar la estancia. Eso dicho, Havasupai es un destino rudo, incluso con estas amenidades. Todos colaboramos en montar y desmontar el campamento, lavar trastes aunque estuviéramos agotados. Como suele suceder en los campamentos, después de varios días de bañarse con toallitas húmedas y dormir en un colchón inflable, estamos más que listos para enfrentar la extenuante subida que nos llevará de vuelta al mundo de las camas y el agua caliente.

Cuando le preguntamos a uno de los guardabosques de la tribu si tenían un término especial para referirse a subir al mundo exterior, nos dijo muy serio que lo llaman ?ir de compras?. No puedo negar que haya visualizado ciertas comodidades de la civilización consumista para motivarme durante nuestro extenuante regreso a la superficie, alivianado por el apoyo que brindaban mis bastones leki. Pero a la vez, sabía que extrañaría las sensaciones insólitas que había despertado en mí ese cacho del Edén que fue nuestro privilegio recorrer.

National Geographic

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