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Por la costa de Groenlandia, en lancha, kayak y trineo

Un viaje a los polos, inolvidable desde el primer paisaje de icebergs enormes cubriendo el mar hasta la cultura de los indígenas inuit.

Siempre había soñado con viajar a los polos y después de leer el libro El país de las sombras largas, que describe la forma de vida de los indígenas inuit me prometí que algún día tenía que ir a Groenlandia y viajar al Círculo Polar Ártico. Y lo conseguí.

Estaba en Islandia por trabajo, a sólo dos horas de vuelo. Así que compré un boleto de avión y volé por Air Iceland a Kulusuk, isla localizada al Este de Groenlandia. Abordé el avión Focker de hélices y despegamos de Reikiavik. No lo podía creer: estaba volando rumbo a este reino helado. Dos horas después iniciamos el descenso, atravesamos una espesa capa de nubes, no se veía nada. De repente el paisaje se abrió ante mis ojos: unos icebergs enormes cubrían el mar.

Groenlandia no sólo es la isla más grande del mundo (su superficie es de 2,175,600 kilómetros cuadrados); el hielo del interior es, en extensión, la segunda capa helada más grande del mundo. Ocupa una superficie de 1.8 millones de kilómetros con un espesor de hasta 3.5 km. Y aunque goza de autonomía, pertenece a Dinamarca y es el hogar de los indígenas inuit (que en lengua siberiana significa la gente). Por cierto, consideran que el término esquimal, con el que fueron bautizados por Occidente, es despectivo (significa devoradores de carne cruda).

La Costa Este ha permanecido aislada; es una de las últimas fronteras poco exploradas donde se puede realizar un sinfín de expediciones: kayak, trineos jalados con perros o escalada, por mencionar algunos. Esta región remota está formada por seis poblados: Tasiilaq (también llamado Angmagssalik), Kulusuk, Isortoq, Tiniteqilaaq, Kuummiut y Sermiligaaq.

Aterrizamos en el pequeño aeropuerto situado entre las montañas. Lo primero que sientes es el viento helado correr por tu rostro y, verdaderamente, te sientes en el fin del mundo. Existe un recorrido muy popular entre los viajeros europeos: se trata de una caminata de 30 minutos al pueblo de Kulusuk, donde compran artesanías y algunos inuit realizan ciertas danzas tradicionales y para finalizar abordan un bote que los lleva a navegar entre icebergs. Es una experiencia de un día, y ya en la tarde-noche toman un vuelo de regreso a Islandia. Yo decidí quedarme una semana para explorar la Costa Este de Groenlandia.

En este país no existen muchos caminos, no hay dos pueblos que se unan por una carretera y la más larga mide 14 kilómetros. Así que los vehículos más utilizados son las lanchas de motor, el helicóptero, el avión y el trineo jalado por huskies.

Después de dejar mis cosas en el hotel Kulusuk, mi guía me llevó al panteón del pueblo, donde ascendimos una loma y desde lo alto vimos el pequeño pueblo de Kulusuk, un lugar lleno de casas color rojo, azul, amarillas y verdes, localizado dentro de una bahía mágica rodeada de montañas. Lo primero que ves al llegar es un enorme tanque donde se almacena la gasolina para un año. Justo a un costado están unos almacenes donde se guarda la comida. Todos los abastecimientos llegan por vía marítima. Un barco danés realiza entre seis y siete viajes al año hasta que el invierno congela el mar, y regresa hasta que el hielo se derrite o se rompe. Por supuesto, siempre es bien recibido por los pobladores.

En el pueblo hay un supermercado diminuto. A un lado está el banco y la oficina postal No. 3913, donde se puede cambiar dinero con una comisión de 30 coronas danesas. Frente a la tienda está un local donde venden suvenires atendido por Gudrun, una islandesa, y su marido, ambos antropólogos que llevan más de siete años viviendo en Kulusuk, vendiendo los productos que fabrica la gente del pueblo (guantes, botas y gorros de piel de foca y oso polar, colguijes y unas figurillas llamadas tupilak, labradas en huesos de foca, barbas de ballena y colmillos de narval).

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Me sorprendió la sequedad de los inuit, la mayoría te ignora por completo. El clima y las condiciones de vida son muy duros. Los únicos ruidos que se escuchan son el de la planta generadora de electricidad, el viento y el aullido de los perros. Los habitantes de esta región ya no viven en iglúes, aunque algunos conservan este tipo de vivienda, hecha de piel de morsa o de foca para el verano y para el invierno suelen estar construidas de piedra, sobre un armazón de madera o barbas de ballena recubierta de musgo. Ahora viven en casas de madera prefabricadas enviadas desde Dinamarca, visten sus prendas tradicionales, parkas, y otras hechas de piel de foca. Su dieta se basa en carne de mamíferos marinos y pescado. También conservan sus tradiciones orales, cantos que hablan de la naturaleza y de la cacería.

Antes de navegar, mi guía cantó uno de estos cantos y me dijo que me enseñaría a navegar y a cazar en kayak (el armazón es de madera, está recubierto de piel de foca y tiene una abertura redonda al centro, donde va sentado un único ocupante. Cada cazador hace su propio kayak, y en la cubierta prepara un lugar donde van agarradas las armas y las herramientas listas para usarse.

En esta zona no hay servicios regulares de transporte entre los pueblos, ya que el hielo bloquea constantemente los fiordos, lo que puede dificultar la llegada a Angmagssalik. Ese fue mi caso, pero mi guía, Anta, dijo que podíamos visitar los pueblos de Kuummiut y Sermiligaaq. Así que abordamos la embarcación y comenzamos a navegar por la bahía de Kulusuk, abriéndonos paso entre los icebergs. Nuestras embarcaciones eran como una cáscara de nuez entre los enormes bloques de hielo, que se estaban rompiendo constantemente a nuestro alrededor. Sólo con la pericia de los inuit se puede navegar en el laberinto de hielo. Más de una ocasión chocamos contra uno, y yo pensaba: ¿qué hago si se parte en dos? Afortunadamente no pasó nada y logramos salir a los fiordos, donde no había tanto hielo. El paisaje es fantástico, el color azul marino del agua contrasta con la blancura cegadora de las montañas cubiertas de nieve. Aquí la naturaleza se encuentra en su estado más puro.

Después de seis horas de navegación, arribamos al poblado de Sermiligaaq, localizado a los pies de una montaña rocosa espectacular. En esta aldea viven sólo 170 personas, desembarcamos en el muelle y comencé a caminar entre algunas embarcaciones y las casas. Pasé unas horas fotografiando el lugar y regresamos al mar, navegamos por el fiordo de Sermiligaaq, pasamos frente al impresionante Glaciar Rasmussen, donde se desprendían bloques de hielo gigantescos. Seguimos navegando por diferentes canales y el fiordo de Angmagssalik, aquí las montañas se reflejaban como un espejo en el agua; el silencio era tan absoluto que me sentí insignificante ante tal espectáculo de la naturaleza. Finalmente llegamos, con el atardecer, al poblado de Kuummiut, al mismo tiempo que llegaba con premura una familia cuyo bote había chocado contra un pedazo de hielo y se había roto; todos saltaron a un iceberg en donde esperaron a ser rescatados por otra embarcación.

Mientras tanto Anta y yo buscamos dónde pasar la noche. En esta temporada del año no hay noche, sino 24 horas de luz. A la medianoche el sol baja y se esconde detrás de las montañas y a la una de la mañana vuelve a salir en el horizonte. Un amigo de Anta nos invitó a quedarnos en su casa para descansar un rato.

A las seis de la mañana regresamos al mar y navegamos de regreso a Kulusuk, para que yo preparara mi equipaje y tomara el vuelo de regreso a Reikiavik. Para mi buena suerte el día estaba despejado y el piloto decidió darnos un paseo por toda la costa. Ahora estaba viendo desde el aire todo el territorio que había recorrido por mar, que es sencillamente espectacular. No hay palabras que describan tanta belleza.
Espero regresar pronto a las lejanas tierras del Ártico.

Cómo llegar…

La mejor forma es volando desde Dinamarca hay numerosos vuelos a las principales ciudades. En verano se puede viajar desde Reikiavik a Kulusuk. Prestadores de servicios: www.greenland.com y www.greenlandadventure.com Hoteles en Kulusuk y Angmagssalik: www.arcticwonder.com


National Geographic

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