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Galápagos

El desfile de especies animalesadaptadas a este archipiélagovolcánico fascinó a Darwin.

Mientras miraba cómo el mar mojaba una cresta de roca volcánica en las Islas Galápagos, con la luz bailando y brillando sobre la superficie, me dio la impresión de que las piedras estaban vivas. Era cierto: la roca estaba cubierta por cientos de blancos cangrejos zayapa bebés.

Siempre me ha resultado difícil entender que pueda haber tanta vida en este árido entorno: un archipiélago inhóspito de roca volcánica, con clima severo y temperaturas muy elevadas. Y, sin embargo, florecen numerosas especies marinas, aves y reptiles.

Visitar las islas significa encontrarse a cada paso con vida salvaje, y tan de cerca, que es como caminar dentro del National Geographic Channel.

Las islas se extienden sobre el círculo ecuatorial a 970 kilómetros de la costa, y sirven de hogar a un gran número de especies endémicas. Este fenómeno fue precisamente lo que motivó a Charles Darwin a desarrollar su Teoría de la Evolución por selección natural, después de visitar las islas durante cinco semanas en 1835. Darwin tenía 26 años cuando el barco en el que viajaba -recolectando fósiles a lo largo de Sudamérica- se detuvo en las islas para abastecerse de carne de tortuga.

El joven naturalista quedó asombrado: en las islas vivían muchas especies que no había visto en ningún otro sitio y que sobrevivían con curiosas adaptaciones: como es el caso de los famosos pinzones de Darwin o los cormoranes que han perdido la capacidad de volar o las iguanas nadadoras.

Actualmente las Islas Galápagos están declaradas Parque Nacional y Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, y representan un atractivo turístico estrictamente controlado; sólo es posible visitarlas en compañía de un guía acreditado. Aunque los visitantes pueden quedarse a dormir en algunas de las islas, la mejor manera de disfrutar la variedad y diversidad del parque es viajando en barco.

Nosotros empezamos el recorrido en la Isla de San Cristóbal, (1) en donde visitamos el Centro de Interpretación. Esto nos ayudó a aprender sobre las Galápagos y a poner nuestro viaje en perspectiva. Pudimos observar tortugas gigantes avanzando lento sobre la maleza en dirección a las áreas de anidación. También visitamos a Lonesome George, el último sobreviviente de una especie de tortugas gigantes que, a pesar de los esfuerzos que se han hecho para que participe en un programa de reproducción, se ha mostrado indiferente con el sexo débil. También en San Cristóbal conocimos La Lobería, una playa donde viven leones marinos, cangrejos rojos y gaviotas de lava.

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La siguiente parada fue la Isla Española, (2) en la punta sur del archipiélago. En Punta Suárez cruzamos un sendero de rocas de lava donde anidan los pájaros bobos de patas azules. Estas aves son, quizá, las más fotografiadas y emblemáticas de las islas. Las vimos compartir sus casas de roca con las feas iguanas marinas que Darwin tiraba al agua una y otra vez para que nadaran de regreso a la orilla.

Siguiendo por el sendero, llegamos al sitio donde se encuentra la única colonia de albatros de las Galápagos, y observamos cómo bajaban en picada, cortando las olas, para pescar.

Por la tarde esnorqueleamos frente a una playa de arena blanca en la Bahía Gardner, (3) sobre la costa Este de la Isla Española. En una dirección pasaban tortugas y pingu?inos y, en la otra, iguanas marinas; todo esto al tiempo que enormes cardúmenes formaban túneles de colores brillantes a nuestro alrededor. De pronto me di cuenta de que un león marino jugueteaba con mis aletas.

Esa noche dormimos profundamente, mientras el barco se aproximaba a la siguiente isla, llamada Floreana. (4) Allí visitamos la Corona del Diablo, lugar al que las corrientes traen peces de todo el Pacífico, incluyendo rarezas como el pez murciélago de labios rojos, tiburones pelágicos y martillo, además de cientos de peces de arrecife, como peces ángel, mariposa, globo, perico, ídolos moros, rayas venenosas y morenas. En Punta Cormorán (5) hay una playa de agua verdosa -entintada por la acumulación de cristales minerales- y una playa blanca, en donde desova la tortuga verde.

Esa tarde en Floreana visitamos la Bahía del Correo, donde los tripulantes de los antiguos balleneros dejaron un barril de madera que hoy funciona como ventanilla postal: cualquiera que pase por allí puede dejar su correspondencia, que sólo llegará a su destino cuando otro visitante, procedente de ese sitio, decida recogerla y llevarla consigo.

Un poco más al Este, Isabela, (6) la más grande de las islas, de origen volcánico, sirve de hogar a diferentes especies de tortugas gigantes de tierra -cuya carne fue codiciada-, así como numerosas aves, entre ellas, los flamencos. También está el Muro de Lágrimas, que fue utilizado para torturar a los prisioneros, cuando la isla fungió como colonia penal a mediados del siglo XX.

Desde Isabela visitamos la pequeña Isla Rábida, (7) cuyas hermosas playas de arena roja sirven de hogar a una gran población de leones marinos.

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Después nos dirigimos al Noreste, hacia Bartolomé, (8) una isla árida dotada de un peculiar paisaje lunar y un volcán extinto a cuya cima puede accederse tras subir 372 escalones por un sendero de madera. Formaciones de roca en forma de cráteres, emergiendo de las plácidas aguas color azul profundo, y un pináculo de roca elevándose como obelisco desde la punta de la isla. Bartolomé también tiene una bonita playa para esnorquelear. En esta zona la riqueza natural no es menor: hay peces multicolores y una de las colonias de pingu?inos más extensas de las Galápagos, quienes jugueteaban. Desde aquí hicimos una caminata hacia la segunda playa de Isla Bartolomé, en la que está estrictamente prohibido nadar y donde pudimos ver -desde tierra, obviamente- tiburones de arrecife de punta blanca resguardando la costa.

Nuestra última parada antes de regresar a San Cristóbal fue la Isla Seymour Norte, (9) baja y plana, cubierta de arbustos, donde vive una extensa población de aves fragata. Tuvimos la suerte de estar allí durante la temporada de apareamiento, y pudimos presenciar el espectáculo que hace el vistoso macho, de pecho rojo hinchado, mientras se pavonea por los aires, compitiendo por la atención de las hembras mientras emula la forma de un globo rojo en las alturas.

El aprendizaje más valioso que me dejó este sitio árido pero brutalmente hermoso, es que el mundo, a pesar de los esfuerzos humanos por domarlo e invadirlo, mantiene una obstinada tendencia para adaptarse, multiplicarse y subsistir. Visitar las Islas Galápagos significa sumergirse en una flección de ciencias naturales, y ser testigos de la evolución que se despliega con total claridad ante nuestros ojos.

TIPS

El archipiélago de las Galápagos, cuyo nombre oficial es el de Archipiélago de Colón, se encuentra a 900 kilómetros de la costa de Ecuador, en Centroamérica. Se conforma de 13 islas grandes de naturaleza volcánica, seis islas pequeñas y 107 rocas o islotes que albergan una extensa y rara fauna que fascinó a Charles Darwin y detonó su libro El origen de las especies.

Las dos aerolíneas que vuelan a las islas Galápagos son Aerogal y Tame, y salen de aeropuertos ubicados en Quito y Guayaquil. www.aerogal.com.ec

National Geographic

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