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A fuego lento en la costa uruguaya

Al norte de Punta del Este, una decena de pueblitos de pescadores ofrecen la vida serena del mar y las estrellas.

Las primeras playas que vienen a la cabeza cuando uno piensa en Uruguay son Punta del Este y José Ignacio. La primera, una ciudad con modernísimas torres y agitada vida nocturna; la segunda, con mansiones lujosas y fiestas exclusivas. Ambas pertenecen a ese Uruguay sofisticado y glamoroso que atrae ricos y famosos de toda Latinoamérica, desde Shakira hasta la actriz y vedette argentina Susana Giménez. Sin embargo, más allá de José Ignacio, el mar sigue batiendo olas en el encantador departamento de Rocha.

Son 85 kilómetros de litoral marítimo que pueden recorrerse en un fin de semana o bien servir para quedarse una vida. Pequeños pueblos de pescadores, que son parte de un Uruguay auténtico, sin bikinis open auspiciados por marcas de surf, ni celebridades. A pocos kilómetros entre sí, se enhebran sobre la carretera 10, La Paloma, La Pedrera, Oceanía del Polonio, Cabo Polonio, Valizas, Aguas Dulces, La Esmeralda, Punta del Diablo y la Coronilla, y entre los dos últimos, el Parque Nacional Santa Teresa, con un tupido bosque y una fortaleza portuguesa del 1762.

La Paloma, en el kilómetro 230 de la carretera 10, es el primero y el más grande de estos poblados. Sus playas con poco oleaje e infraestructura desarrollada seducen a las familias con hijos pequeños. Desde lo más alto del faro, construido en el año de 1874, se pueden apreciar las bahías con forma de paloma, de donde proviene su nombre.

Cabo Polonio, en el kilómetro 260 de la 10, es el pueblo conocido porque sus pobladores han decidido vivir sin cables de ningún tipo. No hay luz, ni teléfonos, ni internet, ni postes, ni calles, ni trazado urbano, ni autos y, como es lógico, tampoco camino que conduzca de la carretera general hasta ahí. Ir a Polonio requiere subirse a un camión todoterreno en el kilómetro 264, y recorrer durante media hora un área de dunas parte de una Reserva Natural, antes de llegar al último tramo, que va por la orilla del mar. Los camiones comunican varias veces a Polonio con la «civilización», pero estos trayectos sólo se hacen de día.

Como no hay calles ni cables en Polonio, las casas se han levantado a gusto de cada lugareño, creando una anarquía armónica en el paisaje. Aquí no hay tierras fiscales y, quien lo desee, levanta su casa y se proclama su dueño. Las hay pequeñas y sencillas, otras más grandes y con diseños artísticos en su fachada. Todas tienen paneles solares y ningún cable que llegue o salga de sus techos.

Las playas aquí son amplias y con enormes dunas desiertas. Las islas de Torres son tres islotes frente a sus costas, con una importante comunidad de lobos marinos que se hacen escuchar cuando el viento sopla del Oeste. Sobre la playa próxima al faro, están los dos o tres restaurantes y hosterías donde pasar la noche. Cuando oscurece, la experiencia del cielo es abrumadora. Sin luces artificiales, el paisaje luce como el de un planeta deshabitado. La espuma blanca del mar brilla con la luz de la luna y, cuando no hay luna, las estrellas parecen triplicarse. Bandas de niños pequeños andan solos con una linterna, las velas alumbran en las casas y en los porches, mientras las hosterías encienden unas pocas lámparas alimentadas con un generador de combustible, pero sólo durante tres horas.

Polonio es elegido por gente especial, por grupos de amigos, parejas y familias de todas las edades que comparten la alegría tribal de vivir lejos de los peligros de la civilización y el progreso. Quien padezca estrés o insomnio, podría curarse aquí con sólo pasar dos noches arrullado por las olas y las estrellas.

El penúltimo pueblo de este recorrido, en el kilómetro 295 de la citada carretera, es Punta del Diablo, de moda desde hace ya algunos años. Hordas de jóvenes, muchos de ellos europeos, se bajan con sus mochilas en la calle principal, la única asfaltada, para acomodarse en las cabañas y búngalos que se alquilan por día, para cuatro o seis personas, por 50 dólares. La calle termina en la Playa de los Botes, donde descansan los barquitos de los pescadores. Junto con la Playa del Rivero, una bahía desde donde se ve el faro, y junto con la Playa de la Viuda, amplia y con dunas, Botero forma la trilogía de las playas de Punta. Desde la del Rivero, se puede ir caminando hasta el último pueblo, Coronilla, donde un increíble bosque custodia la playa.
El centro de Punta del Diablo concentra la actividad nocturna alrededor de bares pintorescos y restaurantes de madera como El Timón o, más improvisado aún, el Taca Taca, donde cocinan al paso riquísimos tacos quesadillas y cebiches. Artesanos, música y artistas callejeros animan la noche mientras decenas de jóvenes desfilan ida y vuelta hasta el amanecer.

Los locos por las compras no deberían dejar de ir al Chuy, a 48 kilómetros de Punta del Diablo, una ciudad sin playa donde la avenida principal divide Brasil y Uruguay. Se trata de un mercado al aire libre, con productos electrónicos, perfumes, ropa de marca internacional, todo libre de impuestos, y bajo el reflector de los casinos, cuyas luces seducen a los turistas.

De La Paloma al Chuy, el departamento de Rocha pertenece a un Uruguay relajado, con el encanto agreste de sus playas y su gente sencilla, alejado de los flashes que rodean a las celebridades.

MOVERSE EN ROCHA

Qué, cuánto, dónde
www.turismorocha.gub.uy
Agencia El Paraíso. Traslados en camiones y alquiler de cabañas en Cabo Polonio, tel. (598) 470-5386.
Autobuses Cynsa. Recorrido por la ruta 10. La Paloma, tel. (598) 479-9874; Punta del Diablo, tel. (598) 477-2312.
Autobuses Cot. Recorrido por la ruta 10. La Paloma, tel. (598) 479-7044; Coronilla, tel. (598) 476-2806.
Restaurante Franca. Boulevard Santa Teresa s/n, Punta del Diablo. Tel. (598) 477-2619 (www.franca.com.uy).
El Pico bar. Playa la Viuda, Punta del Diablo. Bandas en vivo y fiestas nocturnas.
Hotel Portobello. Desde 60 dólares la noche. Playa Anaconda, La Paloma, Tel. (598) 479-6159 (www.hotelportobello.com.uy).

National Geographic

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