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La fiesta del vino

Motivo por el que cientos asisten al Lago Balatón.

Rodeada de colinas verdes, la pequeña localidad de Balatonfüred se localiza en la orilla norte del Lago Balatón en Hungría. Mientras en el sur la música hace bailar en clubes a todo aquel que llega con ganas de fiesta, de este lado del lago las cosas tampoco están tranquilas, aunque todo es diferente.

Pequeñas casetas de madera se alinean una junto a la otra a lo largo del paseo de Tagore. Es agosto y se celebra la fiesta del vino. Cientos de visitantes recorren el paseo y van de caseta en caseta, sumergiéndose en el mundo del vino húngaro.

La fiesta no es popular sólo entre los turistas extranjeros, sino también entre el público local. Georg Dömötör y su esposa, de Debrecen, vienen aquí todos los años desde hace ya dos décadas.

«El sur es un lugar de fiesta para jóvenes. Aquí todo es más tranquilo y elegante. Por eso nos gusta», cuenta Dömötör, a sus ya 86 años. Ambos disfrutan de la atmósfera, las conversaciones con los bodegueros e invitados y, por supuesto, de la gran variedad de vinos, que según el bodeguero Krisztián Gyukli hacía ya las delicias de los reyes de España y Francia en el siglo XVII.

La localidad ya atraía a gente de otros lugares hace 300 años. «Cuando aquí ya recibíamos turistas, el sur era zona pantanosa», dice Julianna Gaál. Natural de Balatonfüred, creció en una pequeña casa a dos minutos de la playa, a la que regresó tras estudiar turismo e inglés en Budapest. «Es un lugar maravilloso, con las colinas y el lago», afirma.

A este lugar llegan desde el siglo XVIII personas de todas partes del mundo para probar o bañarse en las aguas del lago, a la que se atribuyen propiedades medicinales.

El Hospital Cardiológico Estatal la emplea en sus tratamientos. Entre sus pacientes se encuentra el que dio nombre al paseo de la orilla, Rabindranath Tagore. El poeta hindú y Premio Nobel se curó aquí en el otoño de 1926. En 1971, Balatonfüred se convirtió en el primer balneario de Hungría. «El agua sabe extremadamente amarga, pero cura», dice Julianna.

En la plaza frente al hospital se levanta un pequeño pabellón con columnas construido en el año 1800. En el centro se encuentra la fuente de Kossuth. El agua amarga la puede probar cualquiera que pase por aquí.

En el siglo XIX la ciudad era un punto de encuentro popular e importante para políticos y artistas. «Esto ha marcado la imagen de la ciudad hasta hoy», afirma Julianna.

Quien pasea por el pequeño bosque de la ciudad, da con las columnas de un antiguo teatro. El poeta y dramaturgo Sándor Kisfaludy recolectó donativos de la abadía y el pueblo hasta que en 1831 consiguió erigir en un edificio de piedra el primer teatro en lengua húngara de Transdanubia, en tiempos en los que el alemán era todavía lengua oficial.

«Es una obligación visitar Villa Vaszary», afirma Julianna Gaál. Desde su restauración en 2010, Villa Vaszary es considerada un verdadero oasis cultural que alberga desde exposiciones de arte, algunas de renombre internacional, hasta conciertos, lecturas y charlas.

En el «Mar Húngaro» soplan brisas continentales leves y el sol brilla unas 2000 horas al año. Quien no quiera estar sólo echado en la playa, encuentra también muchas posibilidades para mantenerse activo tanto dentro como fuera del agua. El nuevo puerto de yates es todo un lujo para propietarios de embarcaciones.

«La mayoría de los turistas no salen de la ciudad vieja», explica Julianna. Sin embargo, el paisaje de colinas de las regiones superiores del Balatón es impresionante. Pintorescos canales serpentean a través del valle de Koloska, en el que los habitantes del lugar practican senderismo o barbacoa. En lo alto del monte Tamás se encuentra un mirador famoso, la torre Jókai. «Aquí veníamos ya de niños, jugábamos y disfrutábamos de las vistas sobre el Balatón», recuerda Julianna.

En medio de las colinas se encuentra el hotel «Koczor Pincészet». El chef y bodeguero Kálmán Koczor es todo un ejemplo de hospitalidad húngara. «Él detecta lo que necesitan los clientes», dice Julianna. «No es suficiente con ofrecer sólo buena comida y vino. La atmósfera es igual de importante», afirma Koczor, quien produce diez u once variedades de vino, que ofrece también en catas. En el restaurante se sirve comida húngara y en el hotel hay once habitaciones que llevan los nombres de las variedades de vino.

Antes de que finalice el viaje, los visiantes deben tocar las botas del pescador y del barquero, explica Julianna Gaál. Las dos estatuas se levantan al principio del paseo marítimo. Según una leyenda, todo aquel que toca las botas regresa a Balatonfüred.

National Geographic

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