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Cuatro mezquitas en Estambul

La capital de Turquía puede, con sobrada razón, hacer alarde de poseer algunos de los templos islámicos más bellos e imponentes del mundo. Hasta el viajero más curtido quedará alucinado ante las cuatro mejores mezquitas que posee este lugar.

Estambul ha sido llamada La Ciudad de las Mezquitas. Sus méritos arquitectónicos las han llevado a ser calificadas de verdaderas obras maestras, su antigüedad es impresionante y, en general, poseen un gran simbolismo religioso y una belleza sobrecogedora. Pero hay cuatro que destacan por mucho sobre las demás y que son verdaderos imprescindibles para quien va de visita.

La segunda llamada a la oración es un buen momento para iniciar nuestro recorrido a pie por estos recintos fascinantes. Llegar temprano y evitar la muchedumbre de turistas que se empiezan a congregar a partir del mediodía, es la consigna para poder apreciarlas mejor. Si se tiene la suerte de hacer la excursión en viernes, será posible observar el ritual de oración colectiva en el que los musulmanes se reúnen para escuchar las palabras del Iman o líder religioso. Otra buena opción es ir en domingo, día de bodas y circuncisiones.

Un punto importante es llevar la ropa adecuada. Los hombres deben evitar los pantalones cortos y las mujeres, cubrir sus cabezas y no exhibir demasiado las piernas ni los brazos. El calzado debe ser fácil de quitar y poner, porque a estos templos se entra descalzo. Está de más decir que, en cualquier caso, siempre hay que mostrarse respetuosos, no invadir los lugares destinados a la oración ni cruzar por enfrente de los fieles que estén rezando. La consecuencia de romper la conexión simbólica entre un musulmán y La Meca es una experiencia que definitivamente no debe figurar en nuestras memorias de viaje.

Nuestros primeros pasos nos llevan hasta  Santa Sofía, una de las edificaciones más hermosas e imponentes del mundo. Aya Sofya Camii o La Sagrada Sabiduría está situada en el céntrico distrito de Sultanahmed y básicamente funciona como museo, por lo que hay que pagar seis euros para entrar. Al hacerlo, lo primero que llama la atención es su fastuoso estilo imperial y la influencia fusionada del cristianismo y el islam. La basílica de Santa Sofía se erigió en el 360 ni más ni menos que por órdenes de Constantino, pero fue destruida por dos incendios. En el 530 el emperador Justiniano la reconstruyó para que siguiera funcionando como iglesia cristiana. Su técnica arquitectónica, que combina la fastuosa estética bizantina y una impresionante dimensión en sus espacios y bóvedas, se adelantó ¡mil años a su época! Aún ahora, es difícil de superar. En 1435 los invasores turcos la convirtieron en mezquita, pero respetaron algunos elementos como las pinturas y los mosaicos con representaciones de Jesucristo y la Virgen María. Algo que no es muy conocido ya que no figura en las guías turísticas, son las antiguas cisternas subterráneas situadas a un costado del edificio. Realmente vale la pena pagar unos euros más por bajar a ellas.

En la parte de afuera hay un parquecito encantador con bancas en las que se puede hacer un alto para descansar y después seguir a golpe de talón hacia  La Mezquita Azul, ubicada un par de cuadras adelante. Para muchas personas esta construcción rivaliza y, aún más, supera a Santa Sofía misma. Quizá como este sí es un lugar primordialmente destinado al culto, tiene un aire más auténtico; aunque de hecho el Sultán Ahmet que fue quien ordenó su construcción en 1606, lo hizo con la indicación expresa de que superara a la otrora basílica cristiana. La Mezquita Azul es más pequeña, pero de apariencia más refinada. El jardín bardeado que la aísla del alboroto citadino, le confiere un ambiente de paz y sosiego. En su construcción destacan los mosaicos y cristales cuyo brillo y destellos azulados al reflejar la luz del sol, son un llamativo espectáculo. En la parte inferior de la entrada, hay unas fuentes de agua donde se puede observar a gente realizando las abluciones necesarias para entrar a hacer su oración. Limpio de cuerpo y de espíritu, aconsejaba El Profeta, y aunque los turistas no suelen seguir esas indicaciones, sí es imprescindible sacarse los zapatos y guardarlos en una bolsa. Una vez adentro resulta imposible retraerse al sentimiento de profunda espiritualidad impregnado en el recinto: los enormes medallones donde con la singular caligrafía árabe se lee el nombre sagrado de Alá, la asombrosa altura de los techos que simbolizan la pequeñez de los seres humanos ante la deidad, el recogimiento místico de los musulmanes postrados con la frente en el suelo, el mihrab u hornacina que señala la dirección de La Meca y en la parte posterior, el haram o harem que es el espacio destinado exclusivamente a las mujeres.

Alucinados, hay que seguir caminando con dirección al noreste de la Ciudad Vieja.  La Mezquita de Suleymán. El Magnífico o Suleymaniya es la más grande de Estambul y su belleza no desmerece en nada a las anteriores. Fue construida en apenas siete años (1550-1557) por Sinan, el mítico arquitecto que en el mundo musulmán es el equivalente a nuestro Miguel Ángel. Llama la atención el peculiar azulejo de Iznik hecho con arcilla y cristales con el que está recubierta y el cual le confiere destellos luminosos. Merecen una especial atención las columnas que fueron traídas de Baalabek, Alejandría y de diversos palacios bizantinos así como el minbar o púlpito tallado en mármol blanco. En los terrenos de la Suleymaniya hay cuatro madrasas o escuelas de teología donde a punta de repeticiones, los alumnos deben memorizar las suras o versos de El Corán, una escuela de medicina, un asilo para pobres y desde luego, un baño turco. En los jardines, también se puede ver el mausoleo donde descansan los restos del propio Suleymán, el más importante de los sultanes otomanos y su amada Roxelana, una mujer cuya vida parece sacada de una novela. Ella era una esclava ucraniana que fue capturada y vendida para el harén del sultán. Conocida por su gracia, belleza, buen humor y habilidad como contadora de historias, pronto se destacó de entre las trescientas concubinas. Pero no se conformó con eso; con el paso del tiempo, merced a sus intrigas y encantos se deshizo de las esposas legítimas de Suleymán y hasta del gran visir. Acabó casada con su señor (lo que generó un escandalazo de antología entre los círculos encumbrados de la época) y en una posición de gran influencia política. Esta mezquita se construyó en honor a ella y a su muerte, el afligido esposo ordenó construir un monumento en el que eventualmente descansaría junto a su amada.


A comer

En los alrededores hay muchos restaurantes para recargar energías con algo de la deliciosa gastronomía tradicional. Después, según lo dictaminen las ganas y el bolsillo, un taxi, un autobús o un barco que se toma cerca del puente de Galatea, nos conducirá hasta las cercanías de  La Mezquita de Eyup. Este es el más sagrado de los recintos islámicos de Turquía. Fue la primera en ser construida luego de que los otomanos tomaron Constantinopla e impusieron su fe. Se supone que se edificó sobre la tumba de uno de los primeros mártires musulmanes: Eyup Ensari fue sacrificado en el año 668 y hasta este sitio de peregrinación, llegan multitudes en busca de milagros. Candelabros de oro macizo, alfombras suntuosísimas y mármoles exquisitos son sólo algunos de los tesoros que alberga esta mezquita, pero la posesión más preciada es una losa con la huella de Mahoma. Se escucha la última llamada a la oración. El anochecer marca el fin de nuestro recorrido y nos marchamos del lugar como llegamos: a pie. Pero también como lo dicta el respeto y la costumbre, porque esta vez lo hacemos caminando de espaldas, para no ofender al poderoso Alá.

National Geographic

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