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Un clamor por los tigres

Contamos con los medios para salvar el felino más poderoso del planeta, pero ¿tendremos la voluntad?

Amanece, la niebla envuelve el bosque; apenas puede verse una pequeña franja de tierra rojiza. De pronto, una tigresa emerge en un halo de luz cobriza brumosa. Primero se detiene a orillas del camino para rozar un árbol con los bigotes de su derecha, luego cruza el sendero y frota los de la izquierda. Entonces se vuelve a mirarnos con hastío e indiferencia profunda.

Por fin, como complaciéndonos, se yergue para arañar la corteza, presentándonos su perfil, esos flancos imponentes, hermosos, iconográficos y visiblemente poderosos. El tigre, Panthera tigris, el felino más grande de todos, al que incluso la terminología biológica reconoce con expresiones admirativas como «depredador ápex», «megafauna carismática», «especie paraguas», es uno de los carnívoros más imponentes del planeta y uno de los seres más hermosos, con su pelaje ambarino salpicado de lenguas de fuego negras.

Analicemos la conformación del tigre: garras de hasta 10 centímetros, retráctiles como las del gato doméstico; dientes carniceros capaces de triturar huesos. Aunque puede correr tramos a más de 55 kilómetros por hora, su complexión es más apta para la potencia que para la velocidad sostenida, con extremidades cortas y poderosas que propulsan su característica acometida letal y sus saltos espectaculares.

Hace poco, un tigre captado en video saltó -voló- tres metros y medio, desde suelo llano, para atacar a un guarda que montaba un elefante. El ojo del felino se ilumina gracias a una membrana que refleja la luz por la retina: el secreto de su famosa visión nocturna y de la mirada que brilla en la noche. Su rugido (¡Aaaaauuuunnnn!) puede recorrer más de un kilómetro y medio.

Había viajado durante semanas por algunos de los hábitats del tigre más importantes de Asia en una expedición anterior, sin ver siquiera uno de esos grandes gatos, tal vez debido a su legendaria naturaleza esquiva. El tigre, cuya fuerza le permite matar y arrastrar una presa hasta cinco veces más pesada, se desplaza con silencio enervante entre pastizales, bosques e incluso el agua.

El lugar común de cuantos han presenciado -o sobrevivido- un ataque es que el tigre «salió de la nada». Sin embargo, otra causa de los escasos avistamientos es que hay muy pocos tigres en los ambientes considerados ideales para ellos. Ha sido una especie amenazada la mayor parte de mi vida y su rareza se da casi por sentada, como atributo intrínseco, definitorio, equiparable a su colorido impresionante.

Pero la postura complaciente de que el tigre seguirá siendo «raro» o «amenazado» en el futuro previsible es insostenible. Bien entrados en el siglo xxi, los tigres salvajes encaran el negro abismo de la aniquilación. «Hay que tomar decisiones como si nos encontráramos en una sala de urgencias -sentencia Tom Kaplan, cofundador de Panthera, organización dedicada a los grandes felinos-. No tenemos opción».

Los enemigos del tigre son por demás conocidos: la pérdida de hábitat exacerbada por las poblaciones humanas; la pobreza que orilla a la caza furtiva de animales de presa y, más que nada, la sombra siniestra del brutal mercado negro chino para los órganos del animal.

Aunque se calcula que la población de tigres, dispersa entre las 13 naciones asiáticas que abarca su territorio, es inferior a 4 000 ejemplares, muchos conservacionistas opinan que la cifra es inferior en varios centenares. Para ponerlo en perspectiva, consideremos lo siguiente: la primera alarma global para la especie se escuchó en 1969 y a principios de los años ochenta se creía que quedaban unos 8 000 tigres en estado salvaje.

Es evidente que décadas de inquietudes expresadas a voces -por no mencionar los millones de dólares donados por individuos bien intencionados- solo lograron la extinción de, por lo menos, la mitad de una población que ya se encontraba en peligro. El objetivo de ver un tigre silvestre, por lo menos una vez en mi vida, me ha conducido a la Reserva de Tigres de Ranthambore, una de 40 áreas protegidas en India.

Vi el primero a escasos 10 minutos de mi llegada y durante la excursión de cuatro días me regocijé con el avistamiento de otros nueve grandes gatos, incluida esa primera tigresa de tres años. Entre hierbas altas, merodeando con mucha paciencia, atención y deliberación, levantando lentamente cada pata para pisar con enorme delicadeza, podía verse su sigilo.

No tuvo importancia que, casi siempre, compartiera la experiencia con otros visitantes que viajaban en la fila de vehículos. Después de todo, buscar grandes felinos en la espesura se ha convertido en una aventura eminentemente turística y el tigre de Bengala no es solo el animal nacional de India, sino uno de los principales atractivos del país. India alberga casi 50 % de la población mundial de tigres salvajes.

El cálculo máximo del censo 2010 informó de 1 909 ejemplares en el país, 20 % más que el padrón anterior. Aunque es una buena noticia, las autoridades (en su mayoría) consideran que la nueva cifra refleja una metodología de registro mejorada más que un verdadero aumento de la población, ya que el recuento de tigres, en India o cualquier parte, es poco más que una estimación.

De esos tigres cuidadosamente enumerados, solo 41 vivían en Ranthambore. Una mañana, mientras me llevaba por el parque, el conservacionista Raghuvir Singh Shekhawat señaló la diversidad de vida silvestre que prolifera en los sitios donde los tigres gozan de protección, langures, ciervos moteados, jabalíes, autillos chinos, martín pescadores y pericos.

Y para brindarme un vistazo directo de la conservación de los tigres, detuvo el jeep junto a una tienda de lona. «¿Le gustaría conocer la dura vida de los intendentes de campo?», me preguntó, levantando una solapa de la entrada para revelar tres catres estrechos. «Allí está la cocina», dijo indicando una pila de tazones y alimentos enlatados.

Cada mañana, muy temprano, los guardabosques caminan hasta 15 kilómetros patrullando la zona, haciendo vaciados de yeso de las huellas que encuentran y tomando nota de cualquier rastro de animales de presa. La historia de Ranthambore es una versión en miniatura de la historia del tigre en India.

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Antiguo coto de caza privado de los marajás de Jaipur, la reserva original de 282 kilómetros cuadrados está circundada por un muro de contención, en cuyo interior el bosque repta alrededor de las románticas ruinas de aquella era. Una tarde me encuentro allí con Fateh Singh Rathore, director de campo asistente desde 1973, cuando Ranthambore se convirtió en el primer Proyecto de Reserva de Tigres de India.

Aunque la caza del felino fue proscrita en el país a principios de los setenta, Singh Rathore era guardabosques de Ranthambore desde su juventud, cuando la reserva aún era coto de caza. Siempre frágiles, las poblaciones de tigres han fluctuado con el paso de los años.

Entre 2002 y 2004, la caza furtiva de unos 20 animales de Ranthambore redujo la población casi a la mitad; no obstante, aquel fue un destino mejor que el de la cercana Reserva de Tigres de Sariska, donde no hay un solo felino en sus casi 850 kilómetros cuadrados de extensión: todos fueron ultimados por pandillas profesionales.

Ranthambore es el corazón de una nueva y controversial estrategia de conservación: la reubicación de tigres «excedentes» en lugares como Sariska. Pocos días antes de mi visita, durante una conferencia sobre la vida silvestre en Nueva Delhi, escuché enardecidos cuestionamientos de diversas organizaciones protectoras en el país: ¿qué es un tigre excedente?, ¿habían resuelto los problemas de Sariska y otras regiones antes de importar nuevos tigres?, ¿hubo investigaciones sobre el trauma potencial?, ¿qué consecuencias tendría dicho trauma para la reproducción?

Hasta ahora, el éxito de la reubicación ha sido relativo. Por una parte, descubrieron que tres tigres transportados a Sariska eran hermanos, situación indeseable para la procreación. Pero más elocuente que cualquier argumentación científica válida era la historia desenvolviéndose en los medios nacionales: un macho que fue retirado de la Reserva de Tigres de Pench para repoblar el Parque Nacional Panna marchó decididamente los 400 kilómetros de vuelta a su hogar.

El viaje del solitario animal pone en relieve otra crisis. Muchas reservas son como islas de frágil hábitat en un inmenso océano de humanidad y, sin embargo, los tigres pueden abarcar más de 150 kilómetros en su búsqueda de presas, parejas y territorio. Una revelación desagradable del nuevo censo es que casi la tercera parte de los tigres de India vive fuera de las reservas, situación peligrosa para humanos y animales.

Presas y tigres solo pueden dispersarse si hay corredores reconocidos entre zonas protegidas, no simplemente porque transitan en ellos sin ser molestados, sino porque dichos pasajes son corredores genéticos indispensables para la supervivencia de la especie a largo plazo.

Es inspirador ver un mapa idealista de los paisajes del tigre en Asia, conectados mediante arterias de corredores aún inexistentes. La telaraña de hilos verdes se tiende provocativamente entre las poblaciones núcleo, formando una trama que abarca impresionantes extremos de hábitat y rinde homenaje a la capacidad adaptativa de los felinos.

Pero, al analizarlo con cuidado, el encanto se rompe. Los lugares que realmente albergan tigres, y no felinos hipotéticos, están representados por unas cuantas manchas dispersas de color mostaza. El plan maestro representa una empresa visionaria pero, ¿resulta factible? Durante la próxima década, diversos proyectos de infraestructura (el tipo de desarrollo que suele destruir hábitats) podrían generar un promedio de 750 000 millones de dólares anuales en Asia.

«Ningún jefe de Estado me ha dicho: ‘Somos una nación pobre, de modo que si hay que elegir entre los tigres y la gente, debemos descartar a los tigres’ -comenta Alan Rabinowitz, autoridad reconocida en tigres y CEO de Panthera-. Los gobiernos no quieren perder sus animales más majestuosos pues consideran que son parte de lo que define el país, parte de su herencia cultural. Es verdad que no están dispuestos a sacrificar muchas cosas para salvarlos, pero si encuentran la manera de protegerlos, casi siempre lo harán».

Ha sido difícil hallar una manera de conservar a los tigres debido a la infinidad de estrategias, programas e iniciativas que compiten por atención y fondos. «Cada año se desembolsan entre cinco y seis millones de dólares para los tigres, todos procedentes de organizaciones filantrópicas -afirma Mahendra Shrestha, antiguo director del Fondo Salvemos al Tigre, organismo que otorgó subvenciones por más de 17 millones de dólares entre 1995 y 2009?. Sin embargo, muchas veces las ONG y los gobiernos de los territorios donde habitan tigres compiten entre sí».

La conservación a largo plazo debe abarcar todos los aspectos del entorno de los tigres: poblaciones núcleo para la reproducción, santuarios vírgenes, corredores de vida silvestre y comunidades humanas circundantes. En condiciones idóneas, todos recibirían fondos, pero la realidad es que las distintas agencias siguen estrategias diferentes para diversos aspectos.

«Desde los noventa ha ocurrido lo que podría describirse como un cambio de misión», comenta Ullas Karanth, de WCS, uno de los biólogos de tigres más respetados del mundo. Ese cambio ha derivado en acciones para la conservación de tigres como los programas de desarrollo ecológico y social, los cuales desvían fondos y energía antes destinados a la tarea más importante: proteger las poblaciones núcleo de tigres para la reproducción.

«Si las perdemos -dice Karanth-, los paisajes del tigre quedarán vacíos». Décadas de prueba y error han dado pie a una estrategia de conservación que, en opinión de Rabinowitz, «de seguirse adecuadamente, permitirá que una población crítica de tigres se incremente en cualquier sitio o paisaje».

Aspectos fundamentales para dicho protocolo son el patrullaje incesante, sistemático y directo, así como la vigilancia de felinos y presas en sitios que albergan poblaciones realmente defendibles. Según el protocolo, una población de tigres con solo media docena de hembras en edad reproductiva es capaz de repuntar.

Al menos, tal es la esperanza para la reserva de tigres más vasta de la Tierra, un apartado valle en el norte de Birmania. Valle de Hukawng, Birmania mi primer contacto con el santuario para la Vida Salvaje del Valle de Hukawng es poco alentador.

Al llegar al extenso asentamiento de Tanaing, en el norte de Birmania, observo desconcertada el enorme y bullicioso mercado, las paradas de autobuses, los transformadores y postes telefónicos, los concurridos puestos y restaurantes, todos ellos dentro de los límites del santuario.

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Han arrancado grandes pedazos a la generosa zona de amortiguamiento que envuelve el santuario original de 6 500 kilómetros cuadrados. Las 80 000 hectáreas de una plantación de yuca han sido taladas y quemadas con tal celeridad que es posible registrar la disminución del bosque no en cuestión de semanas sino de días.

Al oeste, la extracción de oro ha devastado el suelo y convertido en lodazales los ríos montañosos que riegan el asentamiento minero de Shingbwiyang, hogar de unos 50 000 migrantes, donde tendidos eléctricos y estructuras permanentes de concreto se entreveran con rudimentarias chozas de paja y madera.

Con todo, los 17 373 kilómetros cuadrados de la reserva para tigres bastan y sobran para permitir semejantes intrusiones. Acunado entre tres cordilleras, el valle de Hukawng está definido por una selva densa, oscura y aparentemente ilimitada.

Apenas en los setenta, los aldeanos de la región se topaban con tigres en el cotidiano discurrir de la vida rural y escuchaban sus rugidos al caer la noche, aunque los felinos rara vez atacaban a las personas y se limitaban a cobrar víctimas entre los animales de granja y el ganado.

Sin embargo, el temible potencial del felino más grande del mundo engendraba suficiente respeto para quedar entronizado en la mitología local y, así, abundan historias de chamanes tigre entre los integrantes de la tribu naga, al noroeste de Hukawng, para quienes los grandes gatos eran Rum Hoi Khan, «reyes del bosque», que tenían un thitsar (pacto o tratado natural) con el hombre.

«Los naga solían llamar abuelo a los machos y abuelita a las hembras -me dice un anciano naga-. Creían que eran sus antepasados». Esas creencias están desapareciendo junto con los animales y hoy solo viven eminentemente en el recuerdo de los mayores, pues los jóvenes de Birmania conocen el tigre más por los relatos educativos conservacionistas que por la experiencia de vida.

Por ejemplo, el Departamento Forestal de Birmania patrocina un equipo móvil de educación que recorre las aldeas con una representación escénica en la que un tigre muere a manos de un perverso cazador furtivo, y el dolor de la tigresa «viuda» conmueve hasta las lágrimas a las mujeres del público.

Quizá sea este el testimonio más elocuente de la amenaza que enfrenta el tigre, su transformación mitológica de Rum Hoi Khan en viuda llorosa. Apenas dos días después de mi llegada a Tanaing, me reúno con el «Tigre Volador» y los equipos de guardabosques del Departamento Forestal de Birmania para ir al puesto de guardia de avanzada en el río Tawang.

El sol ha disipado la bruma matinal y el río fluye con un color gélido bajo el azul sólido del cielo. El valle de Hukawng es hogar de elefantes y panteras nebulosas, gaures (variedad de buey) y ciervos sambar (una variedad asiática de esta especie) todos, presas favoritas del tigre.

No obstante, todavía no se ha evaluado satisfactoriamente la escasa población felina. Río arriba, en el puesto de guardia de avanzada, el jefe de guardas Zaw Win Khaing me da una explicación general del trabajo de supervisión de su equipo durante la temporada. El grupo salía a patrullar la tercera parte de cada mes, buscando huellas o excrementos de tigre, así como rastros de animales de presa.

Los guardas también buscaban vestigios de actividad humana, ya que el mes anterior habían desbandado un campamento de cazadores y dispersado o detenido a 34 individuos implicados en el desmonte y cultivo de tierras, sobre todo para la obtención de amapola.

Saw Htoo Tha Po, veterano de esta difícil labor, describió las patrullas en los siguientes términos: «Cuando hay sol, a veces se puede ver el cielo», dice, evocando la sensación de trabajar hasta seis semanas bajo la triple bóveda arbórea. Los peores días son cuando llueve y los árboles derraman agua desde sus hojas enormes, con la niebla calando hasta los huesos.

La cepa local de malaria es particularmente virulenta e incluso ha matado a integrantes del equipo. En total, 74 miembros del Departamento Forestal y de la policía encargada de la vida silvestre se turnan para patrullar un área estratégica de 1 800 kilómetros cuadrados de denso bosque. El jefe de los guardabosques, Zaw Win Khaing, se topó con un tigre en 2002.

Se había sentado a medir las huellas de un oso en un fangoso revolcadero cuando notó que algo se movía a su derecha. «Estaba tan cerca como esa planta de chiles -recuerda el guarda, indicando un pequeño huerto situado a unos cinco metros de distancia-. No sé cuánto tiempo estuve mirándolo, porque no dejaba de temblar».

A la larga, el felino regresó al bosque. Es posible que haya unos 25 tigres en el valle de Hukawng, según cálculos de la autoridad que, en este caso, es un anciano miembro de la tribu lisu, recién retirado de la caza furtiva. Es difícil obtener pruebas oficiales y científicas que confirmen la existencia de los grandes gatos.

En el periodo 2006-2007, el único rastro fueron las huellas de un solo tigre, mientras que en la temporada 2007-2008, el ADN obtenido de heces recolectadas indicó la presencia de tres felinos. Esta temporada, una clara línea de pisadas junto al río fue motivo de celebración y seguimiento por parte de un equipo de fuerzas especiales: la noticia del hallazgo fue comunicada por radio a las ocho de la mañana y para las seis de la tarde el equipo de tigres de Tanaing había llegado a la escena.

Instalaron en la zona tres trampas fotográficas que, hasta ese momento, solo habían tomado la imagen de un cálao. Más o menos al mismo tiempo descubrieron huellas frescas 15 kilómetros río arriba; no obstante, después se vio que habían sido dejadas por el mismo tigre.

Esa era la recompensa de otra dura temporada de campo: una línea de huellas. Más tarde me entrevisto con Alan Rabinowitz, cuya década de trabajo con el Departamento Forestal de Birmania sirvió de fundamento para la creación del santuario de Hukawng.

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¿Se justifica la inversión de semejante esfuerzo con tan pocos tigres? Como parte de su respuesta, señala un mapa que muestra la ubicación clave de Hukawng en el extremo norte de la red de paisajes del tigre. «El potencial del valle es enorme», declara, y agrega que había visto personalmente los hábitats regenerados. «Huai Kha Khaeng estaba en pésimas condiciones cuando llegué allá, en los años noventa, y ahora es una de las mayores reservas de tigres de Asia».

Huai Kha Khaeng, Tailanda «vine a trabajar aquí en 1986, cuando cada noche se oían disparos y cada mañana encontrábamos animales muertos», explica Alan Rabinowitz a un grupo de 40 guardabosques -líderes de equipo que representan un personal de 170 vigilantes- congregados en la sede del Santuario para la Vida Salvaje Huai Kha Khaeng, en el oeste de Tailandia.

El panorama desolador que describía Rabinowitz era completamente desconocido para sus escuchas. «Lo que han conseguido -prosigue Rabinowitz- es transformar Huai Kha Khaeng de un lugar de dudoso futuro en uno de los mejores ambientes para tigres de todo el mundo».

Hace dos décadas, unos 20 tigres rondaban Huai Kha Khaeng, pero hoy se calcula que solo en el santuario hay cerca de 60 animales, amén de otros 100 en el Complejo Forestal Occidental, que abarca una superficie seis veces mayor. La renovada salud del bosque y el incremento de las presas (según la regla general, 50 animales o 3 000 kilogramos de presas vivas anuales por felino) apuntan a que la población de tigres podría continuar su crecimiento acelerado.

La posibilidad de rescatar a los tigres estriba no solo en las acciones del hombre en el futuro inmediato, sino también en la asombrosa capacidad de adaptación de los felinos. Los tigres no son quisquillosos en cuanto a la dieta o el hábitat, ni dependen de un ecosistema específico.

Se han encontrado huellas de estos felinos en Bután, a más de 4 000 metros de altitud, superponiéndose al dominio de los leopardos de las nieves, en tanto que los tigres de los manglares salitrosos de Bangladesh e India, en el delta del Sundarbans, son poderosos nadadores que han aprendido a complementar su dieta con animales marinos.

Asimismo, los tigres se reproducen sin dificultad cuando tienen la posibilidad de hacerlo y, en promedio, una hembra puede parir entre seis y ocho crías a lo largo de sus 10 o 12 años de vida, peculiaridad que contribuyó a triplicar la población de Huai Kha Khaeng en 20 años.

La vigilancia estricta y minuciosa en Huai Kha Khaeng brindó una buena oportunidad a los tigres, y los animales respondieron. Durante la reunión de guardabosques, cada uno de los 20 líderes de patrulla pasó al frente a rendir un informe del trabajo de su equipo. Las presentaciones multimedia mostraron mapas de las zonas patrulladas, los caminos específicos que siguieron, los días-hombre transcurridos en cada sitio y las zonas problemáticas.

No menos reveladoras fueron las imágenes que mostraban intereses más allá del deber: fotografías de flores en el suelo arcilloso del bosque, una hormiga solitaria arrastrando el cuerpo de un lagarto. La singular toma de un tapir malayo hembra conduciendo a su cría a través del río arrancó murmullos de reconocimiento.

Ardiente interés e inversión personal, orgullo profesional, motivación y entusiasmo, todos esos sentimientos se hicieron presentes en el salón. Los guardabosques de muchos paisajes del tigre tienen que vérselas con carencias, uniformes desgastados y equipo de tercera mano, pero los que sirven en Huai Kha Khaeng visten impecables uniformes camuflados que los distinguen como miembros de una profesión respetada.

«La gran ventaja de Tailandia es su garantía nacional de salario, el compromiso del gobierno nacional», explica un conservacionista. El presupuesto operativo para la temporada 2008-2009 en Huai Kha Khaeng ascendió a 670 000 dólares, dos terceras partes aportadas por el gobierno tailandés y el resto procedente de WCS, el gobierno estadounidense y diversas organizaciones internacionales no gubernamentales.

Esos fondos cubrieron gastos administrativos, la vigilancia de especies, capacitación, supervisión del comercio de animales salvajes, trampas fotográficas y, lo más importante, 30 600 días-hombre de patrullaje. Al concluir la reunión, hice un recorrido por el bosque con Anak Pattanavibool -director del Programa Tailandia de WCS-, Rabinowitz y un rastreador llamado Kwanchai Waitanyakan.

Al cabo de pocos kilómetros, llegamos a las aguas claras del arroyo Huai Tab Salao, en cuya margen opuesta encontramos una línea larga de huellas de tigre, de 10 centímetros de ancho, que avanzaba con paso firme entre rasguños de aves y pisadas de elefante semejantes a las hojas de los lirios acuáticos.

«Apoye todo su peso en las manos -me indica Rabinowitz quien, en seguida, mide la profundidad de la impresión que dejé en la arena-. Un centímetro y medio», anuncia. La huella del tigre tenía casi cuatro centímetros de profundidad y, a partir de ese dato, Pattanavibool aventuró que se trataba de un macho de más de 180 kilogramos.

Fuera de India, casi todos los guardas de los paisajes del tigre han visto cazadores furtivos pero no felinos. Incluso en Huai Kha Khaeng es menos probable que los tigres se crucen con las patrullas que con las casi 180 trampas fotográficas. Huai Kha Khaeng tiene el objetivo de incrementar la población en 50 %, a un total de 90 tigres y, a la larga, albergar 720 ejemplares en todo el Complejo Forestal Occidental.

Una misión que despierta especulaciones desbocadas, pues si la población felina de un parque bien gestionado puede triplicarse en 20 años, entonces «Aún quedan 1.1 millones de kilómetros cuadrados de hábitat de tigres -dice Eric Dinerstein, director científico y vicepresidente de ciencias de la conservación del Fondo Mundial para la Proteccion de la Vida Silvestre-. Si partimos de la premisa de que hay dos tigres por cada 100 kilómetros cuadrados, el potencial es de 22 000 tigres».

Por ahora, la tarea impostergable consiste en rescatar a los pocos felinos que aún existen. En 2010, la celebración del Año el Tigre motivó un muy elogiado taller temático en Katmandú, pero el año transcurrió sin beneficio obvio para los tigres salvajes del mundo. En noviembre del mismo año, las 13 naciones asiáticas que asistieron a la Cumbre Global del Tigre en San Petersburgo, Rusia, prometieron «esforzarse para duplicar la cifra del felino salvaje en todo su territorio hacia 2022».

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Sin embargo, en marzo de 2010, una madre y dos cachorros habían sido envenenados en Huai Kha Khaeng, convirtiéndose en las primeras víctimas de la caza furtiva en cuatro años e instando al gobierno tailandés a ofrecer una recompensa de 3 000 dólares por la captura de los perpetradores, aunque poco después nacieron dos crías nuevas.

Y en Hukawng, una trampa fotográfica capturó la imagen de un nuevo macho, solitario recordatorio de lo que podría albergar esa gran espesura. Casi todas las autoridades concuerdan en que es posible ganar la lucha para salvar al tigre, aunque será necesario combatir con dedicación profesional e incansable, y seguir las pautas de una estrategia ya comprobada.

Es indispensable que la especie humana haga gala no solo de resolución, sino hasta de fanatismo. «Quiero que quede asentado en mi testamento ?dice Fateh Singh Rathore, en Ranthambore? que cuando muera, esparcirán mis cenizas en estas tierras para que los tigres caminen sobre ellas».

Población conocida de tigres salvajes *
(Panthera tigris)
India 1520-1909
Indonesia 250-400
Rusia 330-390
Malasia 500
Bangladesh 440
Nepal 124-229
Tailandia 200
Bután 67-81
Laos 9-23
Birmania 85
Camboya 10-30
China 40-50
Vietnam 10

* Los conservacionistas señalan que los censos de tigres son disputados e inciertos.

Últimos baluartes
La mayoría de estos felinos sobrevive en zonas protegidas y los conservacionistas buscan la manera de que tigres y personas compartan un hábitat donde aquellos puedan transitar entre territorios de apareamiento y prevenir, al mismo tiempo, los conflictos con seres humanos.

National Geographic

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