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La Pesada Carga de la Sed

Un grifo en casa transformaría muchas sociedades donde millones de mujeres recorren grandes distancias acarreando agua.

Los pies de Aylito Binayo conocen bien la montañay aun a las cuatro de la mañana, con la tenue luz de las estrellas, puede bajar al río corriendo entre las rocas de la ladera y subir nuevamente la empinada cuesta para regresar a casa con 23 kilogramos de agua a cuestas. Ha hecho, desde hace 25 años, el mismo recorrido tres veces al día, igual que todas las mujeres de la aldea de Foro, en el distrito de Konso, al suroeste de Etiopía. Binayo dejó la escuela cuando tenía ocho años debido, en buena medida, a que debía ayudar a su madre a recoger agua delrío Toiro: un agua insalubre que, con cada año que se prolonga la actual sequía, se vuelve más escasa en el otrora poderoso cauce. Sin embargo, es la única agua que Foro ha tenido.
Recoger agua define la existencia de Binayo. Aunque también debe ayudar a su marido a cultivar yuca y frijol en sus campos, recoger pastura para las cabras, secar el grano y llevarlo al molino, preparar las comidas, mantener aseado el complejo familiar y atender a sus tres hijos pequeños, ninguna de esas responsabilidades es más importante o demandante como las casi ocho horas diarias que pasa acarreando agua.

Mientras que los habitantes de países más ricos sólo tienen que abrir el grifo, en el resto del mundo hay cerca de 900 millones de personas que no tienen acceso al agua potable y 2?500 millones ni siquiera disponen de medios adecuados para eliminar sus desechos, de modo que defecan al aire libre o junto a los ríos donde beben. Anualmente, el agua sucia y la falta de letrinas e higiene causan la muerte de 3.3 millones de personas en todo el planeta, en su mayoría niños menores de cinco años. En el sur de Etiopía y el norte de Kenia, la escasa precipitación de los últimos años ha dificultado incluso la obtención de agua sucia.

Donde más escasea el agua limpia, las mujeres tienen la obligación de buscarla. Los hombres de Konso sólo la acarrean durante las semanas posteriores al nacimiento de un bebé, en tanto que los niños colaboran hasta cumplir los siete u ocho años. Hombres y mujeres observan al pie de la letra la regla tácita. «Si los varones siguen buscando agua después de cierta edad, la gente rumora que la mujer es holgazana», comenta Binayo.Según explica, la reputación de una mujer de Konso se fundamenta en su dedicación al trabajo: «Si me quedo en casa haciendo nada, me desprecian; si corro arriba abajo acarreando agua, dicen que soy inteligente y que me esfuerzo mucho».La carencia de agua es el motor de un círculo vicioso de desigualdad en gran parte del mundo en desarrollo. Algunas mujeres de Foro bajan al río hasta cinco veces al día y dedican uno o dos de esos viajes a recoger agua para preparar una bebida semejante a la cerveza para los varones. Cuando llegué por primera vez a Foro, a media mañana, unos 60 hombres estaban sentados a la sombra de un edificio, bebiendo y charlando. Las mujeres, informa Binayo, «jamás disponen de cinco segundos para sentarse a descansar».

Una calurosa tarde, la acompaño al río llevando un bidón vacío. El sendero es empinado y resbaloso en algunos puntos, y debemos bajar entre grandes rocas rodeadas de cactos y espinos. Al cabo de 50 minutos llegamos a un cauce fluvial seco que sólo puede llamarse río en ciertas épocas del año. En ese momento es apenas una colección de estanques negros y fangosos; las márgenes y rocas están cubiertas de excrementos de burros y vacas. Hay unas 40 personas congregadas allí y Binayo decide que la espera puede ser más corta río arriba. Binayo suele hacer el primer viaje antes del amanecer, dejando a su hijo Kumacho, un hombrecito de expresión seria que ni siquiera representa sus cuatro años, a cargo de los hermanos menores.
Caminamos otros 10 minutos río arriba y Binayo consigue situarse junto a un buen estanque. Unos niños salpican barro con los pies y revuelven el agua. «No salten, por favor ?los reprende Binayo?. Ensucian el agua». Un burro aparece entonces para beber en el charco que alimenta el estanque de Binayo. Cuando el animal se aleja, las mujeres que estaban allí recogen con cucharones algo de agua para limpiarla, ocasionando que el resto del sucio líquido escurra hasta donde se encuentra Binayo, quien les llama la atención.

Su turno llega luego de media hora. Binayo deposita en el suelo el primer bidón y saca su cucharón de plástico amarillo, pero justo cuando lo sumerge en el agua otro burro ha metido la pezuña en el estanque que nutre su charca. Hace una mueca de disgusto, pero no puede aguardar más. Una hora después de nuestra llegada al río termina de llenar dos bidones, uno que ella acarreará de regreso y otro que cargaré yo, para ayudarla. Binayo ata una tira de cuero en mi bidón y lo acomoda en mi espalda. Agradezco que me haya dado la tira de piel, pues ella utiliza una cuerda áspera. No obstante, la cinta me lastima el hombro. El bidón de plástico está lleno y la carga de 23 kilogramos me golpea la columna al caminar. Cuando la pendiente se vuelve más empinada no puedo seguir y, avergonzada, cambio de bidón con una niña de escasos ocho años que lleva un recipiente mucho más pequeño que el mío. Como a 10 minutos de la cima, el peso la vence. Binayo le quita el bidón y lo pone encima del que lleva a cuestas. Nos dirige a ambas una mirada furiosa y continúa su ascenso por la montaña, cargando casi 45 litros de agua.

«Desde que nacemos, sabemos que tendremos una vida dura ?sentencia Binayo, sentada afuera de la choza de su complejo familiar, frente a las yucas que está secando sobre una piel de cabra y abrazando a Kumacho, quien no lleva pantalones?. La cultura de Konso ha sido así desde siempre». Y Binayo jamás ha cuestionado esa vida, nunca ha esperado algo distinto; pero las cosas van a cambiar muy pronto.

Quienes pasan largas horas acarreando agua por grandes distancias cuentan cada gota. Mientras que el estadounidense promedio utiliza 375 litros diarios de agua (nada más en casa), Aylito Binayo tiene que conformarse con nueve. Cuando las personas deben cargar su agua montaña arriba, es casi imposible convencerlas de usar el líquido para lavar la ropa y, sin embargo, el saneamiento y la higiene son de gran importancia: sólo el lavado de manos reduce la incidencia de enfermedades diarreicas en 45 por ciento. No obstante, Binayo usa el agua para lavarse las manos «quizá una vez al día», revela. Por consiguiente, asea su cuerpo sólo de vez en cuando. Un estudio llevado a cabo en 2007 determinó que ningún hogar de Konso cuenta con agua y jabón o ceniza (un limpiador aceptable) cerca de las letrinas para lavarse las manos. De hecho, hace poco la familia de Binayo excavó una letrina, pero no puede permitirse comprar jabón.

La mayor parte del dinero disponible se utiliza en visitas de entre cuatro y ocho dólares al centro de salud de la aldea, donde los niños reciben tratamiento para las diarreas provocadas por bacterias y parásitos que ingieren regularmente debido a la falta de higiene y saneamiento, y por el consumo de agua de río no tratada. En la clínica, el enfermero Israel Estiphanos informa que, normalmente, 70?% de sus pacientes acude por enfermedades transmitidas por el agua. A 26 kilómetros de distancia, en el centro de salud distrital de la capital de Konso, casi la mitad de los 500 pacientes atendidos a diario padece una de estas enfermedades. En las paredes de las habitaciones del personal hay carteles que enumeran los lineamientos para contener infecciones, pero el agua que nutre los grifos de la institución se acaba durante cuatro meses al año, obligando al gobierno a enviar camiones cisterna con agua del río, informa Birhane Borale, jefe de enfermería. «Sólo usamos agua entonces para hidratar a los enfermos o administrarles sus medicamentos ?agrega?. Atendemos pacientes con VIH y hepatitis B. Muchos de ellos sangran y sus enfermedades se transmiten fácilmente, así que necesitamos agua para desinfectar. Pero sólo podemos limpiar las habitaciones una vez al mes».

Ni siquiera el personal médico acostumbra lavarse las manos entre cada consulta, debido a que las tomas de agua están instaladas en contados lugares del edificio. Tsega Hagos, otra enfermera, dijo que se había salpicado con la sangre de un paciente al retirarle la solución. «Sólo me cambié de guantes ?comentó?. Me lavo las manos cuando llego a casa».

Un elemento indispensable para acabar con este ciclo de sufrimiento es llevar agua potable a los hogares. Las comunidades que disponen de agua limpia abundante se transforman radicalmente, ya que el tiempo antes invertido en acarrearla puede aprovecharse para cultivar alimentos, criar más animales o incluso iniciar negocios que generen ingresos. Las familias dejan de ingerir microbios, se enferman menos y no pierden tanto tiempo cuidando a quienes adquieren un padecimiento transmitido por el agua. Pero lo más importante es que, al liberarse de la esclavitud del agua, las jóvenes pueden ir a la escuela y optar por una vida mejor.

El acceso al agua no es un problema exclusivamente rural. En todo el mundo, los residentes de barriadas pasan gran parte del día haciendo fila junto a una bomba de agua. Sin embargo, los retos para llevar el preciado líquido a aldeas tan apartadas como las de Konso a veces parecen insuperables. Foro, la población de Binayo, se encuentra en la cumbre de una montaña. No obstante, las aldeas montañesas de Konso no tienen acceso fácil al agua. La sequía y la deforestación siguen agotando el manto freático que, en algunas partes, se encuentra 120 metros bajo el suelo. De tal manera, lo más que puede hacerse por ciertos asentamientos es abrir un pozo cerca del río y así, aunque el agua no queda más próxima a la aldea, al menos es confiable, fácil de extraer y tiene más posibilidades de estar limpia.

Sin embargo, infinidad de aldeas en naciones subdesarrolladas carecen de pozos debido a que, aunque factible, su construcción requiere conocimientos geológicos y maquinaria pesada cara. En muchos países, como Etiopía, el agua es responsabilidad de cada distrito y los gobiernos locales carecen de experiencia o fondos. «Las personas que viven en barriadas y zonas rurales sin acceso al agua potable son las que no tienen acceso a los políticos», afirma Paul Faeth, presidente de Global Water Challenge, consorcio de 24 organizaciones no gubernamentales con sede en Washington, D.C. Es por eso que, en buena medida, el esfuerzo de llevar agua limpia a los más necesitados depende de las organizaciones de caridad y los resultados son muy variados.
Salpicadas con los restos de antiguos proyectos hidráulicos, las aldeas de Konso y otras regiones parecidas del mundo en desarrollo enfrentan el grave dilema de que casi la mitad de las iniciativas hidráulicas comienzan a deteriorarse apenas los grupos que las implementaron terminan su labor. Muchas veces el problema es que utilizan tecnologías que no pueden repararse localmente o bien las refacciones requeridas sólo pueden conseguirse en la capital del país. Sin embargo, también hay otras causas dolorosamente baladíes: los aldeanos no tienen el dinero para comprar una refacción de tres dólares o no cuentan con una persona de confianza para adquirir la pieza con los fondos reunidos. El estudio realizado en Konso, en 2007, reveló que de los 35 proyectos construidos sólo nueve seguían funcionando.

En la actualidad, WaterAid, organización internacional no lucrativa que opera desde el Reino Unido y una de las mayores agrupaciones de beneficencia para proyectos de agua y saneamiento, ha emprendido la tarea de llevar agua a las aldeas más desamparadas de Konso. Al momento de mi visita, WaterAid había reparado cinco proyectos y trabajaba en la recuperación de otros tres. También estaba instalando canalones en los tejados de los edificios del centro de salud de la capital de Konso, para conducir el agua de lluvia hacia un tanque cubierto. El agua ya está siendo tratada y utilizada en el centro de salud.

WaterAid también trabaja en aldeas como Foro, adonde nadie ha podido conducir el agua con éxito. Su estrategia combina tecnologías duraderas (presas de arena para captar y filtrar el agua de lluvia que se pierde por escurrimiento) con nuevas ideas (sanitarios que producen gas metano para una cocina comunitaria). Sin embargo, la verdadera innovación es que WaterAid enfoca la tecnología sólo como un aspecto de la solución, dando la misma importancia a la participación de la población en el diseño, construcción y mantenimiento de los nuevos proyectos hidrológicos. Antes de realizar cualquier esfuerzo, WaterAid pide a la comunidad que forme un comité WASH (siglas en inglés de agua, saneamiento e higiene) de siete miembros, cuatro de ellos mujeres. Dicho comité colabora directamente con WaterAid en la planificación, involucra a la población en la construcción del proyecto y finalmente se ocupa de administrarlo y darle mantenimiento.
Los habitantes de Konso, que desarrollan cultivos en terrazas en las laderas montañosas, son famosos por su dedicación al trabajo y por ello se les considera un recurso importante (uno de los pocos de la región) para la obtención de agua. De hecho, los residentes de la aldea de Orbesho construyeron por su cuenta un camino para facilitar el paso de la maquinaria de perforación y el verano pasado motorizaron la bomba que habían instalado junto al río para impulsar el agua hacia un nuevo embalse construido en lo alto de una colina cercana, desde donde corre por gravedad en tuberías conectadas con las poblaciones del otro lado de la montaña. Los residentes de esas aldeas aportaron unos cuantos centavos por cabeza para financiar el proyecto, prepararon concreto y cavaron zanjas para la tubería.

Desde lejos, semejaban una serpiente de tonalidades abigarradas: 200 personas, en su mayoría mujeres, formaban una fila por la ladera de la montaña, desde la bomba hasta el depósito. Mientras, algunos hombres ayudaban a colocar los gruesos ductos en la zanja. El conjunto formaba una escena casi festiva con el sabor del progreso. Centenares de personas se presentaron cada mañana, durante cuatro días, para excavar. Si instalar una bomba de agua es un desafío tecnológico, fomentar la higiene representa uno distinto. Wako Lemeta es uno de dos promotores sanitarios que WaterAid capacitó para trabajar en Foro. Lemeta se detiene en casa de Binayo y pide al marido, Guyo Jalto, que le permita revisar sus bidones. Jalto lo conduce hasta la choza donde se encuentran y Lemeta abre uno y lo olfatea. Asiente con aprobación: la familia utiliza WaterGuard, producto que purifica los recipientes de agua potable, distribuido por el gobierno a raíz de una epidemia reciente. Lemeta se asegura también de que las familias tengan letrinas y habla con los aldeanos sobre las ventajas de hervir el agua, lavarse las manos y bañarse dos veces por semana.

Muchos han adoptado las nuevas prácticas. Diversos estudios revelan que el uso de letrinas en la región se ha incrementado de 6 a 25?% desde que WaterAid comenzó su labor, en diciembre de 2007. Pero es una lucha constante. «Cuando les digo que usen jabón ?explica Lemeta?, suelen decirme: ?Dame el dinero para comprarlo?».Hay que superar obstáculos parecidos para que funcione cualquier programa tras la salida del grupo de ayuda. WaterAid y otras organizaciones opinan que se deben cobrar cuotas de usuario simbólicas (un centavo de dólar o menos por bidón) para sustentar el proyecto, pues el comité WASH de la aldea puede utilizar esos fondos para refacciones y reparaciones.

El agua y el dinero siempre han sido una combinación difícil, como demuestra el caso de Bolivia. En 1999, el gobierno otorgó a un consorcio multinacional los derechos para proporcionar agua y servicios de saneamiento a Cochabamba durante 40 años. El alto costo de los servicios condujo a la expulsión del consorcio y enfocó la atención global en el problema de la privatización del agua. Las compañías operan sistemas públicos del líquido para recibir utilidades, por lo que tienen pocos incentivos para extender sus conexiones a regiones rurales apartadas u ofrecer el líquido a los pobres por un precio accesible. Pero alguien tiene que pagar el agua. Aunque brota de la tierra, no sucede lo mismo con las cañerías y las bombas. Hasta las organizaciones públicas cobran el agua que suministran y, muchas veces, el líquido es más costoso para quienes tienen menos posibilidades de pagarlo: los habitantes de las aldeas más aisladas y áridas del planeta.

«La interrogante principal es quién tiene el poder de decisión ?comenta Faeth, de Global Water Challenge?. El ámbito local permite un contacto más directo entre quienes implementan el programa y los usuarios del agua».Por ejemplo, los aldeanos de Konso son propietarios y controladores de sus bombas, mientras que los comités electos fijan cuotas para el mantenimiento. Los aldeanos me dijeron que, tras unas semanas, se dieron cuenta de que un centavo por bidón era una cantidad realmente mínima, muy inferior al costo de las horas perdidas acarreando agua, y nada comparada con el tiempo, el dinero y las vidas que cobraban las enfermedades.

¿Cómo cambiaría la existencia de Aylito Binayo si no tuviera que volver al río por agua? En las profundidades de una cañada, lejos de Foro, hay un pozo de 120 metros de profundidad. Cuando lo visité parecía poca cosa; no era más que una caja de concreto rodeada de una pirámide de zarzas y un bidón invertido para proteger la abertura. Pero, algo importante ocurriría en marzo: una bomba motorizada impulsaría el agua montaña arriba hasta un embalse y, desde allí, el líquido descendería por gravedad hasta las aldeas locales, Foro incluida. La población tendría dos tomas de agua comunitarias y una ducha pública. Si todo salía bien, Aylito Binayo dispondría de un grifo de agua limpia a tres minutos a pie de su casa.
Cuando le pedí que imaginara una vida así de cómoda, la mujer cerró los ojos y comenzó a describir una larga lista de tareas. Iría a los campos para ayudar al marido, recogería pastura para las cabras, prepararía la comida, limpiaría el complejo familiar y cuidaría de sus hijos. «No me atrevo a creer que funcionará. Vivimos en lo alto de una montaña y el agua está abajo ?murmura?. Pero si resultara, sería muy, muy feliz».Le pregunto por las expectativas para su familia y su respuesta es conmovedoramente humilde: superar la hambruna que ha provocado la sequía, sobrevivir a la nueva oleada de enfermedades. Binayo no sueña. Jamás se ha atrevido a imaginar que un día su vida podría ser mejor, que alguna vez dispondría de un grifo de metal por el cual la dignidad saldría a raudales.

Este reportaje corresponde a la edición de Abril 2010 de National Geographic.

National Geographic

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