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Naufragio en la Zona Prohibida

Hace cinco siglos un barco cargado con oro naufragó en una playa llena de diamantes.

Es raro que la historia se desarrolle como una fábula. Sin embargo, consideremos lo siguiente: un barco mercante portugués del siglo xvi, que llevaba una fortuna en oro y marfil y se dirigía a un afamado puerto especiero en la costa de India, es desviado de su curso por una feroz tormenta cuando trataba de rodear el extremo meridional de África. Días después, maltrecho y destrozado, el barco se va a pique en una misteriosa costa rodeada de niebla y salpicada por más de 100 millones de quilates de diamantes, una burla cruel para los sueños de riqueza de los marineros. Ningún náufrago regresó a casa.

Esta improbable historia se habría perdido de no haber sido por el sorprendente descubrimiento, en abril de 2008, de un naufragio en la playa de Sperrgebiet, el fabulosamente rico y famoso usufructo restringido de la compañía minera De Beers cercano a la desembocadura del río Orange, en la parte sur de la costa de Namibia. El geólogo de una compañía, que trabajaba en el área minera U-60, se encontró con lo que creyó era una media esfera de roca perfectamente redondeada. Con curiosidad la levantó y de inmediato se dio cuenta de que era un lingote de cobre. Una extraña marca con forma de tridente sobre su erosionada superficie resultó ser el sello distintivo de Anton Fugger, uno de los más acaudalados financieros de la Europa renacentista. El lingote era del tipo utilizado para comerciar especias en las Indias en la primera mitad del siglo xvi.

Más tarde, los arqueólogos encontrarían la asombrosa cantidad de 22 toneladas de estos lingotes bajo la arena, así como un cañón, espadas, marfil, astrolabios, mosquetes y una cota de malla; miles de artefactos en total. Y, desde luego, oro, puñados de oro: más de 2?000 hermosas y pesadas monedas, principalmente excelentes españoles con las efigies de Fernando e Isabel, pero también algunas de acuñación veneciana, morisca, francesa, así como portugueses exquisitos con el escudo de armas del rey João III.

Hasta el momento es el naufragio más antiguo y valioso encontrado en la costa del África subsahariana. Su valor en dólares es inconmensurable, pero ninguno de sus tesoros ha encendido la imaginación de los arqueólogos del mundo como el naufragio mismo: un East Indiaman portugués de los años treinta del siglo xvi, el corazón de la era de los descubrimientos, con su cargamento de tesoros y bienes comerciales intacto, y que estuvo en estas arenas sin ser tocado y sin que nadie lo sospechara durante casi 500 años.

«Esta es una oportunidad inestimable ?dice Francisco Alves, el decano de los arqueólogos marinos portugueses y jefe de arqueología náutica del Ministerio de Cultura?. Sabemos tan poco sobre estos viejos barcos. Es el segundo en ser excavado por arqueólogos. Todos los demás fueron saqueados por buscadores de tesoros».
Los buscadores de tesoros nunca serán un problema aquí, no en medio de una de las minas de diamantes más celosamente custodiadas, en una costa cuyo nombre, Sperrgebiet, significa «zona prohibida» en alemán. Sin cometer saqueos, las autoridades de De Beers y del gobierno de Namibia, que trabajan el usufructo como una empresa conjunta llamada Namdeb, suspendieron operaciones alrededor del sitio, llamaron a un equipo de arqueólogos y durante unas cuantas semanas excavaron en busca de historia en lugar de diamantes.

Los especialistas necesitarán años para estudiar la riqueza del material obtenido en el naufragio de los diamantes, como se le ha llamado. «Es mucho lo que desconocemos», dice Filipe Vieira de Castro, el coordinador portugués del programa de arqueología náutica de la Universidad A&M de Texas. Castro ha pasado más de 10 años estudiando barcos mercantes portugueses, o naus, y recientemente ha desarrollado modelos computacionales basados en las escasas evidencias arqueológicas disponibles. «Este naufragio nos proporcionará nuevos elementos para comprender todo, desde el diseño del casco, las jarcias y la evolución de los barcos, hasta pequeñas cosas cotidianas, como la forma en que cocinaban sus alimentos a bordo y qué llevaba la gente en estos grandes viajes».

De hecho, un poco de trabajo de investigación entre los raros manuscritos y los archivos reales de Lisboa ha logrado reunir elementos suficientes para contar la historia de un viaje olvidado y de un barco desaparecido que resultó tener tanta riqueza en ironía y alegoría como en oro.La historia comienza en un fresco día de primavera en Lisboa, el viernes 7 de marzo de 1533, para ser exactos, cuando las grandes naus de la flota de Indias de ese año navegaban majestuosamente por el río Tajo hacia el Atlántico. Estas naves eran el orgullo de Portugal, los transbordadores espaciales de su época, rumbo a una odisea de 15 meses para traer una fortuna en pimienta y especias de continentes distantes. Goa, Cochín, Sofala, Mombasa, Zanzíbar, Ternate, lugares ricos en historia, alguna vez tan remotos como las estrellas, ahora eran puertos familiares, integrados a la cultura portuguesa gracias al ingenio de los portugueses y a una tecnología de vanguardia.

Los barcos que navegaban por el río Tajo en 1533 eran sólidos y competentes; dos de ellos eran nuevos, propiedad del rey. Uno era el Bom Jesus ?el Buen Jesús?, capitaneado por don Francisco de Noroña, que llevaba unos 300 marinos, soldados, comerciantes, sacerdotes, nobles y esclavos.

ASIGNARLE NOMBRE e historia a un naufragio de 500 años de antigüedad, hallado de manera inesperada en una costa remota, requiere un astuto trabajo detectivesco y algo más que un poco de suerte, en especial cuando se cree que se trata de un naufragio ocurrido en los inicios del imperio portugués. Aunque después el imperio español dejó gran cantidad de documentos, un catastrófico terremoto, tsunami e incendio, en noviembre de 1755, casi borró a Lisboa del mapa y se llevó la Casa da India, el edificio que albergaba la mayoría de los preciados mapas, cartas de navegación y registro de las naves, hacia el río Tajo.
«Eso dejó un enorme hueco en nuestra historia ?dice Alexandre Monteiro, arqueólogo marino que trabaja con el Ministerio de Cultura de Portugal?. Sin la posibilidad de estudiar los archivos de Indias, hay que buscar otras formas más imaginativas de encontrar información».

En el caso que nos ocupa, una clave vital la proporcionaron las monedas encontradas en abundancia en el sitio del naufragio, en especial las raras y hermosas monedas portuguesas del rey João III, que se acuñaron sólo por unos años, de 1525 a 1538, y después se retiraron, derritieron y no se volvieron a emitir. El hallazgo de tantas monedas portuguesas nuevas y brillantes en el naufragio es un fuerte indicio de que el barco navegó durante este periodo de 13 años. Además, el cargamento de lingotes de cobre sugiere que iba en camino hacia India para comprar especias, y no de regreso.

Aunque los registros de la Casa da India se han perdido, algunos datos aislados fascinantes permanecen en bibliotecas y archivos que sobrevivieron el terremoto de 1755. Entre estos están las Relações das Armadas, relaciones de las flotas. Un minucioso estudio de las más completas muestra que 21 barcos se perdieron en su camino a las Indias entre 1525 y 1600. Sólo uno de estos fue cerca de Namibia: el Bom Jesus, que navegó en 1533 y «se perdió al regresar del Cabo de Buena Esperanza».
Otra inquietante indicación hacia el Bom Jesus viene de una carta que Monteiro descubrió en los archivos reales. Con fecha del 13 de febrero de 1533, revela que el rey João había enviado un caballero a Sevilla para recoger 20?000 cruzados de oro de un consorcio de hombres de negocios que habían invertido en la flota que estaba a punto de partir a las Indias, la cual incluía al Bom Jesus. Los arqueólogos estaban desconcertados por la cantidad enorme de monedas españolas halladas en el naufragio: cerca de 70?% eran excelentes, lo que no se esperaba de un barco portugués. «Esta carta podría explicarlo ?dice Monteiro?. Parece que los inversionistas españoles tenían grandes intereses en la flota de 1533».
Un raro volumen del siglo xvi llamado Memória das Armadas incluso ofrece una tentadora visión del Bom Jesus. Editado como volumen conmemorativo, una especie de libro de arte de la época renacentista, contiene ilustraciones de todas las flotas que navegaron hacia las Indias cada año después de que Vasco da Gama inauguró la ruta en 1497. Entre las ilustraciones de 1533 hay una viñeta de dos mástiles aparejados a toda vela que se desvanecen entre las olas y la leyenda «Bom Jesus» junto a un simple epitafio: perdido.

¿Qué fue lo que pasó entonces? Parece que unos cuatro meses después de su grandiosa salida de Lisboa, una enorme tormenta alcanzó y dispersó la primera flota de 1533. Los detalles son poco precisos. Un recuento del viaje por el capitán don João Pereira, comandante de la flota, se ha perdido. Lo que queda es el acuse de recibo del reporte por parte de un oficial y una mención de que el Bom Jesus desapareció cerca del cabo debido al enloquecido clima. Es fácil imaginar lo que pasó después: la nave, maltrecha por la tormenta, fue arrastrada por los fuertes vientos y corrientes que se forman en el suroeste de la costa africana; en su indefensión, fue llevada cientos de kilómetros hacia el norte. Al tiempo que los matorrales del desierto de Namibia se hacían visibles, la infortunada nave golpeó un saliente de roca a unos 140 metros de la costa. El impacto rompió gran parte de la popa, lo que ocasionó que toneladas de lingotes de oro se dispersaran en el mar, enviando a su tumba al Bom Jesus.
ADELANTÉMONOS cinco siglos a un sitio de arqueología marítima que ofrece una sensación surrealista. Un grupo de investigadores protegidos por sombreros y bloqueador solar excava los restos de un barco hundido que se encuentran unos seis metros bajo el nivel del mar; el océano Atlántico es detenido por un muro de contención de tierra con una pequeña fuga en la base. Cámaras de circuito cerrado de televisión, colocadas alrededor del perímetro del sitio, monitorean los movimientos de todos, como recordatorio de que, a pesar de la emoción del hallazgo, aún es una mina de diamantes (y muy rica) donde los diamantes sueltos se pueden mezclar con la arena que cepillan los arqueólogos.»Si no fuera por el peso de esos lingotes de cobre, no habría nada que encontrar ?explica Bruno Werz, director del Instituto de Arqueología Marítima de África del Sur.

Werz y un equipo de investigadores han examinado minuciosamente el naufragio, con mediciones y fotografías analizándolo milímetro a milímetro con el más avanzado escáner láser tridimensional. Entre otras cosas, tratan de reconstruir los últimos angustiosos momentos, que no debieron ser agradables: restos destrozados del casco y el castillo de proa, mástiles y jarcias empapándose en el oleaje, arrastrados hacia el norte por la corriente y probablemente rompiéndose en el proceso. Los mineros encontraron un bloque enorme de jarcias de madera, a más de cuatro kilómetros costa arriba. ¿Y qué hay de las personas a bordo, don Francisco y los demás?

«Una tormenta invernal en estas costas no es ningún chiste ?explica Dieter Noli, arqueólogo residente de la mina que ha vivido y trabajado en este segmento del desierto de Namibia por más de 10 años?. Debe haber sido horrible, con vientos de más de 125 kilómetros por hora y un oleaje enorme. Llegar a la playa debió haber sido imposible. Por otra parte, si la tormenta se extinguió sola y la nave se mantuvo a flote cerca de la playa en uno de esos días neblinosos y tranquilos que hay por aquí, bueno, entonces se abren todo tipo de posibilidades interesantes».

Lo anterior quizá sucedió. Aunque el descubrimiento de huesos de los dedos de los pies de una persona, que se encontraron dentro de un zapato atrapado en una masa de maderos, indica que por lo menos una persona no sobrevivió. Esos fueron los únicos restos humanos que se recuperaron del naufragio. Y se encontraron pocos efectos personales. Esto hace creer a los arqueólogos que, pese a que la nave se destrozó en la línea de la costa, muchos, si no es que la mayoría de los que iban a bordo, lograron llegar a tierra.

¿Y después, qué? Este es uno de los lugares más inhóspitos de la tierra, un páramo baldío e inhabitado de arena y matorrales que se extiende por cientos de kilómetros. Era invierno. Los tripulantes estaban ateridos y mojados, exhaustos y sin ninguna posesión. No había esperanza de que los rescataran o los buscaran, pues nadie en el mundo exterior sabía que estaban vivos, y mucho menos dónde empezar a buscar. Tampoco era probable que alguna otra nave pasara por ahí siquiera por casualidad: estaban muy lejos de las rutas comerciales. Y en el supuesto de que alguien pudiera regresar a Portugal? bueno, para entonces es como si hubieran naufragado en Marte. De todos modos, las cosas no necesariamente tuvieron que resultar mal para los náufragos, según Noli. El río Orange se encuentra a sólo 25 kilómetros al sur del naufragio, fuente de agua dulce que pudieron haber descubierto debido a la abundante vegetación en su desembocadura, y había comida alrededor: mariscos, huevos de aves marinas e incontables caracoles desérticos.

Además, los portugueses tal vez se encontraron con los expertos en supervivencia locales. El invierno es la temporada en que los cazadores-recolectores conocidos como bosquimanos se aventuraban hacia el norte por esta costa con la esperanza de encontrar cadáveres de ballena franca austral que a veces iban a dar a estas costas. Según Noli, la fortuna que tuvieran los portugueses dependería sólo de ellos. «Si supieron negociar en lugar de arrebatar, no hay razón para creer que no se llevaran bien con todos».  Cualquiera que haya sido su destino, los sobrevivientes del Bom Jesus no tuvieron el presentimiento de la exquisita ironía con que las plegarias que rezaron tanto tiempo atrás en Lisboa serían respondidas. Se embarcaron en un viaje en busca de riquezas, prometieron levantar altares y ofrecer exvotos si eran favorecidos y tenían éxito. Ahora, ahí estaban, en una playa de inimaginable riqueza, una franja desértica de 300 kilómetros fantásticamente rica en diamantes de alta calidad.
Durante mucho tiempo el río ha arrastrado millones de diamantes desde los depósitos que se encuentran 2?735 kilómetros tierra adentro. Sólo las piedras con calidad de gema más duras, más brillantes, sobrevivieron el recorrido. Se dispersaron en el Atlántico, en la desembocadura del río, y fueron arrastradas hacia la costa por la misma corriente fría que algún día llevó al Bom Jesus hacia su muerte.

Este reportaje corresponde a la edición de Noviembre 2009 de National Geographic.

National Geographic

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