Los nascas de Perú dejaron una huella extensa: reconocemos su cultura por sus imponentes grabados sobre terrenos arenosos en las alturas de los Andes.
Los nascas de Perú dejaron una huella extensa: reconocemos su cultura por sus imponentes grabados sobre terrenos arenosos en las alturas de los Andes -el colibrí, el mono y otros geoglifos-, visibles enteramente sólo desde el aire. Pero los nascas, que florecieron entre 200 a.C. hasta cerca de 600 d.C., no dejaron claves deliberadas sobre las funciones de esas imágenes.
Ese irresistible misterio ha atraído a arqueólogos para estudiar asimismo los vestigios menores de los nascas. Mientras algunos investigadores han pasado décadas tratando de entender los geoglifos, otros han examinado cómo sobrevivían los nascas en el árido clima andino. Como el nuestro, su clima fluctuaba: las lluvias eran escasas e impredecibles; con frecuencia los ríos de montaña estaban secos.
Cuando los patrones de precipitación cambiaban, los nascas habrían levantado sus emplazamientos para seguirlas. Esqueletos decapitados enterrados con cuidado en sitios como La Tiza (arriba) testimonian el hecho de que, cuando rezaban para pedir abundancia, los nascas en ocasiones recurrían a ofrendar a sus dioses el obsequio supremo.
No obstante, de algún modo cultivaron la tierra y florecieron en el seco Valle de Nasca durante ocho siglos. Este mes te traemos los últimos hallazgos de un equipo internacional, apoyado en parte por tu suscripción a National Geographic Society.
Desde analizar materia orgánica en objetos de vivienda hasta medir la densidad del suelo bajo los geoglifos, los investigadores examinaron cómo los nascas enfrentaron severos cambios climáticos y por qué crearon esos asombrosos geoglifos. Encarnaron una imagen de una cultura increíblemente verde, que utilizaba poco y reutilizaba mucho. La respuesta al misterio radica, al parecer, en observar las huellas que uno va dejando.
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