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Banquete frenético

Varias veces al año, cuando la época y el flujo de mareas se combinan, las mantarrayas de todos los puntos del archipiélago se reúnen en la Bahía de Hanifaru.

708 kilómetros de la costa sur de India, en el archipiélago que constituye la nación de las Maldivas, existe una isla despoblada llamada Hanifaru.
No hay mucho que ver desde el aire: un ramillete de arbustos tropicales sobre la arena que podría caber en la plataforma trasera de un camión. Hanifaru es tan pequeña que un niño podría recorrer toda su costa, en forma de cimitarra, en 10 minutos. El tamaño de este islote no es algo anormal en Las Maldivas, un grupo de 1,192 minúsculas islas agrupadas en 26 atolones circundados por la inmensidad del Océano Índico.

Sin embargo, varias veces al año, cuando la época y el flujo de mareas se combinan, las mantarrayas de todos los puntos del archipiélago se reúnen en este lugar para alimentarse en una espectacular danza acuática sobre la barrera coralina.

De mayo a noviembre, cuando la marea lunar ejerce presión contra la corriente sudoccidental del monzón en el Océano Índico, un efecto de succión hace que el krill tropical y otras formas de plancton emerjan desde el agua profunda hasta la superficie.

La corriente los arrastra hacia el callejón sin salida que es la Bahía de Hanifaru. Si se quedaran en la superficie, las corrientes acuáticas arrastrarían a esos crustáceos planctónicos sobre las paredes coralinas de la bahía y los llevarían a la seguridad en mar abierto.

Pero no pueden, porque el instinto los obliga a sumergirse para evitar la luz. Al reaccionar así, quedan atrapados en lo profundo del cuenco. En unas cuantas horas, una impresionante concentración de plancton se acumula, formando un enjambre tan denso que las aguas se vuelven turbias.

Es la señal para que las Manta birostris entren en escena. «Exactamente después de la marea alta verás aparecer a algunas mantas gigantes ?explica Guy Stevens, biólogo marino británico que ha estudiado este pez raya de Las Maldivas durante los últimos tres años?.

Luego, en una maniobra rápida e inesperada aparece un grupo completo en el lugar y verás a no menos de 200 ejemplares alimentarse durante un lapso de dos a cuatro horas, en una bahía que no es más grande que una cancha de futbol».

Estos impresionantes peces (la envergadura de las mantas de Las Maldivas puede alcanzar hasta los 3.5 metros), dinámicos ejemplares con una boca del tamaño de una caja de zapatos que usan para remover la concentración de plancton como si fueran segadoras de trigo, aspiran a su presa.

Giran hacia atrás cuando encuentran una zona con abundante plancton, y dan volteretas para permanecer en el codiciado lugar. Forman una cadena para alimentarse, una tras otra en una fila de fauces abiertas. En los estrechos confines de la Bahía de Hanifaru, las mantas deben ampliar su repertorio y Stevens ha identificado maniobras que rara vez han visto los científicos.

Cuando 50 mantas o más forman una cadena para alimentarse en la bahía, a veces sucede algo extraordinario. La que va al frente alcanza la cola haciendo de la línea un vórtice. «Lo llamamos alimentación ciclónica ?explica Stevens?, si ves que más de un centenar de mantas actúan de esa manera, empiezan a hacer círculos cada vez más grandes.

Cuando la cadena se rompe, la alimentación se vuelve un caos». La majestuosa danza en las aguas lechosas se convierte en una gresca, con centenares de mantas chocando entre sí. Aunado a la confusión están los tiburones ballena, lánguidos gigantes, casi del tamaño de un contenedor de 12 metros que se alimentan de plancton, que aparecen para compartir el botín.

El plancton se agota en cuestión de horas, el banquete poco a poco llega a su fin y las mantas remueven el arenoso lecho marino de la bahía con sus lóbulos cefálicos para lanzar a las presas escondidas de nuevo a la columna de agua. Hace generaciones, esos lóbulos cefálicos corniformes de las mantas les ganaron el nombre de pez diabólico.

Su espeluznante tamaño y su forma de murciélago les confirieron un aura de animales misteriosos y amenazadores y fueron vilipendiados como monstruos feroces. Eso cambió en los años setenta, cuando unos buzos descubrieron que eran criaturas dóciles. En algunas ocasiones hasta permitieron que las montaran para dar una vuelta sobre sus anchos lomos.

Gracias a su naturaleza complaciente, en la actualidad se han ganado la dudosa categoría de atractivo turístico subacuático, atrayendo a buzos aficionados para que naden con ellos en condiciones demasiado cercanas y agresivas para la naturaleza. Sin embargo, para una especie que se considera casi amenazada, esta nueva popularidad literalmente podría ser su salvación.

Como las mantas tienen una tasa de reproducción lenta son vulnerables a la pesca excesiva; así que una actividad turística sensata podría darles un incentivo económico a las comunidades locales para que las cuiden en lugar de cazarlas. Es un equilibrio delicado, sin embargo.

Demasiados visitantes podrían alejarlas de sus zonas de alimentación como la Bahía de Hanifaru. En Las Maldivas, Stevens sigue catalogando los animales locales (ha identificado más de 1?500 ejemplares por los inconfundibles patrones moteados de cada uno de ellos).

Su información también registra y documenta las fechas exactas en que se alimentan, datos que podrían ser muy valiosos para programar las actividades turísticas locales. Stevens sabe que el tiempo se acaba y se afana en organizar un programa de auto vigilancia entre los centros vacacionales y los guías de la localidad antes de que el turismo subacuático invada Hanifaru.

«No queremos que se arruine lo que tenemos aquí», afirma. Si su plan funciona, la Bahía de Hanifaru seguirá siendo un santuario para que las mantas practiquen la alimentación ciclónica, apenas con el suficiente espacio para los tiburones ballena y también para los seres humanos.

National Geographic

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