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En busca del fantasma de Nansen

Como muchos jóvenes noruegos, Ousland había crecido escuchando historias sobre las hazañas de Nansen a la hora de dormir.

Thomas Ulrich la vio primero. Era de un blanco puro, como una nube larga y suave en el horizonte, con una sola franja oscura. Las sombras que pasaban la delataron. Las sombras se movían -eran nubes- pero la franja no. «Creo que veo tierra», le dijo a Børge Ousland, con quien había pasado las seis semanas anteriores siguiendo el recuerdo de dos famosos exploradores a través del Ártico.

Empezando en el Polo Norte, la pareja había esquiado 974 kilómetros hasta este sitio, cerca de la costa norte de la Tierra de Francisco José, el lejano archipiélago siberiano donde Fridtjof Nansen y Hjalmar Johansen habían buscado refugio después de su intento por llegar al Polo Norte en 1895.

Como muchos jóvenes noruegos, Ousland había crecido escuchando historias sobre las hazañas de Nansen a la hora de dormir. Años más tarde, esos relatos lo inspiraron para realizar su primera expedición en esquí, en solitario y sin apoyo al Polo, una de sus 14 visitas como aventurero y guía profesional.

Ahora, él y Ulrich, montañista y fotógrafo, siguía la misma angustiosa ruta que Nansen y Johansen habían tomado 112 años antes, algo que nadie más había hecho. «Traíamos el libro de Nansen, así supimos que experimentabamos muchas de las mismas cosas», dijo Ulrich.

«Al igual que ellos, teníamos esquís y kayaks ?agregó Ousland?, pero en lugar de perros utilizamos paracaídas de arrastre que nos ayudan a ir más rápido. Y, por supuesto, tenemos equipo de comunicación y navegación, mientras que ellos no sabían con certeza dónde estaban.

La tierra que Ulrich había avistado era la lejana costa de la isla Eva-Liv, a la que Nansen nombró así por su esposa e hija. Pero que Ulrich y Ousland pudieran ver la isla no significaba que podían llegar a ella. Cuando Nansen y Johansen vislumbraron por primera vez la ínsula, creyeron que sólo les tomaría uno o dos días llegar allí.

Al final, les llevó 13 días y por poco no desembarcan. En junio de 2007, Ulrich y Ousland enfrentaron los mismos obstáculos. El suave hielo marítimo por el que se habían movido rápidamente durante días se había convertido en un caos de escombros helados.

Peor aún, todo el revoltijo era arrastrado hacia el noroeste, lejos de Eva-Liv, mientras los témpanos se rozaban entre sí conforme las corrientes los hacían emerger. Sin otra opción que seguir adelante, los aventureros se arriesgaron en el hielo a la deriva.

No obstante, a unos 15 kilómetros de tierra, saltaron de témpano en témpano, jalando tras ellos sus pesados kayaks. En la noche cuando se esforzaban por dormir, el hielo se movió debajo de ellos. «Como si alguien te pateara en la espalda», comentó Ousland.

Lo extraño era el silencio. En invierno, el hielo marítimo hace un terrible escándalo cuando se resquebraja y desbarata, pero en el benigno clima de primavera, cercano a los 0°C, los témpanos, de hasta un metro de grosor, se apretujan silenciosamente unos contra otros.

@@x@@Una mañana a las cuatro, Ulrich despertó a Ousland para decirle que se movían a la deriva, alejándose de la costa a aproximadamente un kilómetro por hora, según su aparato de GPS. Cuando abrieron la tienda, observaron que a unos 100 metros se había abierto un enorme canal de agua negra. En ese momento decidieron esforzarse lo más posible para llegar a tierra.

«Acordamos no detenernos hasta llegar allí -dijo Ousland-, porque si no lográbamos arribar ese día a la isla, nunca llegaríamos a Eva-Liv». Dirigiéndose hacia el sureste, caminaron con dificultad y remaron a través de una espesa niebla hasta que alcanzaron un borde de hielo sólido. Habían pasado más de 24 horas.

Ulrich revisó el gps para ver el desplazamiento. No había ninguno. El hielo estaba firmemente anexado a tierra. Lo habían logrado. Durante las siguientes ocho semanas, siguieron los pasos de Nansen y Johansen hacia el suroeste a través del archipiélago, moviéndose de isla en isla.

La Tierra de Francisco José, alguna vez una zona militar soviética vedada en su mayor parte a los forasteros, permanece casi tan intacta como en la épocas de Nansen. En cabo Norvegiya, en la isla de Jackson, Ousland y Ulrich encontraron las ruinas del miserable refugio de piedra con techo de piel de morsa donde los primeros exploradores habían pasado el invierno.

«Me sorprende que no se hayan dado un tiro», dijo Ulrich al mirar el reducido círculo de piedras del estrecho refugio. «La única razón por la que sobrevivieron ?agrega Ousland? fue porque se negaron a darse por vencidos.» Para cuando Ousland y Ulrich llegaron a cabo Flora, en la isla Northbrook, donde Nansen y Johansen fueron rescatados por el explorador británico Frederick George Jackson, también estaban ansiosos por partir.

Un amigo de Oslo había acordado recogerlos en un velero, pero estaba demorado varias semanas. «Era un lugar muy tranquilo con un pequeño lago, el sitio perfecto para esperar tres semanas ?dijo Ulrich?. Las otras islas eran sólo rocas, piedras y hielo, pero cabo Flora era verde, con musgo y flores».

Los únicos otros habitantes eran miles de aves marinas que anidaban en los acantilados y una osa polar hambrienta con su cachorro, varados por la falta de hielo marítimo como consecuencia del reciente cambio climático. Noche tras noche, los osos regresaban al campamento para probar suerte, sólo para encontrarse con otra bengala colocada ahí para ahuyentarlos.

Al final, los hombres tuvieron que alejarlos rociándolos con gas pimienta, disparando al aire con rifles, golpeando ollas y sartenes y gritando a todo pulmón. «Los perseguimos hasta el agua ?comentó Ousland?. Después de eso, llegamos a un acuerdo».

El 13 de agosto, según lo prometido, el queche Athene apareció cerca de la costa de cabo Flora, y Ousland y Ulrich salieron remando en sus kayaks al encuentro de su transporte para regresar a Noruega. Después de 15 semanas en el lejano norte, llegó el momento de seguir al fantasma de Nansen de regreso a casa.

«Nansen estaba muy adelantado para su época en su manera de pensar acerca del Ártico y cómo viajar por él», dijo Ousland. «Para nosotros fueron como unas vacaciones en comparación a Nansen ?agregó Ulrich?. Nosotros sabíamos lo que teníamos enfrente. Él ni siquiera sabía dónde estaba ni qué tan lejos tenía que ir».

National Geographic

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