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Tras el horizonte azul

Es difícil no sentir un poco de empatía por el Capitán James Cook cuando descubrió Hawai un día de 1778.

De cómo los antiguos viajeros conquistaron las remotas islas del Pacífico
La emoción de aventurarse al otro lado del mundo se debe, en gran parte, al romanticismo de lo diferente. Así que es difícil no sentir un poco de empatía por el Capitán James Cook cuando «descubrió» Hawai un día de 1778. Era su tercera expedición por el Pacífico y había explorado incontables islas a lo largo y ancho del mar, desde la exuberante Nueva Zelanda hasta la desolada Isla de Pascua.

Este último viaje lo había llevado a miles de kilómetros de las Islas de la Sociedad, a un archipiélago tan remoto que incluso los polinesios de Tahití no lo conocían. Cuál no sería la sorpresa de Cook cuando los nativos de Hawai salieron en sus canoas y le hablaron en una lengua conocida, que había escuchado hasta en el más pequeño fragmento de tierra habitado durante sus viajes.

Se maravilló ante la ubicuidad de la lengua y la cultura del Pacífico y más tarde escribió en su diario: «¿Cómo explicar que esta nación esté tan diseminada en este vasto océano?».

Esta pregunta, junto con otras que se desprenden de ella, ha despertado mucha curiosidad durante siglos: ¿Quiénes eran estos admirables navegantes? ¿De dónde venían, de dónde salieron hace más de tres mil años? ¿Cómo pudo una cultura neolítica con sencillas canoas y sin equipo de navegación encontrar, ya no se diga colonizar, cientos de pequeñas islas dispersas en un océano que cubre casi una tercera parte del globo?

Las respuestas han tardado en llegar. Sin embargo, un descubrimiento arqueológico reciente en la isla de Efate, en la nación de Vanuatu, en el Pacífico, ha revelado la existencia de un antiguo pueblo de marineros, ancestros de los polinesios actuales, que dieron el primer paso hacia lo desconocido.

Los descubrimientos también han abierto una ventana que nos permite adentrarnos en el misterioso mundo de esos primeros viajeros. Por otra parte, han aparecido más piezas de este rompecabezas humano en lugares insólitos.

Los datos climáticos extraídos de los corales de lento crecimiento alrededor del Pacífico y de sedimentos en los lagos montañosos de América del Sur han contribuido a explicar cómo, más de mil años después, una segunda oleada de marineros polinesios se expandió por todo el Pacífico.

EN UN MONTÍCULO DESIERTO de la isla de Efate, a una media hora al este de Port-Vila, la vieja capital colonial de Vanuatu, Matthew Spriggs está sentado sobre un balde volteado. Sacude con delicadeza la tierra de una pieza de alfarería ricamente decorada, desenterrada hace apenas unos minutos.

«Nunca había visto algo así -dice mientras admira el intrincado diseño-. Nadie ha visto algo así. Esto es único». Esta descripción podría corresponder a gran parte de lo que está saliendo a la luz en este lugar. «Se trata de un sitio de primera o segunda generación con las tumbas de algunos de los primeros exploradores del Pacífico», comenta Spriggs, profesor de arqueología en la Universidad Nacional de Australia y director adjunto de un equipo internacional que excava en el sitio.

El lugar fue descubierto por suerte. El operador de una retroexcavadora que trabajaba en un plantío de cocos abandonado desenterró accidentalmente una tumba, la primera de docenas que se encontraron en este cementerio, algunas de 3,000 años de antigüedad.

Se había hallado el cementerio más antiguo de las islas del Pacífico. En él reposan los restos de la cultura que los arqueólogos llaman los lapitas, término que se deriva de una playa de Nueva Caledonia, donde se encontró un hito histórico de la alfarería de este pueblo en los años cincuenta del siglo XX.

Esta era una cultura de aventureros valientes que se hacían a la mar no sólo como exploradores, sino como pioneros que llevaban consigo todo lo necesario para construir sus nuevas vidas: familia, ganado, brotes de taro y herramientas de piedra.

En el transcurso de unos cuantos siglos, los lapitas extendieron sus fronteras desde los volcanes selváticos de Papúa Nueva Guinea hasta los islotes de coral más solitarios en Tonga, a unos tres mil kilómetros al este en el Pacífico. En el camino exploraron millones de kilómetros cuadrados de mares desconocidos y descubrieron y colonizaron docenas de islas tropicales que nunca habían sido pisadas por el hombre: Vanuatu, Nueva Caledonia, Fiji, Samoa.

@@x@@Sus descendientes, siglos después, se convirtieron en los grandes navegantes que evocamos cuando se habla de la cultura polinesia: los tahitianos y hawaianos, los maoríes de Nueva Zelanda y el enigmático pueblo que erigió las estatuas de la Isla de Pascua.

Pero los que sentaron las bases fueron los lapitas, que legaron a las islas su lengua, sus costumbres y su cultura, las cuales después serían diseminadas en todo el Pacífico por sus descendientes más famosos. La herencia lapita es gloriosa pero, por desgracia dejaron escasos rastros de su cultura.

Lo poco que se sabe, o se deduce, sobre ellos se ha reconstruido a partir de fragmentos de alfarería, huesos de animales, laminillas de obsidiana y otras fuentes indirectas, como la lingüística comparada y la geoquímica. Aunque sus viajes se pueden rastrear hasta las islas norteñas de Papúa Nueva Guinea, su lengua, cuyas variantes siguen hablándose en el Pacífico, provino de Taiwán.

Y su peculiar estilo para decorar la alfarería, creado al presionar un sello tallado sobre la arcilla húmeda, probablemente se originó en el norte de Filipinas. Con el descubrimiento del cementerio lapita de Efate, el volumen de datos disponibles para los investigadores aumentó enormemente.

Se han descubierto los restos de al menos 62 individuos hasta ahora, incluidos ancianos, mujeres jóvenes e incluso bebés, y se sabe que hay más esqueletos enterrados. Los arqueólogos también se emocionaron cuando encontraron seis recipientes lapitas enteros.

Anteriormente, sólo cuatro se habían desenterrado. También se halló una urna funeraria con pájaros modelados en el borde que parecían asomarse para ver la osamenta humana en el interior. Es un descubrimiento importante según Spriggs, ya que identifica los restos de manera concluyente como lapitas.

«Sería difícil que se argumentara que no son lapita cuando los restos están en una urna definitivamente lapita». Varias líneas de evidencia también apoyan la conclusión de Spriggs en cuanto a que esta comunidad era un grupo de pioneros que hacía sus primeros viajes hacia las fronteras de Oceanía.

Para empezar, el fechado con carbón radiactivo de los huesos y los restos de las fogatas los sitúa en las primeras etapas de la expansión lapita. Por otra parte, la composición química de las laminillas de obsidiana encontradas en el sitio indica que la roca no era local sino que provenía de una isla grande en el archipiélago Bismarck de Papúa Nueva Guinea, trampolín de los lapitas para su aventura en el Pacífico.

Este hermoso cristal volcánico se utilizó para elaborar herramientas cortantes, exactamente la clase de equipo de supervivencia que los exploradores habrían empacado en sus canoas. Una de las pistas más interesantes procede de las pruebas químicas realizadas a los dientes de varios esqueletos.

Antes, al igual que hoy, la comida y el agua que consumimos durante la niñez deposita oxígeno, carbono, estroncio y otros elementos en los dientes adultos en formación. Las firmas isotópicas de estos elementos varían sutilmente de lugar a lugar, de modo que si una persona creció, digamos, en Buffalo, Nueva York, y después pasó toda su vida adulta en California, las pruebas isotópicas de los dientes siempre revelarían que no nació ahí.

El análisis isotópico indica que muchos de los lapitas enterrados en Efate no pasaron su niñez ahí sino que eran originarios de otro lugar. Y aunque los isótopos no pueden precisar el lugar de origen exacto, lo que queda claro es que en algún momento de sus vidas estas personas salieron de sus pueblos natales y partieron en sus canoas para nunca regresar.

El ADN que se extrajo de estos huesos antiguos también podría contribuir para encontrar la respuesta a una de las preguntas más fascinantes de la antropología del Pacífico: ¿Provienen todos los habitantes de las islas del Pacífico de un solo lugar o de muchos? ¿Hubo una sola migración desde un punto en Asia o varias desde distintos puntos?

«Esto representa nuestra mejor oportunidad -dice Spriggs- para averiguar quiénes eran los lapitas, quiénes son sus descendientes más cercanos actualmente y de dónde provenían».

@@x@@HAY UNA PREGUNTA PERSISTENTE que la arqueología no ha podido responder: ¿Cómo lograron los lapitas hacer algo equivalente a un viaje a la Luna, varias veces? Nadie ha encontrado sus canoas o algún aparejo que pudiera revelar cómo navegaban.

La historia oral y las tradiciones de los polinesios posteriores no proporcionan ningún indicio, ya que se desvían hacia el mito mucho antes de remontarse tanto en el tiempo. «Lo único que sabemos con certeza es que los lapitas tenían canoas en las que podían navegar por el océano y que poseían la habilidad para manejarlas», dice Geoff Irwin, profesor de arqueología de la Universidad de Auckland y entusiasta de los yates.

Estas habilidades de navegación, asegura, se desarrollaron y transmitieron a través de generaciones durante miles de años, desde aquellos primeros marineros que avanzaron por los archipiélagos del Pacífico occidental cruzando distancias cortas hacia islas que estaban a la vista unas de las otras.

Pero la verdadera aventura empezó cuando los descendientes de los lapitas se aproximaron al extremo de las islas Salomón, en ese entonces, la orilla del mundo. El lugar más cercano para tocar tierra, las islas Santa Cruz, está a casi trescientos setenta kilómetros.

De esa distancia, los lapitas habrían navegado al menos doscientos cuarenta kilómetros sin tener tierra a la vista y con horizontes vacíos en todas direcciones. No obstante, esta travesía, alrededor de 1.200 a.C., fue tan sólo el principio, ya que Santa Cruz y Vanuatu fueron apenas los primeros descubrimientos, además de los más sencillos, de los lapitas.

Llegar a Fiji, lo cual lograron más o menos un siglo después, implicó cruzar más de ochocientos kilómetros de océano, día tras día en el azul vacío del Pacífico. ¿Qué les dio valor para lanzarse a un viaje tan arriesgado? La aventura lapita hacia el Pacífico se dirigió al Este, en contra de los vientos alisios prevalecientes, señala Irwin.

Esos vientos, sostiene, podrían encerrar la clave de su éxito. Todo esto presupone un detalle esencial, dice Atholl Anderson, profesor de prehistoria de la Universidad Nacional de Australia y, al igual que Irwin, ávido marinero: que los lapitas dominaban el avanzado arte de aprovechar el viento.

«Y no hay ninguna prueba de que pudieran hacer semejante cosa -dice Anderson-. Esto es lo que se supone, y se han construido canoas para recrear los primeros viajes con base en esta suposición. Pero nadie tiene idea de cómo eran sus canoas o cómo estaban aparejadas».

Sin importar cómo lo hayan logrado, los lapitas se esparcieron por una tercera parte del Pacífico y después dejaron de hacerlo por razones desconocidas. Frente a ellos se extendía el vasto océano Pacífico en su parte central y quizá ya no contaban con habitantes suficientes para aventurarse más allá.

Probablemente nunca fueron más de unos cuantos miles y en su rápida migración al Este encontraron cientos de islas, más de trescientas tan sólo en Fiji. Al hallar tan vastas riquezas quizá se establecieron para disfrutar de lo que en aquel tiempo era uno de los últimos edenes de la Tierra.

@@x@@DEBE HABER SIDO INCREÍBLE conocer este lugar en aquel entonces -dice Stuart Bedford, arqueólogo de la Universidad Nacional de Australia y director adjunto, con Matthew Spriggs, de la excavación en Efate-. Estas islas eran mucho más ricas en biodiversidad entonces».

Para ilustrarlo, recoge una concha de trochus del tamaño de un plato que se había desenterrado esa mañana. «Los arrecifes estaban cubiertos con miles de estas; cada una era una comida completa. Los peces abundaban en el mar, y en la selva había aves enormes que no podían volar, virtualmente mansas, ya que nunca antes habían visto un ser humano. Los lapitas deben haber pensado que habían llegado al paraíso».

Y así fue. Pero su historia es sobre el paraíso encontrado y perdido, porque, aunque los lapitas eran un pueblo neolítico, tenían la capacidad moderna de sobreexplotar los recursos naturales. En un periodo corto, a lo sumo un par de generaciones, esas enormes conchas de trochus desaparecieron del registro arqueológico; las aves también, así como una especie de cocodrilo terrestre.

En total, se considera que más de mil especies se extinguieron en las islas del Pacífico después de que los humanos irrumpieron en la escena. Los descendientes de los lapitas, a quienes ahora conocemos como polinesios, tardaron más de un milenio en salir a buscar nuevos territorios.

Los pioneros que inauguraron esta segunda era de descubrimientos hace unos mil doscientos años o más se encontraron con retos aún mayores que sus ancestros, ya que navegaron más allá de las aguas salpicadas de islas de Melanesia y Polinesia occidental y hacia el centro del Pacífico, donde las distancias se miden en miles de kilómetros y los diminutos grupos de islas son pocos y están muy distanciados.

¿Qué tan difícil habría sido encontrar tierra firme en toda esa vastedad marina? Para tener una noción de lo complicado de esta tarea, se puede considerar que la flota de Magallanes atravesó el Pacífico en 1520-1521 sin saber a dónde iba en un mar desconocido, y pasaron casi cuatro meses sin que encontrara tierra.

Nunca llegó a las Islas de la Sociedad, a Tuamotu o las Marquesas, entre otros archipiélagos. Muchos de esos desventurados marineros murieron de sed, desnutrición, escorbuto y otras enfermedades antes de que su flota llegara a Filipinas. Los primeros polinesios encontraron casi todo lo que había por descubrir, aunque les haya tomado siglos. Sus logros de exploración se recuerdan y se celebran hoy en día en festivales culturales por todo el Pacífico.

ES MEDIA TARDE Y LA ATMÓSFERA DE CARNAVAL ya se puede sentir en la playa de Punta Matira, en la isla de Bora Bora, en la Polinesia Francesa. El olor a carne asada impregna el aire y miles de alegres espectadores se acercan a la costa para presenciar el gran final del Hawaiki Nui Va’a, una regata de canoas que recorren 130 kilómetros y que virtualmente detiene toda actividad en la nación.

«Es nuestro legado -dice Manutea Owen, un ex campeón de este deporte y héroe admirado en su isla natal de Huahine-. Nuestra gente vino del mar en canoa. A veces, cuando estoy compitiendo, trato de imaginarme lo que deben haber pasado y las aventuras que vivieron al cruzar tales distancias».

La imaginación es ahora la única forma en que se pueden revivir esos épicos viajes marinos. Como sus ancestros lapitas, los primeros polinesios dejaron pocos artefactos que describan su vida en el mar. Sólo se tienen unas cuantas piezas de una antigua canoa, encontradas en Huahine en 1977.

No ha perdurado un solo ejemplo de las grandiosas canoas que, se piensa, llevaron a los pioneros polinesios. Los exploradores europeos dejaron las descripciones más antiguas de las naves utilizadas por los habitantes de las islas del Pacífico.

En las aguas menos aisladas de Micronesia, encontraron canoas relucientes y aparejadas con velas, un estilo que podría haberse filtrado al Pacífico desde China y el mundo árabe. Pero en los rincones remotos de Polinesia, Hawai, las Marquesas y Nueva Zelanda, los exploradores sólo vieron ejemplares sencillos.

@@x@@Atholl Anderson sospecha que estos eran los botes locales, los que siglos después llevarían a los colonizadores polinesios a islas lejanas. Anderson también se cuestiona la noción convencional sobre la pericia marina de los polinesios y para ello cita a un explorador posterior, el Capitán Cook.

Aunque Cook estaba impresionado por la velocidad de las canoas polinesias, que literalmente podían dar vueltas alrededor de sus navíos, se cuestionó la capacidad de los isleños para hacer viajes marítimos largos e intencionales. Registró el caso de un grupo de tahitianos que, a merced de los vientos adversos e incapaz de regresar a casa, estuvo a la deriva durante cientos de kilómetros y llegó a Aitutaki, lo que ahora son las Islas Cook.

Más que darles todo el crédito a la habilidad y valentía, Anderson habla sobre los vientos y la suerte. El Niño, el mismo fenómeno climático que afecta el Pacífico hoy en día, podría haber ayudado a dispersar a los primeros colonizadores hacia los confines del océano.

Los datos climáticos obtenidos a partir de corales de lento crecimiento en el Pacífico y de los sedimentos de los lagos andinos en América del Sur indican que hubo una serie de fenómenos de El Niño frecuentes alrededor de la época en que se expandieron los lapitas y nuevamente hace 1600 y 1200 años, cuando la segunda oleada de navegantes pioneros hizo sus viajes al este, a los rincones más remotos del Pacífico.

Al revertir el flujo este-oeste de los vientos durante semanas, estos «Superniños» podrían haber llevado a los antiguos marineros del Pacífico a viajes largos e involuntarios más allá del horizonte. Quizá el gran torrente de Niños que coincidió con la segunda oleada de viajes fue la clave para el lanzamiento de polinesios a todo el mar abierto entre Tonga, donde se detuvieron los lapitas, y los archipiélagos distantes de la Polinesia oriental.

«Cuando cruzaron esa brecha, pudieron ir de isla en isla por toda la región, y desde las Marquesas casi ya sólo hay que seguir los vientos para llegar a Hawai», dice Anderson. Pasaron otros 400 años antes de que los marineros llegaran a la Isla de Pascua, que está en la ruta opuesta, normalmente con vientos que viajan en dirección contraria.

«De nuevo esto se dio durante un periodo de actividad importante de El Niño». La importancia del papel de El Niño en la distribución de humanos en el Pacífico sigue siendo fuente de acalorados debates académicos. ¿Podría tratarse sólo de suerte y vientos caprichosos? ¿Sería esto responsable de repartir una cultura a través de 168 millones de kilómetros cuadrados de océano?

Para cuando llegaron los europeos, casi cada extensión de tierra habitable, cientos de islas y atolones, ya había sido descubierto por los marineros nativos, quienes al final llegaron hasta América del Sur. Recientemente se encontraron en Chile huesos de pollo con ADN que coincide con el de las primeras aves polinesias.

Tampoco llegaron como náufragos solitarios que desaparecieran pronto, sino para quedarse, en grupos, con sus animales y cosechas de sus hogares anteriores. «Yo creo que tuvo que haber algo más que canoas guiadas por los vientos», dice Irwin y señala que los vientos son más suaves durante el monzón de verano, lo cual podría haber permitido a los isleños navegar intencionalmente al Este.

Es más, según Irwin: «Las tradiciones sofisticadas de navegación se consolidaron firmemente en todas las islas. ¿Se desarrollaron de manera independiente en cada una de ellas? ¿Y si así fue, por qué tienen estas tradiciones tanto en común? Pero, sin importar lo que se crea, lo fascinante no radica en los métodos que utilizaron sino en sus motivos. Los lapitas, por ejemplo, no necesitaban salir, no había nada que los forzara, como una patria sobrepoblada. Se fueron -dice Irwin- porque querían averiguar qué había más allá del horizonte.

National Geographic

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