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Corrientes Silenciosas

Los animales de agua dulce desaparecen más rápidamente que los terrestres o los marinos. Pero programas de reproducción en cautiverio brindan esperanzas.

Este es un tipo extraño de arca: un almacén de ladrillo en Knoxville, Tennessee. Esta arca no sólo nunca flotaría, sino que el diluvio de vida cambiante está todo en su interior, donde el agua fluye día y noche desde un laberinto de tubos hacia 600 acuarios de vidrio y tinas de plástico apiladas hasta el techo. Los pasajeros, la mayor parte de apenas unos cuantos centímetros de largo, son peces: bagres de agua dulce y dardos (de la familia de las percas), pececillos de agua dulce superficiales carpas. A ellos, el agua cuidadosamente filtrada y aireada les ofrece el aliento vital, mientras que sus hogares naturales ?arroyos y ríos del sureste de Estados Unidos? están obstruidos por presas y enturbiados por contaminantes. Los peces a bordo del arca se encuentran entre los últimos de su especie.

Al timón se encuentran J. R. Shute y Pat Rakes, quienes se conocieron en el posgrado a mediados de los años ochenta. Habían estado chapoteando en ríos y cuidando acuarios desde niños. Ahora, han logrado transformar una pasión de la infancia en una profesión poco común. Los animales de agua dulce están bajo amenaza en todo el planeta. En su empresa no lucrativa Conservation Fisheries, Inc. (CFI), en Knoxville, Shute y Rakes tratan de mantener vivas algunas de las especies más raras. Esto no se parece a criar peces dorados o guppies. Entre los pasajeros del arca se encuentra el dardo cristalino, habitante en peligro de extinción de los bancos de arena; ha mostrado ser tan sensible a las perturbaciones que los biólogos lo observan en su acuario mediante un monitor remoto. Otro dardo, la perca del Conasauga, nada en un tanque cercano. Su único hábitat conocido es el río Conasauga en Georgia y Tennessee, cuyas aguas han sido contaminadas y obstruidas por granjas y fábricas desde hace mucho tiempo. El Conasauga podría contener todavía, o no, 200 de estos peces, pero los tres que acaban de llegar aquí son los únicos en cautiverio. Todos en CFI esperan que no vayan a ser del mismo sexo, para que puedan aparearse.

Capturar este pez es todo un reto. Con máscaras de buceo y abultados trajes secos, hablando a través de snorkels y usando como sombreros redes para recoger peces porque necesitan ambas manos libres para arrastrarse por el fondo, Shute y Rakes son una presencia característica en el río. A menudo bucean con linternas por la noche, cuando algunos peces están más activos. En una ocasión, oyeron a alguien gritar: «¡Vaya! Parece un montón de ranas toro con faros». La meta es tener suficientes peces de cría listos para restituirlos al río, siempre y cuando la sociedad le devuelva su estado limpio y de libre flujo. Actualmente, Shute y Rakes no capturan únicamente peces para llevarlos a bordo del arca; también realizan un seguimiento del progreso de los que ya han devuelto a su estado natural.

Lagos, ciénagas y ríos constituyen menos de 0.3% del agua dulce y menos del 0.01% de toda el agua de la Tierra. Sin embargo, estas aguas albergan por lo menos 126,000 de las especies animales del mundo, incluyendo caracoles, mejillones, cocodrilos, tortugas, anfibios y peces. Casi la mitad de las 30,000 especies conocidas de peces viven en lagos y ríos y muchos no están en buen estado; en América del Norte, por ejemplo, 30% de los peces de agua dulce están en peligro de extinción, a diferencia del 20% de hace apenas unas décadas. Los animales de agua dulce desaparecen en general a una tasa cuatro o seis veces mayor que los animales terrestres o marinos. En Estados Unidos, casi la mitad de los 573 animales en las listas de especies amenazadas o en peligro de extinción son especies de agua dulce.

Esto ocurre porque sus ecosistemas están estrechamente vinculados a la actividad humana. La industria y la agricultura se concentran a lo largo de las aguas que fluyen y tarde o temprano los residuos de prácticamente todo lo que hacemos van a dar a la afluencia más cercana, si es que antes no la hemos desecado. En el suroeste de Estados Unidos, como sucede en otras partes áridas del mundo, la fauna y la flora compiten por agua con una creciente población humana. Hoy día, ni el río Bravo ni el poderoso Colorado son más que un chorrito en su desembocadura.

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Pero es el sureste estadounidense el que se destaca como centro mundial de diversidad de especies de agua dulce, especialmente al sur de las montañas Apalaches. Divididas en incontables colinas y hondonadas que brillan tenuemente con manantiales, rabiones, rápidos, charcas tranquilas y pozas, las montañas sumamente erosionadas proporcionaron los nichos aislados en los que las criaturas de agua dulce pudieron evolucionar en multitud de formas. El resultado: el sureste estadounidense contiene la mayor variedad de mejillones de agua dulce de la Tierra; la principal colección de caracoles, cangrejos de río y tortugas de América del Norte, y casi 700 de las aproximadamente 1000 especies y subespecies de peces de agua dulce de Estados Unidos.

Como la mayoría de los peces de agua dulce, los del sureste suelen ser pequeños y poco coloridos durante la mayor parte del año. Sin embargo, si uno sumerge su cabeza durante la primavera o el verano, cuando los machos asumen sus tonalidades de reproducción, podrías pensar que te encuentras cerca de un arrecife de coral. Los dardos de Navidad parecen árboles adornados con guirnaldas rojas nadando; los dardos del día festivo y los dardos lápiz labial tienen rayas y motas en colores turquesa y anaranjado. Los comportamientos pueden ser igualmente sorprendentes. Los bagres machos -peces gato de un dedo de largo, con barbas que se extienden como bigotes de gato alrededor de sus bocas- se llevan los huevecillos a la boca para limpiarlos.

Con tantas corrientes ahogadas debajo de las represas o asfixiadas por sedimentos provenientes de las actividades humanas o cargadas con químicos nocivos, casi un tercio de los peces del sureste estadounidense están en riesgo de desaparecer, muchos en cuestión de pocos años. CFI no es la única organización que trabaja para preservarlos. El Acuario de Tennessee en Chattanooga, otra instalación privada, y organismos de flora y fauna estatales y federales también realizan esfuerzos. En su mayoría, es un trabajo ingrato. Un grupo de científicos independientes, el Southeastern Fishes Council, reunió una lista llamada la docena desesperada, «los 12 peces que tienen mayor probabilidad de extinguirse pronto ?dice Anna George, científica investigadora en jefe del Acuario de Tennessee?. El público nunca ha oído hablar de la mayoría de ellos».

Una excepción es el esturión de Alabama, que mide, o medía, hasta 80 centímetros de largo. Su población fue diezmada durante el siglo pasado por la pesca comercial y las presas que bloquearon por completo sus rutas migratorias de desove. Este esturión podría ser en la actualidad el pez que se encuentra en mayor peligro de extinción en Estados Unidos. Búsquedas intensivas han descubierto exactamente tres desde que fue protegido oficialmente en 2000. Al último capturado, en 2007, se le puso un dispositivo de rastreo y fue seguido diariamente durante dos años con la esperanza de que los llevara a otros ejemplares. Nunca lo hizo, y no hay esturiones de Alabama en cautiverio. Sin embargo, en general, los peces en peligro de extinción del sureste no tienen importancia económica. En algunos lugares esa es precisamente la causa por la que son eliminados. Abrams Creek en Tennessee, que corre solamente a lo largo de 40 kilómetros, en su mayoría a través del Great Smoky Mountains National Park, solía mantener casi 70 especies de peces nativos. Pero en 1957 los funcionarios del parque decidieron envenenar a los peces nativos y poblar el riachuelo con trucha no nativa para pesca deportiva. No deseaban a todos esos «peces carnada» locales compitiendo con las jóvenes truchas por comida. No mucho después, Abrams Creek había perdido casi la mitad de sus especies originales de peces.

Sin embargo, desde entonces las actitudes entre los administradores de la fauna y la flora han cambiado. Ahora quieren que regrese su colección de clase mundial de pececillos. Abrams Creek corría claro y frío, sombreado por tuliperos de Virginia, pawpaws y pinos, el día que me sumergí con Shute y Rakes el pasado otoño. De 1986 a 2002, ambos llevaron cubos de peces desde el arca de Knoxville a Abrams Creek; ahora regresan cada año para monitorear los resultados. Este es uno de los más de 30 arroyos en los que trabajan. Desde los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, las actitudes -y las leyes- han cambiado también fuera de los parques nacionales. Los ríos del sureste tienen tantos diques como antes pero, después de una prolongada era de tala despiadada, explotación de carbón y descargas provenientes de fábricas y tuberías de aguas residuales, las leyes ambientales los han limpiado lo suficiente para que, en algunos lugares, los peces criados en el arca puedan ser liberados para probar las aguas.

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Las historias de éxito empiezan a llegar. El río Powell, afluente del Tennessee, fue devastado en 1966 por descargas de sedimentos de la mina de carbón que, entre otras cosas, redujo drásticamente el hábitat del amenazado bagre aleta amarilla. Pero CFI reintrodujo el pez y ayudó a expandir otra vez su hábitat. «Recientemente los hemos encontrado a lo largo de 55 kilómetros del río Powell -comentó Rakes-. Lo están haciendo de maravilla». Y en la tarde del otoño pasado, cuando el equipo de CFI y yo flotábamos por un trecho del río en Virginia, tuvimos otra compañía en abundancia: por lo menos una docena de especies, incluidos carpas, dardos, pececillos de agua dulce superficiales y sardinitas, lanzándose tras trozos de comida en los remolinos que se formaban detrás de nosotros.

Los bagres aleta amarilla también van bien en Abrams Creek, al igual que los bagres humeantes, especie en peligro de extinción que CFI ha reintroducido. La reintroducción de la sardinita moteada no funcionó, pero los dardos de Citico prosperan después de nueve años de repoblación; el otoño pasado, en una hora el equipo de CFI contó 47. Más tarde, de pie entre los acuarios borboteantes en el almacén de Knoxville, Shute contó cómo había visto lugares mucho peores que Abrams Creek. Describió el río Pigeon, que fluye desde Carolina del Norte hacia Tennessee.

«Era lo peor en los alrededores?comentó?. Pero la compañía que vertía químicos tóxicos en él limpió sus acciones. Las comunidades mejoraron sus descargas de aguas residuales y nosotros empezamos a reintroducir dardos mandarina». «Hay que mantener hasta el último pez en el arca porque nunca se sabe cuando podría volver a estar listo un río ?continuó Shute?. Si el Pigeon lo logró, cualquier otro río puede hacerlo. Tendrán que sacarme a rastras pataleando y gritando antes de que claudique».

Este reportaje corresponde a la edición de Abril 2010 de National Geographic.


National Geographic

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