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Clima vikingo

Conforme Groenlandia recupera el clima templado que permitió a los vikingos colonizarla durante la Edad Media, sus habitantes, aislados y dependientes, sueñan con campos más verdes y el petróleo de las aguas libres de hielo.

Un poco al noroeste de la tormentosa punta sur de Groenlandia, sobre una empinada ladera de un fiordo moteado de icebergs, que Erik el Rojo exploró por primera vez hace más de 1?000 años, germinan algunas anomalías hortícolas: un jardín de pasto azul de Kentucky, algo de ruibarbo y unos cuantos árboles de píceas, álamos, abetos y sauces.

Están en el pueblo de Qaqortoq, latitud 60° 43 norte, en el patio trasero de Kenneth Høegh, a unos 650 kilómetros al sur del círculo polar ártico. «Tuvimos helada anoche», me dice Høegh al caminar por su jardín una cálida mañana de julio, examinando sus plantas al mismo tiempo que los mosquitos nos examinan a nosotros.

El puerto de Qaqortoq destella un azul zafiro a nuestros pies bajo el sol brillante. Un pequeño iceberg a la deriva ha llegado a unos metros del muelle del pueblo. Las casas pintadas de colores brillantes, construidas con madera importada de Europa, salpican las colinas de granito casi desnudas que se elevan como un anfiteatro sobre el puerto.

Høegh, hombre de constitución fuerte, con pelo rubio rojizo y barba recortada -fácilmente le darían el papel de vikingo-, es agrónomo. Su familia ha vivido en Qaqortoq por más de 200 años. Haciendo una pausa cerca del borde del jardín, Høegh se arrodilla para asomarse debajo de la cubierta de plástico que cubre los nabos que plantó el mes pasado.

«¡Uy! ¡Esto es increíble!», dice con una sonrisa de oreja a oreja. Las hojas de los nabos lucen verdes y saludables. «No las había visto en tres o cuatro semanas; no regué el jardín para nada este año. Sólo lluvia y nieve derretida. Es asombroso. Podemos cosecharlas en este momento, sin problema».

Que los nabos maduren antes de tiempo una mañana de verano no es gran cosa, pero en un país donde cerca de 80?% de la tierra está enterrada bajo una capa de hielo de más de 3.5 kilómetros de grosor, y donde algunas personas nunca han tocado un árbol, significa mucho.

Groenlandia se calienta al doble de velocidad que la mayoría del mundo. Las mediciones satelitales muestran que su vasta capa de hielo, que contiene cerca de 7% del agua dulce del planeta, se encoge casi 200 kilómetros cúbicos al año. Si todo el hielo de Groenlandia se derrite en los siguientes siglos, el nivel del mar se elevará más de siete metros, inundando costas en todo el mundo.

Sin embargo, en la propia Groenlandia la preocupación sobre el cambio climático a veces se ensombrece por las grandes expectativas. Por ahora, esta dependencia autónoma de Dinamarca se apoya mucho en su gobierno colonial anterior. Dinamarca le inyecta cada año 620 millones de dólares a la anémica economía local: más de 11?000 dólares por habitante.

Pero el derretimiento del Ártico ya comenzó a abrir el acceso al petróleo, gas y recursos naturales que podrían darle a Groenlandia la independencia política y financiera que su gente anhela. Se estima que las aguas costeras de Groenlandia contienen al menos la mitad del petróleo de los yacimientos del Mar del Norte.

Temperaturas más cálidas también significan una temporada de crecimiento más larga para las cerca de 50 granjas de Groenlandia y quizá reducir la dependencia total del país a los alimentos importados. A veces da la impresión de que el país entero está a la expectativa, esperando a ver si el «reverdecimiento de Groenlandia», tan anunciado en la prensa internacional, sucederá realmente.

El primer despliegue publicitario de Groenlandia sucedió hace un milenio, cuando Erik el Rojo llegó a Islandia con un pequeño grupo de norsos, también conocidos como vikingos. Erik era un prófugo de la ley por matar a un hombre que se había rehusado a regresar unas bases de cama prestadas.

En 982 atracó en un fiordo cerca de Qaqortoq y luego regresó a Islandia el verano siguiente para correr la voz acerca del país que había encontrado, al que, según la saga de Erik el Rojo, «llamó Groenlandia [tierra verde], pues dijo que la gente se sentiría atraída a ir si tenía un nombre favorable».

La descarada mercadotecnia de Erik funcionó. Unos 4,000 nórdicos se asentaron eventualmente en Groenlandia. Los vikingos, no obstante su reputación de ser feroces, eran en esencia agricultores. En los fiordos protegidos del sur y norte de Groenlandia criaron ovejas y algo de ganado, lo que hoy hacen los granjeros groenlandeses en los mismísimos fiordos.

Construyeron iglesias y cientos de granjas; comerciaron pieles y marfil de morsa a cambio de madera y hierro de Europa. El hijo de Erik, Leif, partió de una granja a unos 55 kilómetros al noreste de Qaqortoq y descubrió América del Norte en algún momento alrededor del año 1000. En Groenlandia, los asentamientos nórdicos duraron más de cuatro siglos. Después se esfumaron de manera abrupta.

La desaparición de esos rudos marineros y agricultores es un ejemplo inquietante de la amenaza que plantea el cambio climático, incluso para las culturas con mayores recursos. Los vikingos se establecieron en Groenlandia durante un periodo de calor excepcional.

Para 1300, no obstante, Groenlandia se enfrió y vivir ahí se hizo aún más difícil. Los esquimales, que habían llegado del norte de Canadá aproximadamente al mismo tiempo que los vikingos, se desplazaron hacia el sur a lo largo de la costa oeste de Groenlandia, mientras que los vikingos lo hicieron al norte y tuvieron mejor suerte (los groenlandeses modernos son en su mayoría descendientes de ellos y de los misioneros y colonos daneses que llegaron en el siglo xviii).

Los esquimales llevaron consigo trineos de perros, kayaks y otras herramientas esenciales para cazar y pescar en el Ártico. Algunos investigadores sostienen que los pobladores nórdicos fracasaron porque se aferraron irremediablemente a las viejas costumbres escandinavas, dependiendo demasiado de los animales de granja que llevaron en vez de explotar los recursos locales.

Sin embargo, evidencia arqueológica más reciente sugiere que los nórdicos estaban bien adaptados a su nuevo hogar. Thomas McGovern, antropólogo de Hunter College en Manhattan, dice que organizaban cacerías comunales anuales en busca de focas, sobre todo una vez que el clima se enfrió y los animales domésticos comenzaron a morir. Desafortunadamente, las focas también sucumbieron.

«Las focas adultas pueden sobrevivir veranos fríos, pero sus crías no», dice McGovern. «Ahora creemos que los nórdicos tenían un sistema social muy refinado, que requería mucha labor comunitaria, pero tenían una debilidad muy importante: necesitaban que la mayoría de sus adultos saliera a cazar focas -dice McGovern-. Un detonador del fin de los nórdicos en Groenlandia pudo haber sido la pérdida catastrófica de la vida a causa de una mala tormenta».

Los esquimales serían menos vulnerables porque tendían a cazar en grupos pequeños. «La vieja historia sólo decía que los tontos vikingos fueron al norte, metieron la pata y murieron ?dice McGovern?. Pero, en realidad, la nueva historia da un poco más de miedo, porque parecen bastante bien adaptados, bien organizados, hacían la mayoría de las cosas de la manera correcta y de cualquier forma murieron».

Pero el último evento documentado de la vida nórdica en Groenlandia no fue una tormenta perfecta, ni una hambruna o una huida comunitaria en masa hacia Europa. Fue una boda realizada en una iglesia cerca de la cabecera del fiordo Hvalsey, unos 15 kilómetros al noreste de Qaqortoq. Gran parte de la iglesia aún descansa sobre una ladera cubierta de hierba debajo de un elevado pico de granito.

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Durante una fresca mañana del verano pasado, arriba en la cara este del pico quedaba una hebra de niebla que parecía un delicado banderín. Sobre el suelo frente a la iglesia de 800 años, que hoy sólo tiene el cielo por techo, crece el tomillo salvaje con flores rojas y púrpuras.

Las cuatro paredes de losas de piedra de un metro de grosor se mantienen intactas: el muro oriental tiene más de cinco metros de altura. Es evidente que fueron construidos por personas con la intención de permanecer ahí un buen rato. Entre estas paredes, donde el pasto y los excrementos de oveja cubren el suelo irregular, el 14 de septiembre de 1408, Thorstein Olafsson desposó a Sigrid Bjørnsdottir.

Una carta enviada desde Groenlandia a Islandia en 1424 menciona la boda, quizá como parte de una disputa por una herencia, pero no da noticias de luchas, enfermedades ni indicios de algún desastre inminente. Nada más volvió a saberse de los asentamientos nórdicos.

Hoy día, los 56000 groenlandeses aún viven en los bordes rocosos entre el hielo y el mar, la mayoría en un puñado de pueblos a lo largo de la costa oeste. Los glaciares y una línea costera recortada profundamente por los fiordos hacen imposible la construcción de caminos entre los poblados; todos viajan en barco, helicóptero, avión o, en el invierno, trineo jalado por perros.

Más de un cuarto del total de los groenlandeses, unos 15,500, viven en Nuuk, la capital de Groenlandia. Toma una parte de poblado groenlandés pintoresco, agrégale un fiordo y un estimulante trasfondo montañoso, mézclalo con unas cuatro partes de departamentos sombríos estilo soviético, añádele dos semáforos, congestionamientos viales diarios y un campo de golf de nueve hoyos, y eso es Nuuk.

Los extensos bloques de apartamentos deteriorados son legado de un programa de modernización forzada de los años cincuenta y sesenta, cuando el gobierno danés trasladó gente de las pequeñas comunidades tradicionales a unas cuantas ciudades grandes.

La intención era mejorar el acceso a las escuelas y la atención médica, reducir costos y proporcionar empleados a las plantas procesadoras de la industria pesquera del bacalao, que tuvo un auge a principios de los sesenta pero desde entonces se ha colapsado. Cualesquiera que fueran los beneficios que tuvo esa política, engendró una gran cantidad de los problemas sociales -alcoholismo, ruptura familiar, suicidio- que aquejan al país.

Pero esta mañana, el primer día del verano de 2009, el ánimo en Nuuk es de júbilo: Groenlandia celebra el comienzo de una nueva era. En noviembre de 2008 sus ciudadanos votaron de manera abrumadora por el aumento de su independencia de Dinamarca, que de alguna forma ha regido a Groenlandia desde 1721.

El cambio se hará oficial esta mañana, en una ceremonia en el puerto de Nuuk, el corazón de la vieja ciudad colonial, donde la reina Margarita II de Dinamarca reconocerá formalmente la nueva relación entre su país y Kalaallit Nunaat, como llaman los locales a su tierra natal.

Per Rosing, un esbelto esquimal de 58 años, trato suave y con una cola de caballo negra que comienza a encanecer, dirige el Coro Nacional de Groenlandia. «Simplemente estoy feliz, completamente feliz», dice, posando una mano sobre su corazón mientras caminamos con una enorme multitud hacia el puerto, con las calles bajas aún húmedas por la lluvia helada y la nieve de la noche anterior.

También sale gente de Block P, el principal edificio de departamentos de Nuuk, que por sí solo alberga cerca de 1?% de la población de Groenlandia. Su extremo de concreto sin ventanas se ha convertido en un marco para una obra de arte desafiantemente optimista: una bandera rojiblanca groenlandesa de cuatro pisos de altura. Un artista local cosió la bandera con la ayuda de los niños de las escuelas a partir de cientos de artículos de vestir.

Para las 7:30 la gente está amontonada hombro a hombro en el muelle. Otros están sobre los techos de las viejas casas de madera alrededor del puerto; unos cuantos miran desde kayaks, remando sólo lo justo para mantenerse quietos en las tranquilas aguas de apariencia metálica.

La ceremonia comienza con el coro cantando el himno nacional de Groenlandia, Nunarput Utoqqarsuanngoravit (Tú, nuestra antigua tierra). Rosing voltea hacia la muchedumbre con una cara de pura dicha y les hace un ademán a todos para que se unan. A partir de hoy, el kalaallisut, un dialecto esquimal, es la lengua groenlandesa oficial, suplantando al danés.

Luego, poco después de las ocho en punto, la reina danesa, con el atuendo esquimal tradicional de una mujer casada ?botas rojas de piel de foca hasta los muslos, o kamiks, un chal bordado y pantalones cortos de pelo de foca? entrega la carta de autonomía a Josef Tuusi Motzfeldt, vocero del Parlamento de Groenlandia. La multitud aplaude y un cañón dispara desde una colina sobre el puerto.

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De acuerdo con los nuevos estatutos, Dinamarca todavía controla la política exterior de Groenlandia; el subsidio anual también continúa. Pero ahora Groenlandia ejerce mayor control sobre sus asuntos internos y, en particular, sobre sus vastos recursos minerales.

Sin ellos, no hay oportunidad de que Groenlandia pueda ser económicamente independiente. Justo ahora la pesca representa más de 80% de los ingresos de las exportaciones: el pez mantequilla y los camarones son sus productos principales. Aunque las reservas de pez mantequilla se mantienen estables, la población de camarones ha disminuido. Royal Greenland, la compañía de pesca estatal, está perdiendo dinero.

Las causas de la baja de camarones -conocidos aquí como «oro rosa»- no están claras. Søren Rysgaard, director del Centro de Investigación del Clima de Groenlandia en Nuuk, dice que el clima del país, además de hacerse más cálido, se está volviendo más impredecible.

Es posible que las temperaturas al alza del mar hayan trastocado el lapso entre la eclosión de las larvas de camarón y el florecimiento del fitoplancton del que estas se alimentan; nadie sabe realmente. Los pescadores esperan que el bacalao regrese cuando las aguas se calienten. Pero después de un pequeño incremento hace algunos años, las cantidades de bacalao han vuelto a caer.

«La forma de vida tradicional en Groenlandia estaba basada en la estabilidad», dice Rysgaard. Aparte del sur de Groenlandia, que siempre ha sido azotado por las tormentas del Atlántico, el clima, aunque extraordinariamente frío, rara vez sorprendía.

La enorme capa de hielo, con su subsecuente masa de aire denso y frío, aseguraba la estabilidad en la mayor parte del país. «En invierno podías cazar o pescar con tus perros de trineo sobre el hielo del mar. En verano podías cazar desde un kayak. Lo que sucede ahora es que la inestabilidad típica del sur de Groenlandia está extendiéndose al norte».

Johannes Mathaeussen, un pescador esquimal de pez mantequilla de 47 años, ha experimentado esos cambios de primera mano. Mathaeussen vive en Ilulissat («icebergs» en groenlandés), un poblado de 4,500 personas y casi el mismo número de perros de trineo, localizado 300 kilómetros al norte del círculo polar ártico.

En un día nublado de finales de junio zarpamos del puerto de Ilulissat, dejando atrás a una gran barca pesquera de camarones con el bote abierto de 4.5 metros de Mathaeussen, embarcación típica de los pescadores de pez mantequilla en este sitio. La pesca de verano aún es buena para ellos, pero el invierno se está volviendo un problema.

«Hace 20 años, en invierno podías conducir un auto sobre el hielo a la isla Disko -dice Mathaeussen, señalando una larga isla a unos 15 kilómetros de la costa-. En 10 de los últimos 12 no se ha congelado la bahía durante el invierno». Cuando la bahía solía congelarse, Mathaeussen y otros pescadores armaban sus trineos y se iban a pescar sobre el hielo, 15 kilómetros fiordo arriba.

Mathaeussen conduce su bote por un cañón de hielo partido que se mueve imperceptiblemente hacia el mar. Los icebergs más grandes se elevan 60 metros sobre nosotros y su parte baja rasga el fondo a unos 180 metros de profundidad. Cada uno tiene su propia topografía de colinas, acantilados, cuevas y arroyos de suaves costados blancos pulidos por las corrientes de agua derretida.

Todo este hielo viene de Jakobshavn Isbrae, también conocido como Sermeq Kujalleq, el «glaciar del sur», que drena 7% de la capa de hielo de Groenlandia y lanza más icebergs que cualquier otro glaciar del hemisferio norte (el iceberg que hundió el Titanic probablemente salió de aquí).

En la última década, Sermeq Kujalleq se ha replegado más de 15 kilómetros hacia arriba del fiordo. Es el mayor atractivo turístico de Groenlandia: 19?375 personas vinieron a ver la acción del calentamiento global en 2008. Las bases de la futura economía de Groenlandia yacen más allá de la isla Disko, justo sobre el horizonte de la espectacular zona de pesca de Mathaeussen: ahí es donde está el petróleo.

El mar frente a la costa centro-oeste ahora permanece libre de hielo casi la mitad del año, un mes más que hace 25 años. Con la gran facilidad que tienen para trabajar en aguas groenlandesas, ExxonMobil, Chevron y otras compañías petroleras han hecho ofertas para adquirir licencias de exploración.

«Hemos emitido 13 licencias que cubren 130,000 kilómetros cuadrados frente a la costa oeste, aproximadamente tres veces el tamaño del territorio continental de Dinamarca -dice Jørn Skov Nielsen, director del Departamento de Minerales y Petróleo de Groenlandia-. Si tenemos suerte, la producción sería posible en 10 años.

Tenemos unos cálculos muy impresionantes para el noreste y el noroeste de Groenlandia: 50,000 millones de barriles de petróleo y gas». Con los precios del petróleo hoy en 80 dólares por barril, esas reservas valdrían más de cuatro billones de dólares, una ganancia inesperada que podría financiar la independencia del país.

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Para algunos groenlandeses sería un pacto con el diablo. Sofie Petersen, la obispo luterana, tiene una oficina con vista al puerto en Nuuk. Justo arriba de la colina está la estatua de Hans Egede, un misionario luterano quijotesco que llegó aquí en 1721 en busca de sobrevivientes de los asentamientos nórdicos perdidos.

No encontró norsos pero fundó Nuuk, o Godthåb, como lo llamaron los daneses, y puso en marcha la colonización y conversión al cristianismo en Groenlandia. Como casi todos los groenlandeses, Petersen tiene apellido danés, pero ella es esquimal.»Creo que el petróleo dañará nuestra forma de vida ?dice?. Por supuesto que todos necesitan dinero, pero ¿deberíamos vender nuestras almas? ¿Qué pasará si somos millonarios, todos nosotros, y no podemos entregar a nuestros nietos la Groenlandia que conocemos?».

«El asunto del petróleo es un gran dilema, pues la gente del Ártico es la más expuesta al cambio climático», dice Kuupik Kleist, el popular nuevo primer ministro de Groenlandia. A veces llamado «el Leonard Cohen de Groenlandia» -ha grabado algunos discos-, Kleist es bajo y fornido, tiene cara de búho, 52 años y una voz ronca y sonora.

La ironía de que su país se convierta en un importante productor de lo mismo que está derritiendo su capa de hielo no se le escapa.»Necesitamos una economía más fuerte -dice Kleist-, y tenemos que aprovechar las oportunidades que el petróleo podría brindarnos.

Los ambientalistas de todo el mundo nos aconsejan no explotar las reservas de petróleo. Pero no estamos en una situación en que podamos remplazar los ingresos a la baja de nuestra pesca, y no tenemos otros recursos por el momento que tengan tanto potencial como el petróleo».

De hecho, existe otro recurso con enorme potencial pero es igual de peligroso. Greenland Minerals and Energy Ltd., una compañía australiana, ha descubierto lo que podría ser el mayor depósito del mundo de metales de tierras raras en una meseta arriba del poblado de Narsaq en el sur de Groenlandia.

Las tierras raras son cruciales para una amplia variedad de tecnologías ecológicas -baterías de autos híbridos, turbinas de viento y aparatos de energía solar- y China controla ahora más de 95?% del suministro mundial. El desarrollo del depósito en Narsaq cambiaría fundamentalmente los mercados globales y transformaría la economía de Groenlandia.

John Mair, geólogo en jefe de Minerales y Energía de Groenlandia, asegura que las reservas de Narsaq podrían sostener una operación minera a gran escala por más de 50 años, empleando a cientos en una ciudad que ha sido devastada por el colapso de la pesca de bacalao.

Pero hay un obstáculo mayor para desarrollarlo: el mineral está mezclado con uranio y el gobierno de Groenlandia prohíbe por completo la extracción de uranio. «No hemos cambiado esas regulaciones y no estamos planeando hacerlo», dice Kleist. Parece que no hay un camino fácil hacia una Groenlandia más verde, en ningún sentido de la palabra.

En broma, los groenlandeses llaman a la zona alrededor de Narsaq y Qaqortoq, Sineriak Banaaneqarfik, la Costa Platanera. Hoy los nietos de los cazadores esquimales cultivan campos junto a los fiordos donde alguna vez sembraron los vikingos.

Si en alguna parte se está poniendo verde Groenlandia es aquí pero, en cuanto llego, el consejero en agricultura Kenneth Høegh me advierte que me olvide de lo que he leído acerca de su repentina abundancia. «Cosecha ártica», se lee en un titular; «En Groenlandia prosperan las papas», dice otro. Efectivamente, en estos días crecen papas en Groenlandia. Pero todavía no tantas.

Una maravillosa mañana de julio, Høegh y yo navegamos a unos 25 nudos hacia arriba en el fiordo poblado por Erik el Rojo hace un milenio. Nuestro destino es Ipiutaq. Población: tres. Kalista Poulsen nos espera en un afloramiento rocoso debajo de su granja a la orilla norte del fiordo.

Poulsen parece más académico que granjero: es delgado, usa lentes y habla un inglés con acento francés. Su tatarabuelo era un angakkoq -un chamán-, uno de los últimos en Groenlandia. Caminamos por los exuberantes campos de Poulsen cubiertos de hierba timotea y ballico.

Comparados con los muros grises del fiordo, los cultivos de forraje se ven casi fluorescentes. En septiembre, Poulsen obtendrá su primera oveja, lo que casi todos los agricultores groenlandeses crían, en su mayoría por la carne. «Esta es mi zona de guerra», dice, mientras camina por el suelo lodoso y lleno de rocas que está despejando para cultivarlo con una retroexcavadora y un tractor con unos arados enormes que le trajeron en viejas lanchas de desembarco militares.

Cuando le pregunto a Poulsen si piensa que el calentamiento global le hará la vida más fácil a él y a su hija, su expresión se vuelve casi dolorosa. «El año pasado casi sufrimos una catástrofe -dice-. Estaba tan seco que la cosecha fue sólo la mitad de lo normal. No creo que podamos confiar en el clima normal. Si se está calentando, tendremos que regar más. En el invierno no tenemos nieve normal; llueve, y luego se congela. Eso no es bueno para el pasto. Sólo queda expuesto al frío».

Durante el almuerzo en la casa de Poulsen se resuelve el misterio de su acento francés: Agathe Devisme, su compañera, es francesa. Mientras saboreamos la comida de fusión que nos preparó ?camarones y bagre al gratín, mattak, o piel de ballena cruda, y pastel de manzana sazonado con angélica silvestre?, recuerdo la cena más rústica que disfruté unas noches antes en Qaqortoq, en una gala anual a la que asistieron casi todas las familias de agricultores de la Costa Platanera. Después de la cena, un esquimal de pelo cano había comenzado a tocar el acordeón y unas 450 personas habían enlazado los brazos meciéndose mientras cantaban un peán tradicional:

Verano, verano, qué maravilloso,
qué increíblemente bueno.
La helada se fue,
la helada se fue.

Tras dejar a los Poulsen, Høegh y yo nos apresuramos a bajar por el fiordo con el føn -el viento de la capa de hielo- en la popa. Esa tarde en la casa de Høegh vemos hacia su jardín desde la ventana. El føn se ha encarnizado. Capas horizontales de lluvia aplastan sus ruibarbos y sus nabos; sus árboles se doblan como suplicantes frente a dioses antiguos e implacables. «¡Maldición! -dice Høegh en voz baja-. El clima es duro aquí. Siempre será duro».

National Geographic

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