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El poder de las brasileñas

Cómo una mezcla de empoderamiento femenino y telenovelas ayudó a bajar la tasa de fertilidad en Brasil e impulsó su dinámica economía.

José Alberto, Murilo, Geraldo, Angela, Paulo, Edwiges, Vicente, Rita, Lucia, Marcelino, Teresinha. Son 11, ¿verdad? Sin incluir al que nació muerto, los tres abortos naturales y el bebé que no vivió ni un día completo. Doña Maria Ribeiro de Carvalho, una brasileña con voz áspera de 88 años, terminó de contar sus 16 embarazos y miró a José Alberto, el mayor de sus hijos, quien estaba de visita por ser domingo y fumaba un cigarro en el sillón.

«Con la cantidad de hijos que tuve ?dijo suavemente doña Maria, apenas con un leve reproche en la voz?, hoy debería tener más de 100 nietos». José Alberto, quien había pasado toda la mañana pescando en el estanque de su rancho, todavía vestía ropa deportiva.

En la sala de su madre en el poblado de São Vicente de Minas, en el centro de Brasil, solo cabían, apretados, tres sillas, una televisión, muchas fotos de familia, dibujos enmarcados de Jesús y la Santísima Virgen, y el sillón de vinil negro sobre el que estaba reclinado el profesor Carvalho, director jubilado de la Facultad de Economía de su universidad y uno de los demógrafos brasileños más eminentes.

Alzó los pies y sonrió. Claro que sabía el número total de nietos: 26. Durante gran parte de su vida laboral se había dedicado a registrar, investigar y escribir acerca del extraordinario fenómeno demográfico de Brasil, el cual se había reproducido a pequeña escala en su propia familia, que en dos generaciones disminuyó su tasa de fertilidad a 2.36 hijos por familia, acercándose más al promedio nacional de 1.9.

Esta nueva tasa de fertilidad brasileña está por debajo del nivel con el que una población se reemplaza a sí misma.

En la nación más grande y poblada de Latinoamérica -un país de 191 millones de personas donde domina la Iglesia católica, el aborto es ilegal (salvo en casos excepcionales) y ninguna política gubernamental ha promovido jamás el control natal- el tamaño de las familias ha disminuido de manera tan repentina y continua durante las últimas cinco décadas que la gráfica de la tasa de fertilidad parece una resbaladilla.

Y no son solo mujeres adineradas y profesionistas las que han dejado de tener muchos hijos en Brasil. Existe la percepción común de que el campo y las favelas, como llaman los brasileños a los barrios bajos urbanos, siguen atestados de mujeres que dan a luz un hijo tras otro, pero no es verdad.

En un centro demográfico que Carvalho nos ayudó a encontrar, los investigadores le han seguido la pista al descenso en todas las clases sociales y regiones de Brasil. Casi todas las mujeres brasileñas con las que conversé durante varias semanas dijeron que una familia brasileña moderna debería incluir dos hijos, idealmente un casal, o sea una pareja: un niño y una niña. La idea de tres apenas las convencía.

Uno bien podría ser suficiente. Una noche, en un barrio de clase trabajadora en las afueras de Belo Horizonte, una mujer soltera de 18 años miraba con afecto a su niño pequeño mientras él conducía su camión de juguete frente a nosotros; la joven dijo que lo amaba mucho, pero que ya había terminado de tener hijos. Usó la misma expresión que ya había escuchado antes de las mujeres brasileñas: «A fábrica está fechada». La fábrica está cerrada.

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La enfática caída de la fertilidad no solo es un fenómeno brasileño. A pesar de las preocupaciones sobre el crecimiento de la población global, cerca de la mitad de las personas que habitan el planeta vive en países donde las tasas de fertilidad de hecho han disminuido por debajo de la tasa de reemplazo, el nivel en el que una pareja solo tiene suficientes hijos para reemplazarse a sí misma: poco más de dos hijos por familia.

También han disminuido rápidamente en la mayoría del resto del mundo, con la notable excepción de África subsahariana. Para los demógrafos que intentan entender las causas e implicaciones de esta asombrosa tendencia, lo que ha pasado en Brasil desde los años sesenta constituye uno de los casos de estudio más fascinantes del planeta.

Brasil abarca un vasto territorio, con enormes diferencias regionales en cuanto a geografía, raza y cultura, y no obstante los datos sobre su población son por tradición particularmente meticulosos y confiables. «Lo que le tomó 120 años a Inglaterra, aquí se hizo en 40 -me dijo un día Carvalho-. Algo sucedió».

En ese momento hablaba de lo que había ocurrido en São Vicente de Minas, el pueblo de su infancia, donde ya nadie menor de 45 años tiene tantos hermanos como para formar un equipo de futbol. Pero bien pudo haberse referido a toda la población femenil de Brasil.

Porque aunque existen muchas razones por las cuales la tasa de fertilidad de Brasil ha disminuido tanto y tan rápido, en el fondo siempre hay mujeres fuertes y perseverantes que desde hace unas cuantas décadas se propusieron, sin estímulos por parte del gobierno y por encima de los pronunciamientos de sus obispos, comenzar a «cerrar las fábricas» como pudieran.

En Brasil, encontrarse con mujeres menores de 35 años que ya se han esterilizado es cosa de todos los días, y no parecen tener reparos para hablar al respecto. «Yo tenía 18 cuando nació mi primer hijo. Quería terminar ahí, pero el segundo llegó por accidente, y eso ya fue más que suficiente», me dijo la empleada de una tienda de artesanías de 28 años en la ciudad de Recife, en el noreste.

Tenía 26 cuando le ligaron las trompas, y cuando le pregunté por qué había optado por un método de anticoncepción irreversible a una edad tan temprana me recordó a su segundo hijo, el accidente. Las píldoras anticonceptivas la hacían engordar y sentirse mal, dijo. Y en caso de que yo no hubiera puesto atención: ya era más que suficiente.

¿Pero por qué dos? ¿Por qué no cuatro? ¿Por qué no los ocho que tuvo tu abuela? Siempre la misma respuesta: «¡Imposible! ¡Demasiado caro! ¡Demasiado trabajo!». Con la expresión facial, los ojos bien abiertos y la sonrisa de sorpresa que llegué a conocer bien: «Estamos en el siglo xxi, senhora, ¿está loca?».

Quienes estudian la población, como José Alberto Carvalho, sostienen un animado debate en torno a los múltiples componentes del descenso de la fertilidad en Brasil («Que nadie te vaya a decir que sabe con certeza la causa de este descenso -me aconsejó un demógrafo de Cedeplar, el centro de estudios universitario de Belo Horizonte-. Nunca habrá una explicación mejor que la otra»).

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Pero si se intentara redactar una fórmula para colapsar la tasa de fertilidad de una nación en desarrollo sin intervención oficial por parte del gobierno ?sin políticas de «solo un hijo» al estilo China ni esfuerzos para obligar a la población a esterilizarse como en India?, este sería el plan de seis puntos, ajustados según las peculiaridades del Brasil moderno:

1. Industrializa de manera dramática, urgente y tardía, ocasionando que tu nación pase a toda velocidad y en solo 25 años por lo que los economistas solían considerar como un proceso de al menos un siglo: la reubicación interna de sus ciudadanos de las zonas rurales a las urbanas.

Los gobernantes militares de Brasil, que tomaron el poder con un golpe de Estado en 1964 y lo retuvieron durante dos décadas de gobierno autoritario, a veces brutal, forzaron al país a entrar en una nueva forma de economía, una que ha concentrado el trabajo en las ciudades, donde las viviendas están apretujadas, las calles de las favelas son peligrosas, los bebés son vistos más como nuevos gastos que como futura mano de obra útil para la agricultura y los trabajos que las mujeres deben realizar para la supervivencia de sus familias requieren que dejen sus hogares por un mínimo de 10 horas.

2. Mantén la mayoría de tus medicamentos sin regular y un sistema farmacéutico que no requiera recetas para la venta, de manera que cuando las píldoras anticonceptivas salgan al mundo a principios de los sesenta las mujeres de todas las clases sociales puedan comprarlas, sin necesidad de una receta, con solo conseguir el dinero.

3. Mejora tus estadísticas de mortalidad infantil de modo que las familias ya no se sientan obligadas a tener hijos de más por si acaso, bajo la suposición de que unos cuantos morirán jóvenes. Acrecienta esa seguridad con un programa nacional de pensiones que libere a los padres de clase trabajadora de la convicción de que una familia grande será su único sustento cuando lleguen a viejos.

4. Distorsiona los incentivos financieros de tu sistema de salud pública por una generación o dos, de modo que los doctores sepan que sus pagos serán más altos y sus horarios de trabajo más predecibles si practican cesáreas en vez de esperar partos naturales.

Luego corre la voz, de mujer a mujer, de que un doctor del sistema de salud pública que ya inició la cirugía para una cesárea podría ser convencido con facilidad de aprovechar la ocasión para hacer un ligamiento de trompas, asegurando así décadas de prosperidad para un mercado gris de este método permanente de anticoncepción, apoyado públicamente.

Una maestra de escuela jubilada de 69 años se ligó las trompas en 1972, después de que nació su tercer hijo. Esta mujer tiene tres hermanas. Todas fueron ligadas. Sí, todas son católicas. Sí, la jerarquía eclesiástica lo desaprueba. No, a ninguna le importa realmente; son mujeres de fe, pero en ciertos temas el clero masculino quizá no está bien preparado para distinguir los verdaderos designios de Dios.

La mujer servía té en tazas de porcelana en su mesa de comedor mientras hablábamos y su argumento sonaba práctico: «Todos lo hacían», dijo.

5.
Implementa electricidad y televisión simultáneamente en gran parte del interior del país, un doble trastorno de los patrones de vida de la familia tradicional, y abarrota las ondas de transmisión con una única imagen vívida y aspiracional de la familia brasileña moderna: acomodada, de piel clara y pequeña.

Los investigadores han rastreado la aparente influencia que tienen las novelas en la reducción de las familias, repeticiones en portugués brasileño de las amadas telenovelas nocturnas que se transmiten en toda Latinoamérica, cada una durante meses, como una serie interminable de novelas rosa de tono subido.

Cuando estuve ahí era Passione, que presentaba a los miembros de la familia empresarial Gouveia, atormentados por sus secretos, todos muy atractivos y cargados de posesiones deseables: motocicletas, candelabros, bicicletas de carreras, boletos de avión, zapatos de tacón franceses.

La viuda Gouveia, resuelta y admirable, tuvo tres hijos. Bueno, cuatro, pero uno era secreto porque nació fuera del matrimonio y fue enviado a Italia durante su primera infancia porque… mmm, no importa. El punto es que no había tantos Gouveia, ni había familias grandes en ninguna otra parte de la intrincadísima trama.

«Una vez les preguntamos: ¿La red Globo está tratando de introducir la planeación familiar a propósito? -dice Elza Berquó, demógrafa brasileña veterana que ayudó a estudiar los efectos de las novelas-. ¿Sabes qué respondieron? -No. Solo es que resulta mucho más fácil escribir novelas de familias pequeñas-«.

Y, por último, número 6: que todas tus mujeres sean brasileñas. Este es un terreno inestable: Brasil y las mujeres. Machismo significa lo mismo en el portugués de Brasil que en el español del resto del continente, y ha estado ligado a los altos niveles de violencia doméstica y otros ataques físicos a las mujeres en el país.

Pero la nación se vio alterada profundamente por el movimento das mulheres, el movimiento de las mujeres de los años setenta y ochenta, y hoy día pocos países estarían en posición de decir que Brasil es retrógrada en materia de igualdad de géneros.

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Cuando la presidenta Dilma Rousseff estaba en campaña el año pasado, los debates nacionales más feroces tenían que ver con sus ideas y afiliaciones políticas, no con el hecho de si la nación estaba lista para su primer presidente mujer.

Brasil tiene funcionarias de alto rango en la milicia, estaciones de policía especiales dirigidas por y para las mujeres, y a la jugadora de futbol más famosa del mundo (Marta, la deslumbrante gambeteadora de un solo nombre). Pasé una noche en la ciudad de Campinas hablando con Aníbal Faúndes, profesor de obstetricia chileno que inmigró hace décadas a Brasil y ha ayudado a dirigir los estudios nacionales sobre salud reproductiva.

Durante la conversación, él volvía una y otra vez a lo que considera la principal fuerza impulsora del cambio en la fertilidad de su país adoptivo. «La tasa de fertilidad bajó porque las mujeres decidieron que no querían más hijos -dice-. Las mujeres brasileñas son tremendamente fuertes. Solo era cuestión de que lo decidieran y luego tuvieran los medios para lograrlo».

El episodio de Cytotec ofrece evidencia sobria pero reveladora. Esta es la marca de un medicamento llamado Misoprostol, que se desarrolló como tratamiento para la úlcera pero que a finales de los ochenta se volvió internacionalmente conocido como una píldora de aborto temprano, parte de la combinación de dos fármacos que incluía el medicamento conocido como RU-486.

Aun antes de que el resto del mundo recibiera la noticia de que el aborto podía inducirse con pastillas -entró en los mercados francés y chino en 1988, en medio de gran controversia, y subsecuentemente fue aprobado en Estados Unidos para la interrupción del embarazo-, las mujeres brasileñas ya se habían dado cuenta.

Ninguna campaña de publicidad explicaba el uso del Misoprostol; recordemos que esto ocurría antes de internet y la ley brasileña prohíbe el aborto excepto en casos de violación o riesgo para la vida de la mujer. Pero esa ley es ignorada en todos los niveles de la sociedad.

«Las mujeres se decían la una a la otra cuál era la dosis necesaria -dice la demógrafa brasileña Sarah Costa, directora de Women’s Refugee Commission de la ciudad de Nueva York, quien ha escrito sobre el fenómeno de Cytotec en Brasil para la revista médica The Lancet-.

Había vendedores callejeros ofreciéndolo en las estaciones de tren. La mayoría de los establecimientos de salud pública en ese entonces no proporcionaba servicios de planeación familiar, pero si quieres regular tu fertilidad, aunque los servicios y la información sean deficientes, le preguntas a alguien -¿qué puedo hacer?-. Y la información va a circular».

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Para 1991, el gobierno brasileño había puesto restricciones al uso del medicamento; hoy día solo está disponible en hospitales, aunque las mujeres me aseguraron que aún se pueden obtener cajas de Cytotec. Sin embargo, el servicio de salud pública ahora paga por esterilizaciones y otros métodos de control natal.

Los abortos ilegales abundan, en circunstancias que van de lo confiable en términos médicos a lo terrorífico. Quizá no sea del todo fácil o seguro para una mujer brasileña mantener pequeña su familia, pero no faltan maneras a su alcance para hacerlo. Y esto es lo que el Brasil contemporáneo parece esperar de ellas.

«Mira los departamentos -dijo Andiara Petterle, ejecutiva de mercadotecnia de Río de Janeiro, de 31 años-. Están diseñados para un máximo de cuatro personas. Dos habitaciones. En los supermercados, incluso las marcas de alimentos congelados son siempre para cuatro personas».

La compañía que Petterle fundó se especializa en investigación de ventas respecto a las mujeres brasileñas, cuyos hábitos de compra y prioridades de vida parecen haberse disparado tan solo en los años después de que Petterle nació. No fue sino hasta 1977, me recordó, que el país legalizó el divorcio.

«Hemos cambiado tan rápido -aseguró-. Hemos descubierto que para muchas mujeres jóvenes la primera prioridad es su educación. La segunda es su profesión. Y la tercera son los hijos y una relación estable». De manera que criar hijos no ha desaparecido de las prioridades modernas, según Petterle, solo está más abajo en la lista.

Ella misma no tiene hijos, aunque espera tenerlos algún día. Mientras ella hablaba, escuché lo que se estaba convirtiendo en un refrán conocido: la vida brasileña contemporánea es demasiado cara para dar cabida a más de dos hijos. La gente te dirá que gran parte del servicio de escuelas públicas es ruim -inútil, un desastre-, y las familias se esfuerzan por conseguir cualquier educación privada que puedan pagar.

El sistema de salud de toda la nación también es ruim, insisten muchos, y las familias hacen lo que pueden para obtener la atención médica privada que les alcance. Ropa, libros, mochilas, celulares: todas estas cosas son costosas, y todas deben obtenerse de alguna manera.

Y todo lo que una familia joven podría necesitar ahora está disponible -como lo recuerdan implacablemente las vitrinas de los centros comerciales a quienes pasan por ahí- con financiamento, a corto o largo plazos. ¿Quieres que tu hijo tenga el perro de peluche gigante, el juego de muñecas de la caja bonita, la camioneta de metro y medio con baterías? Cómprala a plazos. Con intereses, por supuesto.

El crédito a consumidores ha estallado por todo Brasil, llegando hasta las familias de las clases media y trabajadora que hace dos décadas no tenían acceso a este tipo de compras discrecionales que se pagan con el tiempo. Mientras estaba en Brasil, la revista de negocios Exame publicó un artículo de portada sobre el nuevo consumismo del país en varias clases sociales.

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La periodista de São Paulo que escribió la historia, Fabiane Stefano, describía el ajetreo dentro de una agencia de viajes que abrió recientemente en un barrio de escasos recursos de la ciudad. «Cada cinco minutos entraba una persona nueva -decía-. Ochenta por ciento de estas personas se dirigían al noreste a visitar a sus familiares.  Para llegar allá se hacen tres días en autobús, solo tres horas en avión». Todos los clientes volaban por primera vez. «El encargado tuvo que explicarles que en un avión no verían su equipaje por un buen rato».

Sería una simplificación excesiva sugerir que los brasileños están teniendo menos hijos solo porque quieren gastar más dinero en cada uno. Pero esta cuestión de las adquisiciones materiales -lo caro que está todo ahora y lo mucho que desean todos ahora- le interesaba y preocupaba a casi todas las brasileñas que conocí.

Al tamaño reducido de las familias se le ha dado crédito por ayudar a impulsar las economías de los países en rápido desarrollo, especialmente de los cinco grandes a los que ahora nos referimos como brics: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Pero el crecimiento económico nacional no asegura el bienestar familiar, a menos que esa prosperidad se maneje con cuidado y se invierta en las próximas generaciones.

«Esto es algo en lo que he estado pensando, la manera en que estamos reduciendo la tasa de fertilidad en Brasil y los demás países conocidos como brics, pero no veo que realmente haya un esfuerzo por volverse más éticos -dice la ejecutiva de mercadotecnia Andiara Petterle-. Podríamos ser solo 1 000 millones de personas en el mundo y sin embargo, con la mentalidad que tenemos ahora, consumir la misma cantidad de recursos».

Una mañana tomé café con un grupo de jóvenes mujeres profesionistas de São Paulo y nos sentamos en una mesa sobre la acera frente a un puesto donde tenían ocho vistosas revistas de paternidad distintas, todas llenas de anuncios: la carriola convertible Bébé Confort Modulo Clip, el «analizador de llanto» electrónico para identificar por qué llora tu bebé, la pantalla de DVD para la pared que proyecta imágenes en movimiento sobre la cuna («¡Distrae mejor que un móvil!»).

Estudiamos las fotografías de moda de hermosos bebés en ropa tejida, con gafas de aviador y pieles falsas. «Mira a estos niños -dijo Milene Chaves, una periodista de 33 años, con la voz entre la admiración y la desesperación. Le dio vuelta a la página-. Y parece que también debes tener una habitación decorada. No necesito una habitación decorada como esta».

Chaves tiene un novio desde hace mucho aunque aún no tiene hijos. «Y cuando lo haga, quiero hacer las cosas más simples», dijo. La media docena de amigas a su alrededor estuvo de acuerdo, con las revistas aún abiertas frente a nosotros: objetos atractivos, dijeron, pero excesivos, tanto que es inquietante.

Estas mujeres de São Paulo se encontraban en sus veinte o treinta, con dos hijos o uno o ninguno. Seguían a la precisión los patrones que me describieron los demógrafos nacionales. Cuando les pregunté si alguna vez sentían nostalgia por la vida menos materialista de sus mayores, hace dos generaciones -ocho niños aquí, 10 allá, con nadie esperando decoradores para los cuartos-, pude discernir, en medio del escándalo, la palabra presa. Aprisionada.

Pero las respuestas casi quedaron ahogadas por sus risas.

National Geographic

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