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Marburgo, una ciudad medieval alemana

A una hora en tren desde la moderna ciudad de Fráncfort, rumbo al Norte, se encuentra Marburgo, poblado que guarda en cada uno de sus rincones momentos importantes de la historia alemana y, además, la actualiza en su universidad, una de las más importantes del país.

El río Lahn atraviesa esta ciudad medieval del estado de Hesse. Su tradición universitaria es orgullo de sus habitantes, y la historia los respalda: cuentan que desde el siglo XII es una ciudad libre y todavía actualmente tiene un estado especial en el país. La Universidad de Marburgo (conocida como Philipps-Universität) fue fundada en 1527 y es la más antigua de las universidades protestantes del mundo. De ahí han salido nueve premios. Su ambiente contagia la metrópoli, que junto con la arquitectua gótica la vuelven entrañable.


La mayor parte de la visita a Marburgo transcurre en el interior de un antiguo casco. Aunque, antes de entrar en él, conviene conocer la primera iglesia gótica construida en Alemania: la  Catedral de Santa Elisabeth (1), uno de los centros de peregrinación más trascendentales del norte de Europa. El edificio data del siglo XIII y se construyó en honor a la princesa Elisabeth, quien durante su corta vida se dedicó a cuidar enfermos pobres y a construir el primer hospital de la ciudad, justamente en ese lugar. En el interior se encuentran pinturas medievales y un moderno órgano que hay que evitar ver a fin de no romper el precioso ambiente de antigüedad que reina allí.


La iglesia está rodeada de edificios antiguos, también góticos, pertenecientes a la Orden de Cruzados Teutones, quienes apoyaron económica
y técnicamente su construcción, utilizando los conocimientos que traían de la avanzada cultura árabe. En uno de estos edificios se ubica el Museo de Mineralogía (2), que contiene una amplia colección de piedras preciosas.


Antes de entrar al antiguo casco conviene dar un paseo por el
Río Lahn (3), en pleno centro de la ciudad. Desde ahí se pueden apreciar diversas vistas de la metrópoli, con su antigua arquitectura reconstruida hace pocos años y, en la parte superior, se encuentra el Castillo (4). En el río no se permite nadar, a pesar de su cristalina agua, así que conviene no llamar la atención de la firme policía alemana, pero sí se puede pasear por los pequeños barrios y observar el día a día de sus habitantes; setenta mil personas, de las cuales veinte mil son estudiantes de la Universidad de Marburgo, de manera que la atmósfera tiende a ser agitada, culta y con muchas novedades. Cabe destacar que esta universidad ha dado nueve premios Nobel, entre ellos, el primero en medicina al doctor Emil Von Behring. Además, se trata de la universidad protestante más antigua del país. En el Museo Universitario (5) hay una excelente colección de pintores alemanes, así como obras de Kandinsky, Picasso y Klee, así como un importante retrato de Lutero realizado por Lucas Cranach.


El siguiente paso es tomar aire. El antiguo casco de la ciudad se encuentra en una colina y esto quiere decir que habrá que subir, y bastante. Para ello hay muchas escaleras, más que casas, dicen. Su interior es un laberinto de calles que suben, bajan y despistan hasta el más orientado. Es muy difícil llevar una ruta concreta y más cuando en cada paso aparecen rincones atractivos que hacen olvidar el plan previo. Incluso un ordenado alemán tiende a perderse con todo y el mapa en la mano. Si al final el destino nos lleva a extraviarnos, lo mejor es tener en mente un listado de lugares que no hay que dejar de ver en el viaje por la laberíntica ciudad de Marburgo: la
Plaza del Mercado ?Markplatz? (6), centro neurálgico de la urbe, ideal para iniciar la exploración del casco antiguo y reencontrarse con los compañeros de viaje desorientados. En esta plaza hay una serie de tiendas, cafés y edificios clásicos de postal alemana, con vigas de madera que conforman una interminable cuadrícula en el paisaje. Algunas de estas casas tienen más de setecientos años. También se puede visitar el edificio del Ayuntamiento ?Rathaus? (7), construido entre 1512 y 1527. Su fachada gótica tiene un reloj con la figura de un gallo encargado de marcar el paso de las horas, en la parte alta hay un mirador con espléndidas vistas panorámicas.


Después hay que subir. No hay opción. Se tiene que llegar a lo alto de la colina donde se encuentra el
Castillo, o Palacio (8), como lo llaman algunos. Fue la residencia de los duques de Hesse y hoy es parte de la Universidad. En su interior se puede visitar un museo que cuenta con las mejores colecciones de arte gótico (9) de Alemania. El resto del Castillo no se puede visitar, una lástima, pero desde ahí se puede observar el entramado medieval de la ciudad y entender por qué uno ha pasado horas perdido en él. Además, se tiene la vista de una de las pocas ciudades que no fueron bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial, lo que significa que casi todas las construcciones son originales.


Otra receta para conocer esta ciudad es visitar sus tiendas y cafés. La librería y cafetería
Roter Stern (10) (calle Am Grun 28) tiene un agradable ambiente progresista universitario. En la librería se pueden encontrar diversos títulos de economía, filosofía e historia, aunque sólo quienes hablan alemán saldrán sonriendo y con bolsas llenas de libros. Pero en la cafetería se pueden saborear las delicias gastronómicas alemanas sin importar el idioma que uno hable, en medio de un ambiente bohemio. Y, de paso, por si se extrañan las tierras latinoamericanas, hay que probar el exquisito café nicaragüense de la casa. También se deben leer los avisos que están pegados en las pizarras del local que anuncian conciertos, exposiciones y eventos interesantes. Y si el dulce es parte de tu vida, ve al  Café Vetter (11) (Calle Reitgasse 4), un lugar de atmósfera vienesa, con lo mejor de la pastelería del norte europeo. Aflójate el cinturón.

La noche se vive rodeada de universitarios y de las sensacionales cervezas alemanas. Prueba las regionales e incluso las elaboradas de manera artesanal; por cierto, si quieres puedes ver cómo se preparan en el momento. Para ello, no hay mejor sitio que el  Bar Elisabeth Braukelles (12) (calle Steinweg 45). Una recomendación: no te excedas, recuerda que aún deberás regresar a tu hotel a pie, y con tantas escaleras de por medio? hay que moderarse, aunque el sabor sea espectacular.


National Geographic

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