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El tren de los olvidados

El Matvei Mudrov brinda cuidados médicos en las aldeas aisladas de la región más alejada de Rusia.

Extracto de la edición de junio de la revista National Geographic en español.

Fotografías de William Daniels

Los enfermos y los heridos esperan el tren en cada estación. En Jani, una aldea de 742 habitantes incrustada entre las cumbres nevadas de los montes Stanovói, los pacientes emergen de edificios de concreto y se reúnen a lo largo de las vías. Todos buscan tratamiento médico. Un hombre cayó de las escaleras cuando estaba borracho y se rompió ambos tobillos. Un maestro de la única escuela del lugar necesita que revisen a su hija de 14 años, quien enfermó de apendicitis hace un mes. Le extirparon el apéndice en Chara, a una angustiosa distancia de tres horas.

Estos y otros pacientes esperan para abordar el tren médico Matvei Mudrov, la principal línea salvavidas de Jani, una clínica médica móvil con equipo básico, cuartos para exámenes y entre 12 y 15 médicos. El Matvei Mudrov, administrado por la agencia de ferrocarriles rusos y bautizado en honor del médico del siglo XIX que ayudó a establecer la práctica clínica en Rusia, va de aldea en aldea, se detiene un día para ver a los pacientes y después continúa a lo largo de los miles de kilómetros de vías férreas que cruzan el extremo oriental de Rusia.

Jani es en muchos sentidos una aldea típica entre las comunidades a lo largo de la ruta del tren: un patio  de grava gruesa y piedra rodeado de edificios de departamentos prefabricados forma parte del pueblo, que en su mayoría se ve desierto. La gente no tiene un médico propio ni muchos menos especialistas; cuentan apenas con una pequeña clínica con equipo de la era soviética y un médico multiusos con formación de dentista. Para mucha gente, el tren Matvei Mudrov representa la única atención experta que podrían recibir.

Por la tarde camino con el único oficial de policía de Jani, Nikolái Kolesnik, de 29 años, con la piel tan suave como la de un niño y el pelo tan rubio que parece translúcido. Llegó apenas el invierno pasado; seis años antes la aldea no tenía policía. Su único par de botas se rompió después de un mes y, como no hay tiendas de ropa en la aldea o en los alrededores, tuvo que tomar el tren 20 horas de regreso hasta la capital regional para comprar unas nuevas.

Estas son molestias mínimas comparadas con el efecto que la ubicación remota de Jani tiene sobre el trabajo en Kolesnik. La aldea no cuenta con cárcel, lo que significa que no puede realizar arrestos por crímenes graves. Ni siquiera puede hacer válidas las leyes contra la conducción en estado de ebriedad: no tiene alcoholímetro, ya no digamos un técnico médico que pudiera hacer un análisis legalmente admisible. No hay morgue ni médico calificado que pueda firmar un acta de defunción, lo que significa que los cadáveres esperan en una vieja bodega de ladrillo al lado de las vías a que los patólogos lleguen en tren y se los lleven.

Sin embargo, Kolesnik insiste en que disfruta estar ahí. La vida es más simple, la gente es más agradable y el trabajo tiene un ritmo calmado, le agradan los lugareños y, a juzgar por los saludos amistosos que recibe cuando camina por el pueblo, él también les agrada.

No obstante, este afecto no es compartido del todo. Tres días antes su novia se fue del pueblo, llevándose con ella a la hija de siete años de ambos.

El Matvei Mudrov atiende docenas de aldeas como Jani a lo largo de la línea del ferrocarril Baikal-Amur (BAM), llamada así porque se extiende desde el lago Baikal hasta el río Amur. La BAM corre por 4,300 kilómetros, paralela a la línea Transiberiana, que es más conocida, solo que 650 kilómetros al norte. Construida a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, fue el último gran proyecto de construcción de la era soviética, cuyo objetivo era ostentar la superioridad del hombre  sobre la naturaleza, gracias a las proezas de la ingeniería soviética y la voluntad del pueblo.

En la imagen, el personal se toma un descanso después del trabajo. Beben vodka, comen carne asada y queman una efigie de paja para celebrar la fiesta local antes de la Cuaresma ortodoxa rusa.

National Geographic

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