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Sudán del Sur, el futuro que se esfumó

En el país más joven del mundo, la gente pone en riesgo su vida si trata de obtener un empleo o asistir a la escuela.

Tras obtener la independencia de Sudán en junio de 2011, éste tenía visos de ser un gran año para Sudán del Sur. El PIB debía crecer cerca de 35 por ciento – el más alto del mundo-, las arcas del gobierno iban a rebosar de dinero procedente del petróleo y 500 empresas de 55 países tenían intención de invertir allí. El futuro era inmejorable en el país más joven del mundo, pero la noche del 15 al 16 del pasado diciembre ese futuro se esfumó.

Un enfrentamiento entre soldados de la guardia presidencial (formada por las etnias nuer y dinka) desencadenó fuertes combates en la capital, Juba. Aquellos dos días de violencia étnica prendieron la mecha que acabó conduciendo al país al borde de una nueva guerra civil, la tercera en 50 años después de las ocurridas entre 1955-1972 y de 1983 a 2005.

Comienza a amanecer en Juba y la vida en el campo de desplazados de Tomping resurge. Docenas de mujeres cargan sobre sus cabezas bidones amarillos repletos de agua potable para cocinar. Cercadas por feroces púas de espino aguardan, pacientes, centenares de personas para recoger comida. La vida en este inmenso campo -con cerca de 27,000 personas- no es sencilla.

«No podemos salir del campo para conseguir trabajo porque los dinka acabarían con nosotros. La comida es escasa. Mis hijos no acuden a la escuela. Mi casa son cuatro plásticos mal puestos. Esto no es vida», se queja Simón Gus, padre de seis hijos. «Yo solo quiero ir con mi familia que está en Uganda. Quiero irme para no volver nunca más», asevera.

Muy cerca de la infravivienda donde vive Simón con sus hijos se encuentra Tut Laey Badeng. Este joven, de 26 años y antiguo estudiante, comienza a desplegar la sombrilla de su puesto de telefonía móvil en el campo de desplazados de Tomping (Juba). Coloca sobre la mesa las recargas de teléfono, un bote con caramelos, bolsas con cacahuetes y se sienta a esperar a que lleguen los clientes.

Tut lleva repitiendo este ritual desde hace 14 días, cuando tuvo que huir junto con su familia. «Los dinka (etnia a la que pertenece el presidente Salva Kiir) entraron en mi aldea y comenzaron a disparar contra todos los nuer que encontraron a su paso. Nosotros tuvimos suerte y logramos huir «, señala.

La batalla crece

Los combates de la noche del 15 al 16 de diciembre han derivado en una guerra sectaria entre dinkas y nuers que se ha propagado por todo el país. Las historias de asesinatos masivos son algo común. Y el odio étnico sobrevuela este campo. «Los dinka nos están exterminando. Es lo mismo que ocurrió en Ruanda entre los hutus y los tutsis, un genocidio», denuncia Tut Laey Badeng.

El odio entre las dos etnias mayoritarias de Sudán del Sur es histórico. Ya en 1991, las tropas leales al nuer Riek Machar- el actual líder rebelde y exvicepresidente del país- arrasaron las zonas dinka de Panaru, Bor y Kongor, donde más de 200,000 dinkas huyeron de los combates.

Pero los afines a Machar se cebaron con la localidad de Bor -ciudad natal de John Garang, dinka y líder del SPLM/A (Movimiento/Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán), donde acabaron con la vida de 5,000 personas. La respuesta de Garang no se hizo esperar y las tropas del SPLA arrasaron las zonas al oeste del Alto Nilo, donde los nuer son la etnia mayoritaria.

«Somos enemigos históricos. Irreconciliables. Luchamos unidos durante cierto tiempo para conseguir la independencia de Jartum (capital de Sudán del Norte). Una vez conseguida volvemos a luchar entre nosotros por el poder… como hemos hecho toda la vida», aclara Yoal Gatluak.

Este nuer vive en el campo de Tomping desde hace tres meses. Sobrevive como puede a pesar de estar atemorizado por el futuro de sus hijos y por la situación de violencia que se vive en todo el país. Gatluak es contrario al gobierno de Salva Kiir al que acusa de organizar falsas partidas de ayuda humanitaria que no tienen otro objetivo que matar a los nuer. «Nos engañan para que volvamos a nuestros hogares para luego perseguirnos y exterminarnos», denuncia.

Con la ansiada independencia, las rencillas entre las tribus quedaron aparcadas pero las ansias de poder de unos y otros seguían latiendo con viveza. Los líderes militares que estaban detrás de las más cruentas matanzas en las últimas dos décadas colgaban el uniforme militar y guardaban las condecoraciones bajo un traje de rayas y corbata. Salva Kiir y Riek Machar se convertían en presidente y vicepresidente de Sudán del Sur. Pero la lucha seguía latente.

Los dinka, el grupo étnico mayoritario, había ido acaparando poco a poco todo el poder, lo que no era visto con buenos ojos por las otras tribus. Pero el incidente que desencadenó esta ola de violencia fue provocado por la destitución de Machar, quién había comunicado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2015. Kiir eliminaba, de golpe, a su rival.

Zecheria Wuor estudiaba secundaria en Yabal, pero la guerra le obligó a refugiarse en este campo. Oriundo de Malakal (en el norte del país) hace semanas que no tiene contacto con tu familia. La última vez que habló con ellos le dijeron que iban a tratar de huir «porque los combates se habían intensificado y tenían miedo a que los dinkas entrasen en el poblado y los matasen a todos», denuncia el joven estudiante que ha visto cómo el estallido de violencia le ha privado de terminar el colegio.

«Esto no es una guerra sectaria, es un genocidio. Los dinkas entran en los pueblos y exterminan a cuántos encuentran en su camino sin importarles si son mujeres, ancianos o niños», comenta Zecheria

El país más joven del mundo vive una tragedia de la que dependerá su futuro más inmediato. La voluntad de ambos bandos por obtener una reconciliación es la única vía para la paz y para que el país logre prosperar. Mientras, en Jartum, se frotan las manos viendo a sus vecinos del sur enzarzados en limpiezas étnicas.

National Geographic

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