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¿Pagas muchos impuestos? Roma habría gravado hasta tu orina

Las autoridades siempre han encontrado medios creativos para obtener dinero.

Puede que los impuestos sean tan inevitables como la muerte, pero han cambiado mucho. Con el paso de los siglos, los gobiernos han cobrado impuestos por todo, desde el vello facial hasta el derecho de cubrirte, y sus funcionarios han aceptado pagos con cervezas, camas, y hasta palos de escoba.

He aquí algunos impuestos históricos que, felizmente, ya no tenemos que pagar:

Pecunia non olet: el impuesto romano a la orina

Los antiguos romanos valoraban la orina por su contenido de amoniaco. Consideraban que el enemigo natural de la mugre y la grasa era muy útil para lavar la ropa y hasta para blanquear los dientes. Y como todos los productos valiosos, tenían un plan para gravarlo.

El emperador Vespasiano (quien gobernó de 69-79 d.C.) ganó buen dinero cobrando impuestos por el comercio de orina recolectada en las letrinas públicas. Pero incluso algunos romanos pudientes detestaban el gravamen.

?Cuando su hijo Tito le recriminó un día haber creado un impuesto hasta para la orina, Vespasiano le presentó delante de la nariz una pieza del primer dinero cobrado por aquel impuesto, y le preguntó si olía mal. Y al responder que no: ?Sin embargo?, le dijo, ?es orina??, escribió Suetonio en Las vidas de los doce Césares, alrededor de 120 d.C.

Europeos hirsutos acosados por el impuesto a la barba

En varias ocasiones, a lo largo de la historia europea, los monarcas trataron de gravar los bigotes de sus súbditos.

Enrique VIII introdujo un impuesto al vello facial en 1535. La cuota aumentaba de acuerdo con la posición social del propietario de la barba. Por supuesto, la excepción era el barbiespeso Enrique.

El reformador ruso Pedro el Grande también instituyó un impuesto a la barba en 1698. El europeísta Pedro consideraba que la ubicua barba rusa era símbolo de la personalidad anquilosada y retrógrada de su nación.

Los caballeros barbados en Rusia tenían que pagar una cantidad sustancial, y estaban obligados a llevar un distintivo singular para demostrar que habían comprado el derecho de seguir barbudos.

La onerosa carga del ?impuesto de sangre? otomano

Los soberanos otomanos hacían que sus súbditos no musulmanes pagaran impuestos con sus bienes más preciados: sus hijos. Las aterrorizadas familias llamaban a esto el ?impuesto de sangre?.

Desde principios del siglo XV y hasta fines del XVII, funcionarios gubernamentales tomaban, periódicamente, grupos de niños cristianos de familias que vivían bajo el régimen otomano, los convertían al Islam, y los entregaban al sultán.

Los niños eran sometidos a entrenamiento militar durante cinco a ocho años, y al mismo tiempo trabajaban en talleres, granjas, barcos, y sitios de construcción del Estado. ?Por supuesto, también eran el fundamento del ejército jenízaro [de elite] ?explica Gülay Yilmaz, historiadora de la Universidad Akdeniz, Turquía-. Y la elite burocrática administrativa del imperio se componía principalmente de los niños reclutados y reservados para recibir educación especial en los palacios, donde se convertían en administradores?.

Al menos los jóvenes recibían una especie de exención fiscal por sus servicios. ?Quienes eran seleccionados como devshirmes no tenían que pagar cizye, un impuesto uniforme aplicado a todos los hombres cristianos, adultos y físicamente aptos?, agrega Yilmaz.

Favor de remitir cerveza, escobas, o piedras

Los impuestos han existido desde hace tanto tiempo que anteceden, incluso, a las monedas.

Y en la antigua Mesopotamia, esto condujo a formas de pago muy extrañas. Por ejemplo, el impuesto para enterrar un cuerpo en una tumba fue de ?siete barriles de cerveza, 420 hogazas, dos fanegas de cebada, un manto de lana, una cabra, y una cama, presuntamente para el cadáver?, según Tonia Sharlach, historiadora de la Universidad Estatal de Oklahoma.

Los impuestos se aplicaban a casi todo, y podían pagarse con casi cualquier cosa.

?Hacia 2000-1800 a.C., se asentó el registro de un hombre que pagó con 18,880 escobas y seis leños- agrega Sharlach-. Debió ser un tipo de acuerdo con el cual proporcionaba bienes necesarios al gobierno?.

La contabilidad creativa de los pagos en especie también permitió que algunos engañaran al cobrador de impuestos. ?En otro caso, un hombre afirmó que no tenía posesión alguna, excepto piedras de molino extremadamente pesadas. Así que hizo que el cobrador se las llevara como pago de impuestos?.

El impuesto a los senos provoca el desafío máximo

Uno de los gravámenes más extraños de todos fue un impuesto a los senos o mulakkaram, cobrado alguna vez por los gobernantes del estado indio de Kerala. Las mujeres que quisieran cubrirse en público debían pagarlo, y el humillante impuesto representaba una carga financiera para las mujeres de la casta inferior, a quienes iba dirigido.

El impuesto a los senos precipitó un acto de protesta que se hizo legendario.

Aunque son muy pocos los hechos comprobables, la historia se cuenta a menudo en la población de Cherthala donde, hace unos dos siglos, vivió una mujer llamada Nangeli. Incapaz de pagar, e indignada por el gravamen, se dice que Nangeli se cortó los senos y los entregó al atónito cobrador de impuestos. Aquel acto le costó la vida a la mujer, pero se afirma que condujo a la eliminación del tributo.

Una idea brillante: amnistía fiscal vitalicia

En India, el Imperio Maurya (ca. 321-185 a.C.) organizaba una competencia anual de ideas, y el ganador recibía amnistía fiscal. ?El gobierno pedía ideas a sus ciudadanos para resolver problemas gubernamentales ?explica Sharlach-. Si elegían e implementaban tu solución, recibías una exención fiscal para el resto de tu vida?.

El viajero y escritor griego Megástenes (ca. 350-290 a.C.) hizo un asombrado relato de esta práctica en su libro Indica.

Igual que la mayor parte de los esfuerzos de reforma fiscal, este sistema distaba mucho de ser perfecto, señala Sharlach. ?El inconveniente es que nadie tendría incentivos para resolver más de un problema?.

National Geographic

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