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Una coexistencia incómoda: así están aprendiendo a vivir los elefantes silvestres con la población al sur de India

Los elefantes en India están acercándose a los asentamientos humanos sin importar los riesgos que representen para ellos. Éstas han sido las consecuencias.

Estamos cruzando una zona llena de lodo y, de repente, Nisar Ahmed M.K. nos hace una seña para que nos acuclillemos. El follaje que nos rodea, de un verde vivo porque llovió hace poco, se abre hacia un estanque, donde algunas crías de elefante juegan en el agua a derribarse. El resto de la manada, de unos 20 elefantes, observa de cerca en ese plantío de café en Hassan, un distrito en el sur de India.

Detrás nuestro están las habitaciones del plantío, estructuras sencillas con techo de teja roja, cuyos residentes suelen cruzarse con estos paquidermos de muchas toneladas. Entre 2021 y 2022, los elefantes mataron a 12 personas en Hassan, cuya población es de 1.8 millones. En el mismo periodo murieron cuatro elefantes, uno de ellos a causa de un disparo, otro electrocutado y a otro lo atropelló un tren. Nisar cuenta que la mayoría de los cerca de 65 elefantes en la región llevan bultos que, se cree, son heridas de bala. Se trata de una coexistencia incómoda.

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Zona de elefantes

Brent Stirton

Por eso, Nisar —coordinador en el campo para la Fundación para la Conservación de la Naturaleza, un organismo sin fines de lucro con sede en Mysuru, a unas horas de ahí— y sus colegas operan un sistema de alerta anticipada para ayudar a la gente a no estorbar a los elefantes. Cuando se sabe que hay animales en la zona, se anuncia su presencia con señalamientos en cruces de carreteras, se encienden radiofaros y los residentes reciben mensajes de texto y voz en sus teléfonos. No obstante, como todo ejercicio que involucra a los seres humanos, no siempre es así de fácil.

Temprano ese día, mientras Nisar maneja su Jeep por un camino de terracería, buscando la ubicación de un animal que lleva un collar con radiotransmisor, se percata de un montón de paraguas e impermeables de colores vívidos. La gente no es consciente de que solo unas hileras de plantas de café robusta la separan de los elefantes.

Maldice y se detiene para recoger a una mujer y tres niños en uniformes escolares. Ella admite que recibió un mensaje con la alerta de los elefantes cercanos, pero tenía que recoger a los niños de la escuela y no tiene acceso a un vehículo. Le pregunto a una niña de 10 años si ha visto elefantes. Me mira como si yo fuera tonto; en la mañana vio un grupo de 13 fuera de su casa. ¿Le da miedo? “Sí”, responde, pero después sonríe y se encoge de hombros, como si dijera que así son las cosas.

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Un hábitat invadido por los seres humanos

Esta es la realidad en varias zonas de India, Sri Lanka y el sureste asiático, donde los elefantes y la gente se pelean por el espacio en un entorno cada vez más dominado por el ser humano. Alguna vez, estos animales sumamente sociables se encontraban a lo largo de Asia, incluyendo China, y llegaban hasta el río Éufrates. Ahora, los elefantes asiáticos son una especie en peligro de extinción: sobreviven en solo 5 % de su territorio histórico.

Las ciudades en expansión y la infraestructura han fragmentado sus hábitats, y las plantas invasoras que desplazan sus fuentes de alimento habituales podrían suponer una amenaza aún mayor. Si bien es difícil llegar a una cifra clara, es posible que queden menos de 50 mil elefantes asiáticos salvajes, 30 mil de los cuales habitan India. Investigadores y conservacionistas coinciden en que, para que la especie sobreviva, la gente y los elefantes deben llevarse bien.

Y falta mucho para lograrlo. Entre 2020 y 2022, la gente en Sri Lanka mató a más de 1,100 elefantes y casi 400 personas murieron durante encuentros con ellos. En India, entre 2018 y 2020, 300 animales y 1,400 personas murieron a raíz de conflictos entre humanos y elefantes, un fenómeno que ocurre cuando la pérdida de hábitat obliga a ambas especies a entrar en contacto cercano, lo cual conduce a lesiones o la muerte.

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En aras de vivir en paz

Vivir en paz con un animal tan inteligente y adaptable exige que se comprendan a fondo sus estructuras sociales. Si bien desde hace tiempo hay un cúmulo de conocimiento sobre el tema, los científicos han estudiado mucho menos al elefante asiático que al africano, sobre todo en su hábitat natural, de modo que, en el curso de las últimas dos décadas, un dedicado grupo de investigadores ha estado llenando estos huecos y, al hacerlo, ha revelado un animal distinto de su contraparte africana.

Uno de esos individuos es Prithiviraj Fernando, quien lleva más de 30 años estudiando esta especie, sobre todo en Sri Lanka, donde cerca de 6 mil elefantes comparten casi 70 % de su hábitat con los seres humanos. La mayoría de las extensas presas en la isla sueltan agua durante la sequía, lo cual crea frondosos pastizales que atraen a los paquidermos.

Brent Stirton/Reportage by Getty Images

“Los elefantes asiáticos son una especie EDGE [especies distintivas desde el punto de vista evolutivo y en peligro de extinción]”, indica Fernando. A su vez, prosperan fuera de los límites del bosque.

Es una tarde soleada y con brisa de septiembre en el Parque Nacional Kaudulla, en la parte norcentral de Sri Lanka, una zona protegida alrededor de la reserva de Kaudulla. El nivel del agua ha retrocedido, exponiendo una extensa planicie de pasto fresco en donde 23 elefantes están ocupados comiendo.

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No es fácil estudiar a los elefantes silvestres en India

Jennifer Pastorini, quien dirige el organismo sin fines de lucro Centro para la Conservación e Investigación con su esposo Fernando, toma muchas fotografías y videos de la manada. Estos brindan información sobre su condición física, como las heridas que reciben durante sus encuentros con la gente u otros elefantes, y permiten observar las relaciones entre estos animales.

Es complicado estudiar las interacciones sociales de los elefantes asiáticos. Para empezar, es difícil observar de forma sistemática a los animales en los bosques o matorrales. Y cuando se les puede ver juntos en el mismo lugar, “casi siempre se ignoran”, dice Pastorini.

Brent Stirton

Durante buena parte de la tarde en Kaudulla, los elefantes se concentran en comer, deambulan de un lugar a otro por el pastizal, meciendo la cola y sacudiendo las orejas. Los elefantes asiáticos dedican cerca de 16 horas al día a comer pasto, hojas y corteza. Esta dieta prodigiosa –más de 100 kilos al día– exige una zona vasta, por eso el elefante asiático puede habitar una superficie de cientos de kilómetros cuadrados.

Va a anochecer. Una hembra adulta y su cría empiezan a atravesar el pastizal más o menos en línea recta hacia nosotros. En su camino hay un grupo de tres hembras adultas y dos crías. A medida que el par se acerca al grupo, Pastorini comenta: “Vamos a ver si interactúan”. Lo hacen, se agrupan y entran en contacto mediante sus trompas, lo cual podría ser un gesto de conexión.

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Los elefantes en India son diferentes a los de la sabana

Durante años, los científicos supusieron que las estructuras sociales de los elefantes asiáticos eran similares a las de los elefantes de la sabana africana. A simple vista era cierto: estas dos especies longevas se reúnen en manadas de hembras adultas emparentadas y sus crías, y los machos se separan del grupo en la adolescencia, cuando tienen entre ocho y 13 años.

No obstante, el aspecto mejor conocido de la sociedad del elefante de la sabana africana —que la hembra de más edad, la matriarca, es la más dominante— no se replica con los elefantes asiáticos. En cambio, estos viven en grupos más pequeños, menos jerárquicos y más disgregados, que con el curso del tiempo se pueden separar y reunir. En ocasiones, grupos pequeños se pueden asociar con clanes más numerosos, que incluyen a animales que son parientes lejanos.

Brent Stirton/Getty Images para National Geographic

“La composición del grupo sigue cambiando. Hoy vemos a estos 20 juntos. Mañana, 10 de ellos podrán estar por allá y los otros 10 por aquí. Es muy flexible”, explica Pastorini.

No solo eso, los elefantes asiáticos, sobre todo los jóvenes, son muy flexibles, apunta Nishant Srinivasaiah, director del programa Frontier Elephant en Bengaluru, India. Durante su doctorado, Srinivasaiah estudió a los elefantes machos que viven a las afueras de Bengaluru, capital del estado de Karnataka.

Descubrió grupos numerosos, estables, compuestos exclusivamente de machos, de hasta 25 individuos, algo que no se había visto antes en la zona. En los bosques protegidos es más frecuente encontrar elefantes machos solitarios, en grupos pequeños de entre tres y cuatro machos, o de forma temporal en grupos de hembras y crías. Estos machos jóvenes vivían juntos y con frecuencia buscaban la compañía de elefantes mayores, con más experiencia, para sortear mejor el desafiante mundo de las carreteras, las rejas, las vías de tren y el alambrado eléctrico.

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Alimentación de alto riesgo

Brent Stirton

En las últimas décadas, estos grupos de machos también han adoptado lo que él denomina una estrategia de alimentación de alto riesgo y ganancias: se arriesgan en interacciones potencialmente letales con seres humanos para alimentarse de los cultivos, una fuente de alimento rápida que estimula su salud y condición física, un extra cuando buscan pareja.

Estos machos que saquean los cultivos proceden de las mismas poblaciones que los elefantes que habitan el bosque, ya sea solos o en grupos pequeños, y están transmitiendo estas prácticas a las nuevas generaciones. “Lo que estamos atestiguando es una evolución cultural”, asegura Srinivasaiah.

A medida que los científicos estudian más a los elefantes asiáticos, están descubriendo a un animal que comparte muchas habilidades cognitivas con las personas y otros simios.

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El caso de ‘Happy’

En 2005, Joshua Plotnik, director del Laboratorio de Cognición Comparativa para la Conservación de la Universidad Hunter en Nueva York, fue parte de un equipo que llevó a cabo una prueba de autorreconocimiento en un espejo para Happy, un elefante asiático del zoológico del Bronx. La prueba determina si un animal sabe que se está viendo en un espejo y no a otro animal.

Happy la pasó, con lo cual los elefantes asiáticos entraron a una exclusiva lista de especies, entre las que figuran los delfines y los chimpancés. Esta habilidad avanzada es en parte la razón por la cual el organismo estadounidense sin fines de lucro Nonhuman Rights Project le pidió a un tribunal de primera instancia en el estado de Nueva York que le concediera personalidad legal a Happy, la retiraran del aislamiento en el zoológico y la mudaran a un santuario. La solicitud llegó al tribunal superior del estado, la Corte de Apelaciones de Nueva York. En 2022, la corte falló en contra del organismo, con cinco votos contra dos.

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Desde la prueba del espejo, Plotnik y sus colegas han determinado que los elefantes asiáticos en cautiverio pueden reconocer cuando su cuerpo representa un obstáculo para completar una tarea: en experimentos, los animales se retiran de un tapete y lo llevan arrastrando con un palo pegado a él hasta un investigador, algo que los niños humanos hacen bien entrados los dos años. Plotnik explica que esa habilidad, junto con la prueba del espejo, apunta a “una conciencia aguda de sí mismos”. Este tipo de investigación no se ha publicado respecto a los elefantes africanos.

Hace unos 10 años, Plotnik asistió a una reunión en Tailandia, donde le asombraron los relatos de los pobladores, quienes aseguraban que los elefantes abrían llaves de agua y encontraban cómo sortear rejas. Esto lo inspiró a ampliar su trabajo sobre las habilidades sensoriales y cognitivas de los elefantes en cautiverio, y a estudiar elefantes en su entorno natural en Tailandia.

“Si vas a desarrollar estrategias para intentar ayudar a que los elefantes y los seres humanos coexistan, debes contemplar cómo piensan los dos”, afirma.

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Jornadas exhaustivas de trabajos forzados

En la provincia de Chiang Rai, en el extremo norte de Tailandia, en la frontera con Laos y Birmania, Plotnik y su equipo realizan su investigación de los elefantes silvestres con ayuda de Ja Thong, una hembra cautiva de 31 años. Se acerca a tres cajas de acero amarradas a un árbol. El aire húmedo tiene el aroma dulce y embriagador de la yaca, y dentro de cada caja hay un pedazo de esta fruta. Las cajas son una especie de acertijo que pone a prueba la capacidad de los elefantes para resolver un problema.

Alcanzar los premios implica que empujen la puerta de una de las cajas, deslicen otra en la segunda caja y jalen una cadena en la tercera. Ja Thong toca las cajas con su trompa y hocico. Cuando la puerta que debe empujar se abre, luego de unos minutos, parece que lo hizo de forma accidental. La puerta corrediza le toma unos minutos más, pero la más difícil es la cadena.

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Ja Thong parece desesperada, golpea la trompa en el piso y emite un sonido similar al de una llanta rebotando. Su cuidador la alienta, le grita instrucciones y casi 10 minutos después ya abrió las tres puertas. Cuando Ja Thong lo vuelve a intentar, es más rápida y resuelve los tres acertijos muy rápido.

Uno de los factores clave que determinan si un elefante resuelve los acertijos de las cajas es la persistencia, asegura Sarah Jacobson, doctorante en el laboratorio de Plotnik y que estudia la innovadora resolución de problemas entre los elefantes silvestres de Tailandia. Los resultados preliminares de Jacobson provienen de trampas de cámara que colocó en el santuario Salakpra Wildlife, en el oeste de Tailandia, y muestran que más de la mitad de los elefantes silvestres que se acercaron a la caja de acertijos decidió interactuar con ella. De estos, más de la mitad pudo abrir por lo menos una de las cajas y cerca de una décima parte abrió las tres. Esto muestra una variabilidad en la disposición de los elefantes a probar algo nuevo, así como su aptitud para sortear un desafío.

Mientras almuerza en un café a la orilla de la carretera, Jacobson revisa el metraje de la prueba, incluido un video en el que un elefante macho con una oreja herida abre las tres cajas casi al instante y con total calma. Pero, en otro video del mismo bosque, un macho extiende su trompa sin tocar las cajas. Se le endurece la cola y para las orejas. “Es una conducta de alerta máxima”, explica Jacobson, que ve al elefante alejarse.

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Los elefantes tienen personalidades únicas

En efecto, los elefantes tienen personalidades únicas que Plotnik y su equipo están estudiando con miras a disminuir el conflicto con los seres humanos. Algunos elefantes de Salakpra tiene la costumbre de salir del bosque para comer los cultivos de yuca. Por ejemplo, si identifican a un elefante especialmente creativo –como el de la oreja herida–, entonces tal vez sonidos o luces parpadeantes lo disuadan más que una reja.

En un laboratorio amplio e iluminado en el Instituto de Ciencias de India, en Bengaluru, la bióloga Sanjeeta Sharma Pokharel me muestra viales de vidrio con lo que parece tierra seca. Resulta ser estiércol de elefante.

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Tal vez no parezcan importantes, pero esas muestras fecales pueden revelar la cantidad de hormonas del estrés en un elefante en determinado momento. Investigaciones previas han demostrado que el estrés prolongado puede tener efectos negativos en la salud de los animales y su capacidad para reproducirse.

“Quería estudiar qué está pasando dentro del elefante”, explica Pokharel. Dedicó buena parte de su investigación durante el doctorado a permanecer oculta en matorrales cerca de elefantes o siguiéndolos por campos y sembradíos. Esto le permitió recolectar estiércol fresco de dos hábitats en el sur de India: zonas protegidas y Hassan, donde los elefantes viven entre cultivos humanos.

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Vivir entre humanos es estresante

Esperaba que los elefantes que se alimentan de cultivos mostraran niveles más altos de estrés por los riesgos que supone convivir con la gente. Sin embargo, para su sorpresa, descubrió lo opuesto: los elefantes que se alimentan de cultivos tienen menos niveles de estrés que aquellos que viven en bosques protegidos. El análisis de su estiércol demostró que una dieta de cultivos era más rica en proteínas. La hipótesis de Pokharel es que, tal vez, una dieta a base de cultivos de mejor calidad compense los riesgos que supone y, como lo indica su estudio, sea un paliativo frente al estrés.

En 2022, Pokharel y Nachiketha Sharma, ambos becarios de posdoctorado en la Universidad de Kioto, Japón, publicaron una investigación sobre la conducta de los elefantes asiáticos frente a elefantes muertos o moribundos. Analizaron videos de hembras adultas, que se cree que eran madres, cargando los cadáveres de crías —algo que nunca hacen con crías vivas— y de elefantes reunidos en torno a un cadáver, tocándose con las trompas en lo que parecía ser un gesto de consuelo.

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Pokharel y Sharma creen que los elefantes sí sienten dolor, pero se requiere más evidencia para afirmarlo con rigor científico. Cuando uno de los revisores de su artículo expresó que en una de sus ilustraciones los elefantes parecían tener expresiones humanas, la cambiaron. Sharma asegura que “una pizca de antropomorfismo no está mal, si provoca empatía entre la gente”.

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Una especie que se inserta en la iconografía asiática

En Asia, los humanos y los elefantes tienen una relación milenaria. Sellos de la civilización de Harappa, de más de 4 mil años de antigüedad, representan a elefantes domesticados. Con la llegada de reinos y repúblicas en India durante el primer milenio a.C., el elefante se volvió un prominente animal de guerra —empleado como plataforma de batalla y para atacar a las tropas enemigas— y siguió así hasta hace unos cientos de años, asegura Raman Sukumar, director nacional de ciencias y profesor honorario en el Instituto de Ciencias de India. Cuando dejaron de emplearlos para la guerra, los animales aún eran necesarios para actividades como el transporte de bienes y la tala.

Sukumar especula que el cautiverio de los elefantes africanos no era proporcional en parte porque el norte de África, donde surgieron reinos, no tenía las poblaciones de elefantes que se requerían para sostener su uso bélico a largo plazo.

El papel del elefante en la religión también lo ha hecho parte fundamental de las sociedades asiáticas. Los budistas creen que, en una ocasión, Buda reencarnó como elefante blanco con seis trompas y los hindúes veneran a una deidad con cabeza de elefante de nombre Ganesha. Muchos templos en el sur de India, Sri Lanka y zonas del sureste asiático tienen elefantes.

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“La coexistencia no implica tener a un elefante viviendo en tu jardín”

Brent Stirton

Durante el festival de Dasara, una docena de elefantes decorados desfila por las calles de Mysuru, mientras que uno de ellos carga una efigie de la deidad hindú Chamundeshwari. En el festival de Esala Perahera en Kandy, Sri Lanka, cerca de 100 elefantes cubiertos con túnicas, ornamentos e incluso luces eléctricas acompañan una réplica de un cofre dorado que contiene la reliquia sagrada de un diente de Buda. Esos eventos pueden ser traumáticos y estresantes para los animales, y muchos sufren años de abusos. Cuando no los obligan a actuar, es común que los encadenen en lugares pequeños.

La reverencia se puede deteriorar muy rápido cuando el sustento y los bienes están en juego. Métodos controvertidos para impedir el paso a los elefantes silvestres, como utilizar petardos o armas, no funcionan, destaca Fernando, ya que pueden lastimar a los elefantes y volverlos más agresivos. Lo único que funciona, asegura, es el enrejado electrificado.

“La coexistencia no implica tener a un elefante viviendo en tu jardín”, asegura Fernando. Se trata de una “separación en una escala más sutil”.

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Por eso, su organización aboga por el uso cuidadosamente planeado de dos tipos de rejas eléctricas alimentadas por paneles solares: la reja de la aldea y la reja estacional, ambas con una corriente pulsante que sacude a un elefante sin lastimarlo. La reja de una aldea protege un asentamiento humano y mantiene a los elefantes alejados de las casas y los jardines.

Una reja estacional es temporal, se erige solo cuando se necesita proteger un cultivo de los elefantes, con lo cual la zona queda libre para que circulen en ella en otras temporadas. El Centro para la Conservación e Investigación brinda los materiales y la orientación para erigir las rejas, y espera que los pobladores pongan la mano de obra y contribuyan dándole mantenimiento. De esa forma, la gente asume la propiedad de las rejas, dice Fernando.

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Recuperando el territorio que les pertenece

No obstante, en una especie de carrera armamentista, los animales ponen a prueba sus límites de manera constante: utilizan las trompas para investigar las rejas eléctricas o empujan árboles sobre las rejas y después pasan por encima de las que cayeron. Fernando se percató de que las rejas deben levantarse cerca de la gente para que los elefantes no intenten desactivarlas.

Hace poco, Fernando visitó el poblado de Sathsurugama, en el sur de Sri Lanka, para inspeccionar la reja colgante que su organización ayudó a instalar en el perímetro de la aldea. Es relativamente avanzada y consiste en una cortina suelta que cuelga desde un alambre a cuatro metros de altura, lo que dificulta que los elefantes la derriben. Al principio, una aldea vecina se negó a instalar la reja, pues creía que no funcionaba, pero ahora que ya vieron que en Sathsurugama sí sirve, Fernando comenta que la aldea ha pedido una.

Las rejas eléctricas son “un modelo que funciona” para abordar el conflicto, afirma Sumith Pilapitiya, director de un comité presidencial en Sri Lanka cuya labor es reducir los conflictos entre humanos y elefantes. Este año, el gobierno está incorporando el enfoque del enrejado que desarrolló el Centro para la Conservación e Investigación, en sus esfuerzos de mitigación en tres distritos de Sri Lanka con niveles altos de conflicto.

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«Mi elefante está en mi aldea»

A unos 50 kilómetros de Bengaluru, cerca de un poblado de nombre Ramanagara, los elefantes se están desplazando en zonas dominadas por los seres humanos por elección propia, debido a que las prácticas mejoradas de riego están dando cosechas todo el año. Srinivasaiah y su equipo estudiaron esas manadas de machos y trabajan con el gobierno y las poblaciones para instalar enrejados eléctricos en la región antes de que lleguen más elefantes, “no para prevenir su presencia, sino para reforzar las capacidades de la gente”.

La idea, cuenta, es cambiar el discurso público de “Tu elefante está en mi aldea. ¡Haz algo!” a “Mi elefante está en mi aldea. ¿Qué puedo hacer al respecto”. Su programa Frontier Elephant también brinda apoyo para que las comunidades erijan rejas, con algunas diferencias.

Cuando los científicos descubrieron que los elefantes ponen a prueba sus rejas, plantaron una franja estrecha de cultivos afuera de estas, es decir, una ofrenda de alimento gratuito. Y parece que funcionó. Srinivasaiah asegura hasta el momento no han roto ninguna reja.

Un sistema comunitario que sí funciona

Brent Stirton

El sistema de advertencia anticipada que se utiliza en Hassan también ha mostrado ser efectivo en otras ubicaciones, como Valparai, su lugar de origen. En esta meseta ondulada con plantíos de té de 220 kilómetros cuadrados en el estado sureño de Tamil Nadu, en India, viven y trabajan cerca de 70 mil personas junto a los elefantes, 120 de los cuales pueden pasar por la zona, sobre todo durante los meses de invierno.

En 2002, empresas encargadas de los plantíos, que cada año estaban perdiendo un promedio de tres trabajadores debido al conflicto con los elefantes, le pidieron a M. Ananda Kumar, hoy científico en jefe de la Fundación para la Conservación de la Naturaleza, que interviniera.

Kumar y sus colegas desarrollaron un sistema comunitario en Valparai para monitorear los elefantes de la meseta y después enviar alertas a los trabajadores de los plantíos por mensajes de texto, voz y radiofaros operados a distancia. Aunque los animales siguen dañando la propiedad, las muertes humanas han disminuido a un promedio de una al año y en dos años no se ha registrado ninguna.

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Entonces, ¿cuál es el futuro del elefante asiático?

Brent Stirton

¿Cuál es el futuro del elefante asiático? Sukumar cree que una mezcla de factores climáticos y motivados por el hombre obligarán a la especie a trasladarse a zonas más aisladas. A largo plazo, asegura que esto podría implicar que los elefantes se hagan más pequeños, un fenómeno que ya ha ocurrido en las poblaciones de Borneo, donde son 30 por ciento más pequeños que sus parientes. Sukumar señala que ya se han extinguido las especies más grandes de elefantes que vivían en Asia hace milenios.

Por ahora, la reverencia que la gente les rinde a los elefantes modera de cierta forma la tensión entre ambos, destaca M.D. Madhusudan, investigador de conservación independiente y científico invitado en el Centro Nacional de Ciencias Biológicas, en Bengaluru.

“Incluso, cuando no hay espacio físico, hay un espacio cultural muy vasto”, asegura.

Tengo uno en mente cerca de Mattala, en el sur de Sri Lanka, cuando una manada de unos 30 elefantes cruza una carretera. Primero, los elefantes hacen tiempo en los matorrales hasta que el tráfico está más tranquilo. Después, los pocos vehículos en la carretera esperan mientras los elefantes brincan con destreza las barricadas, mientras los más pequeños de la manada les siguen el paso con dificultad. Llegan al otro lado y siguen comiendo cuando un coche se detiene. Bajan la ventanilla y un niño pequeño asoma la cabeza, con el rostro iluminado de asombro y placer. Grita la palabra en sinhala para los elefantes: “Aliyo!

Este texto es de la autoría de Srinath Perur. Se ilustró con la mirada fotográfica de Brent Stirton.

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