La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol. Con esto, la deidad regresaría con el fin de brindar luz y calor a lo largo del invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta práctica para la evangelización; partían de sus costumbres para enseñar la fe católica.
Adviento es una palabra que deriva del latín adventus, término que significa “llegada”. De acuerdo con Christianity, algunos relatos históricos señalan esto como una tradición eclesiástica que surgió en torno al siglo IV y V. La misma fuente apunta que, pese a lo anterior, la mayor parte de esta herencia cultural viene de la Edad Media y del siglo XIX, siendo en 1839 el tiempo en que apareció, por primera vez, la Corona de Adviento.
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor eterno de Dios. También, simboliza la infinita fe de los creyentes, así como el cariño al prójimo, el cual tampoco debe tener término.
El verde es el color de la esperanza y la vida, ambas representan parte del mensaje de Dios. La primera se enfoca hacia la gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna. La iglesia afirma que el anhelo más importante de los católicos debe ser llegar a una unión más estrecha con Jesús.
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Las manzanas rojas, que adornan la corona, representan los frutos del Edén. Adán y Eva trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa de salvación.
Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento. Las familias acostumbran hacer oración antes de encenderlas.
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El listón rojo hace referencia al envolvente amor de Dios.
Normalmente, los domingos de Adviento, la familia o la comunidad se reúnen en torno a la corona. Algunas personas leen la Biblia y realizan meditaciones. Otras llevan este simbólico elemento a ser bendecido por el sacerdote.
Este artículo es una recopilación de material publicado previamente por ACI Prensa.
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