Hace 9 mil años, en Çatalhöyük ya había casas de adobe, templos y espacios funerarios complejos. Como la primera ciudad de la que se tiene registro en Turquía, por décadas ha estado rodeada de un halo de misterio. A pesar de que los restos arqueológicos muestran la traza de una ciudad bien cimentada, un evento desconocido orilló a los pobladores a salir de ahí para siempre.
Sin razón aparente, las personas que alzaron la ciudad en el periodo Neolítico abandonaron ahí todas sus pertenencias. Chozas, camposantos y espacios religiosos se vencieron con la fuerza de la arena y el calor del desierto de Anatolia Central. Un descubrimiento reciente añade un ladrillo más a la muralla misteriosa que recubre a Çatalhöyük: arqueólogos de la Universidad de Berna encontraron tumbas con huesos pintados.
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Los pobladores de Çatalhöyük pintaban los huesos de sus muertos para recordarlos, sugiere un estudio publicado en Scientific Reports. Esta práctica del Neolítico formaba parte de los rituales funerarios de la actual Turquía. Algunos de los esqueletos fueron encontrados intramuros, como parte de las pinturas murales de las casas.
Después de enterrar a sus familiares entre los muros de sus casas, los antiguos pobladores exhumaban los restos para decorarlos:
«La asociación entre el uso de colorantes y actividades simbólicas está documentada entre muchas sociedades humanas pasadas y presentes», explican los científicos que condujeron la investigación en un comunicado.
Los arqueólogos suizos asocian esta práctica a motivaciones simbólicas. Es decir: los deudos pintaban los huesos de sus seres queridos en el Neolítico porque, incluso desde entonces, creían que había una vida posterior a la muerte. Según la datación realizada, esta costumbre podría haberse desarrollado desde el siglo IX antes de nuestra era.
Marco Milella, autor principal del estudio, asegura que los huesos en los entierros de Çatalhöyük «hablan». Como investigador del Departamento de Antropología Física, asegura que ayudan a establecer «la edad y el sexo, investigar lesiones violentas o tratos especiales del cadáver«. Por eso, le intrigan las motivaciones simbólicas detrás de los huesos pintados. Rojo ladrillo, verde y azul figuran entre los más frecuentes.
Entre los huesos pintados durante el Neolítico, describe el comunicado, destacan los cráneos de los familiares fallecidos. Algunos de ellos conservan parte del pigmento rojo sobre la cima de la cabeza, que corresponde al mismo color que se utilizó en los espacios arquitectónicos en los que vivían las personas antiguamente. La razón exacta de porqué se llevaban a cabo estas prácticas todavía es desconocida.
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