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Vida más allá de la Tierra

Es posible que una de las preguntas más antiguas que se ha hecho la humanidad se responda en nuestra era: ¿Estamos solos?

Extracto de la edición de julio 2014 de la revista National Geographic en español.

Fotografías de Mark Thiessen

Una señal electrónica viaja del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de NASA, en California, a un vehículo robótico, o rover, adherido al lado inferior de la capa de hielo de 30 centímetros de espesor de un lago en Alaska. La luz del rover comienza a brillar. "¡Funcionó!", exclama John Leichty, ingeniero del JPL desde adentro de una tienda sobre el hielo, cerca de ahí. Quizá no suene como una hazaña tecnológica, pero podría ser el primer pequeño paso hacia la exploración de una luna lejana.

Más de 7,000 kilómetros al sur, la geomicrobióloga Penélope Boston chapotea en el agua turbia de una caverna en México, más de 15 metros bajo tierra. Como los otros científicos que están con ella, Boston lleva un respirador de grado industrial y carga un tanque de oxígeno auxiliar para lidiar con los gases venenosos de sulfuro de hidrógeno y monóxido de carbono que con frecuencia permean la cueva. De repente, su linterna ilumina una pequeña gota alargada de un fluido espeso, semitransparente, que rezuma del muro blancuzco, desmigajado. "¡Mira, qué lindo!", exclama.

Estos dos sitios -un lago ártico congelado y una cueva tropical tóxica- podrían darnos pistas sobre uno de los misterios más antiguos y seductores de la Tierra: ¿hay vida más allá de nuestro planeta? La vida en otros mundos bien tendría que sobrevivir en océanos cubiertos de hielo, como los de la luna Europa de Júpiter, o en cuevas selladas llenas de gases, que podrían abundar en Marte. Si puedes hallar el modo de aislar e identificar formas de vida que se desarrollan en entornos extremos similares en la Tierra, vas un paso adelante en la búsqueda de vida en otros lados.

Es difícil detectar el momento justo en que la búsqueda de vida en las estrellas pasó de ser ciencia ficción a ser ciencia a secas, pero una reunión de astronomía en noviembre de 1961 sí fue un parteaguas. Fue organizada por Frank Drake, joven radioastrónomo intrigado por la idea de buscar transmisiones de radio alienígenas.

Cuando convocó a la reunión, la búsqueda de inteligencia extraterrestre, o SETI, "era básicamente un tabú en la astronomía", recuerda Drake hoy, a sus 84 años. Pero invitó a un puñado de astrónomos, químicos, biólogos e ingenieros, incluido un joven científico planetario llamado Carl Sagan, con el objetivo de hablar de lo que ahora se conoce como astrobiología, la ciencia de la vida más allá de la Tierra. Lo que Drake quería era algo de ayuda experta para decidir qué tan sensato sería dedicar tiempo significativo de un radiotescopio a detectar emisiones alienígenas y cuál podría ser el modo más prometedor de hacerlo. ¿Cuántas civilizaciones podría, en serio, haber allá afuera?, se preguntaba. Garabateó una ecuación en el pizarrón.

Ese garabato establece un proceso para responder esta pregunta. Y pasaría un tercio de siglo antes de que los científicos pudieran siquiera comenzar a proponer cálculos aproximados para la ecuación. En 1945 Michel Mayor y Didier queloz, de la Universidad de Ginebra, detectaron el primer planeta que orbitaba una estrella similar al sol. Ese mundo, conocido como 51 Pegasib, a unos 50 años luz de la tierra, es una enorme masa gaseosa más o menos de la mitad del tamaño de Júpiter, con una órbita tan apretada que su "año" dura solo cuatro días y la temperatura de su superficie  es de más de 1,000 grados centígrados.

A sus 84 años, Frank Drake tiene un nuevo objetivo: destellos de fuentes de luz alienígenas.

Nadie pensó que la vida pudiese afincarse en condiciones tan infernales. Pero el mero descubrimiento de este primer planeta fue un avance enorme. A inicios del año siguiente, Geoffrey Marcy dirigiría su propio equipo en el hallazgo de un segundo planeta extrasolar, y luego un tercero. Hasta la fecha, los astrónomos han confirmado cerca de 2,000 "exoplanetas", algunos más pequeños que la Tierra y otros más grandes que Júpiter; miles más esperan ser confirmados.

Ninguno de estos planetas es idéntico a la Tierra, pero los científicos confían en que no tardarán demasiado en encontrar uno que lo sea.

En la imagen principal de este artículo se muestra la superficie congelada y fisurada de la luna Europa vista en una imagen de mosaico coloreada desde la nave espacial Galileo. Esconde un océano líquido que podría contener todos los ingredientes necesarios para la vida.

National Geographic

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