Pequeñitas, silenciosas y fosforescentes, proliferan en el espesor profundo de la selva amazónica. «Sólo unos pocos miligramos de tetrodotoxina pueden ser fatales», sentencia Popular Science. Y es cierto: con una pizca de sus ponzoñas, algunas ranas venenosas pueden acabar con multitudes en un santiamén. Entonces, ¿cómo sobreviven estos animales multicolor? Aquí te lo explicamos.
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Antes que nada, habría que esclarecer que la ponzoña de las ranas venenosas —así como la de las serpientes, alacranes y otros animales en la naturaleza— es un mecanismo de defensa contra posibles depredadores. Por su tamaño y fisiología, un anfibio de apenas unos cuántos centímetros difícilmente podría defenderse contra los lagartos y mamíferos que las depredan en su entorno natural.
Pero la pregunta prevalece: ¿cómo es que las ranas venenosas no se matan a sí mismas al entrar en contacto con estas toxinas letales? A fin de cuentas, muchas veces la secretan para proteger su piel, o conviven con estas sustancias en su saliva. Así lo explica el periodista de ciencia Geoffrey Giller:
«Los anfibios tienden a almacenar sus venenos dentro o sobre su piel, presumiblemente para aumentar la probabilidad de que un depredador potencial sea disuadido o incapacitado antes de que pueda comerlos o herirlos gravemente», escribe el especialista para Knowable Magazine.
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Muchas de estas sustancias tóxicas son verdaderamente poderosas, ya que impactan directamente al sistema nervioso de manera casi inmediata. Algunos sapos venenosos las tienen en sus sistemas de manera natural. Entre ellas, figuran las siguientes:
Lo más probable es que estas especies de ranas venenosas hayan tomado un camino evolutivo que les permitió ser resistentes a estas neurotoxinas mortales. No sólo eso: existe evidencia de que metabolizan estas sustancias de sus alimentos, de manera que «obtienen sus toxinas de ciertas hormigas y ácaros en su dieta, deben transportar las toxinas desde el intestino hasta las glándulas de la piel», explica el especialista.
La resistencia a estas toxinas sigue sin convencer a algunos científicos. Sin embargo, la destrucción del hábitat de estas especies y la crisis climática global hacen que sea cada vez más difícil conocer su verdadera naturaleza. Sobre todo, porque los ejemplares desaparecen —a veces, incluso, sin que lleguemos a saber de su existencia.
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