Este texto es un fragmento de Mi Vida entre Chimpancés Salvajes, un artículo escrito por la Dra. Jane Goodall y publicado en la edición de agosto de 1963 de la Revista National Geographic. Puedes leer el texto completo en inglés aquí.
En lo alto de las montañas, el sol de mediodía resplandecía ferozmente pero abajo, en el valle, cerca de la rápida corriente el ambiente era fresco y tranquilo. Me paré a escuchar hasta que oí un suave crujido de hojas -el único sonido que podía delatar la presencia del grupo de chimpancés al que me estaba intentando acercar.
Lenta y silenciosamente pero sin intentar esconderme, avancé hacia los grandes simios hasta que estaba a sólo 9 metros de distancia. Mientras me sentaba, ellos me observaban, mirándome fijamente, y una joven hembra que había estado recostada en el suelo, subió un alto árbol de higos.
Uno de los machos permaneció erguido para ver más de cerca. Era un espécimen magnífico, con una altura de metro y medio aproximadamente cuando estaba de pie, sus grandes hombros y su cuello de toro sugerían una tremenda fuerza en sus brazos. Debía pesar unos 60 kilos y era lo suficientemente fuerte como para romper con una sola mano una rama tan dura que para un hombre sería difícil romper con dos.
Después aprendí cómo se siente ser golpeada por un chimpancé macho en la cabeza pero para mi suerte no continuó con su ataque.
Después de unos instantes, el grupo dejó de verme, reconociéndome como la primate lampiña y extraña a la que se habían acostumbrado a ver en la fauna de la montaña. Los seis adultos descansaban en el suelo o se estiraban entre las ramas de una higuera silvestre. Cerca, cuatro jóvenes jugaban silenciosamente.
En ese momento pensé, lo que siempre pienso cuando estoy frente a frente con chimpancés maduros en su bosques natales, en la impresionante diferencia entre los simios salvajes y aquellos que están en cautiverio. Los chimpancés que están prisioneros detrás de los barrotes de una jaula tienen mal humor al ser adultos, son taciturnos, volubles y hasta indecorosos; en liberta son magníficos, incluso cuando están emocionados y la mayoría de las veces solemnes y de buen carácter.
Me senté con el grupo por alrededor de una hora. Después, uno de los machos se levantó se rascó y descendió por el valle. Uno por uno, los demás lo siguieron, las crías cabalgaban a espaldas de sus madres como pequeños jinetes. Las hembras y los jóvenes me miraban conforme iban pasando. Los machos con trabajos volteaban hacia donde yo estaba.
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