Con una mochila trepada en la espalda, un bastón en cada brazo, y polvorosas botas de montaña, es fácil reconocer a un caminante. Cada año, alrededor de 440,00 peregrinos se congregan ante la catedral de Compostela, destino del Camino de Santiago. Cansados, y satisfechos, los viajeros se saludan entre sí, apoyan su mochila a modo de almohada y contemplan la fachada de aquel templo que se construyó sobre los restos de Santiago El Mayor. Por el momento, aquel logro basta, y es que, después de cientos de kilómetros transitando a pie, ¿cómo lo lograron?, ¿cómo llegaron ahí?
Después del alba, cada día el sol caerá, a plomo, sobre el camino: a veces de asfalto, otras de lodo. Los tobillos, articulaciones olvidadas, se enfrentarán al suelo, caliente y duro. Es mediodía, y los kilómetros se extienden interminables. Para enfrentar este escenario, el viajero deberá entrenar en caminatas diarias, empezando por cortas distancias en terrenos llanos, hasta ir aumentando la duración de los paseos y las características de la superficie. No todas las rutas son iguales, ni exigen lo mismo, por lo que se deberá seleccionar una que se adapte a las condiciones, y preferencias del caminante.
Los días uno, dos, tres…seis, pueden comenzar y terminar sin avistamiento humano. Las vistas lo compensarán, de eso no hay duda. Si eliges el Camino de Finisterre, podrás atisbar el mar desde el bosque. Si en su lugar, eliges el Camino Primitivo, caminarás al pie de la montaña, respirando aire límpido. Cada día será un pintoresco desafío, ante el cuál el viajero deberá permanecer fuerte: de mente, cuerpo y corazón. Por esto, se aconseja un chequeo médico antes del peregrinaje.
Fundados por reyes, nobles y obispos; los hospitales de peregrinos surgieron en la Edad Media para dar alojamiento a los caminantes en su recorrido a la tumba del apóstol Santiago. Ahora, los centros de alojamiento son albergues, entre los cuáles el viajero mide su trayecto.
Faltando unos pares de kilómetros, el caminante hace el recuento de su recorrido, y fantasea con un baño caliente seguido por un profundo descanso. Para una mayor oportunidad de cumplir con la fantasía, el viajero deberá haber tramitado su credencial; un documento que le permitirá más atenciones, y ofertas sobre el camino. Eso sí, para mayores beneficios el peregrino deberá contar con dos sellos, que aseguran la distancia recorrida, 100 km mínimos a pie, o 200 km en bicicleta.
El viajero se levanta antes del trinar de los primeros pájaros, y se viste con luz eléctrica, en silencio. Tal vez es el primero, o el último en abandonar el albergue. Silba con emoción, el ánimo es alegre, ha descansado profundamente, y la mañana está perfumada con el olor del campo. Abrocha su mochila a la espalda, tras lo cual rellena y cuelga su cantimplora a un gancho de metal. Se prepara para el recorrido, que deberá caminar con su hogar sobre la espalda.
Ropa ligera, de secado rápido y que se adapte al clima de la ruta, deberá ser empaquetada en una mochila ajustable, que se acomode al contorno de la espalda. No podrá sobrepasar más del 10% del peso de uno, dato a considerar para los amantes de la fotografía. Ni más ni menos, el viajero sólo se podrá llevar aquello con lo que esté dispuesto a cargar por 100 km…o más.
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Sentado en el “Fin del Mundo”, mote que se le da a la ciudad de Finisterre, podrás no querer regresar. La vista del mar es envolvente: leguas de agua salada al frente, a la izquierda y derecha. Océano que refleja un embriagante atardecer en el “kilómetro 0” del Camino de Santiago. O bien, podrás haberte tomado más tiempo en llegar. El trayecto es personal para cada caminante, por lo que se recomienda comprar el billete sin fecha de regreso, o con un colchón de 2-3 días.
Desde el origen de este peregrinaje, el número de rutas para recorrerlo ha aumentado. Ya sea por costa, entre mesetas, o aldeas, el peregrino puede elegir su camino. Al sendero original, recorrido por Alfonso II en el año 820, se le conoce como el Camino Primitivo, y representa el recorrido más largo y arduo, con una longitud de más de 200,00 km. Aquí, el caminante podrá esperar encontrarse con vestigios de los hospitales originales, y con paisajes montañosos.
De una forma u otra, la mayoría de las rutas confluyen en Sarria, el pueblo histórico de Galicia, en donde el peregrino solitario podrá reunirse con el resto para continuar su camino acompañado.
Dónde pisar, comer, descansar y cuándo caminar; el caminante debe estar preparado. Si el viajero sufre de tendinitis, condición común entre los peregrinos, tendrá que sacar de su maleta un botiquín de emergencias que le permita completar su trayecto hasta el siguiente albergue, en donde podrá recuperarse.
Al ser el camino a pie, no podrá ser a oscuras, por lo que cualquier caminata deberá ser finalizada antes del anochecer, y después del alba. Entre senderos, el viajero podrá confiar en las flechas amarillas, que se dibujan, pintan e imprimen sobre cualquier superficie notoria; estos son los señalamientos oficiales del Camino de Santiago.
Nata montada sobre el café, un jugo fresco, una tostada con tomate o una rebanada de pan de chocolate; las paradas para comer son puntos claves para el viajero. Los merenderos, son más abundantes en algunas rutas que en otras, por lo que el caminante deberá llevar consigo provisiones para aguantar entre cada tienda de víveres, merendero o albergue.
“¡Conseguí la Compostela!”, clama el viajero, en cuyo rostro tostado se traza una sonrisa de satisfacción. Por un momento, el peregrino ya no siente los kilos sobre su espalda, ni evoca aquellos días de frustración, o cansancio último. En su lugar, el destino final pasa a su mosaico de recuerdos; entre la vista del mar de nubes, la montaña dibujada sobre el paisaje de postal, y las ruinas de aquellos primeros viajes. Se complace ante las amistades construidas en torno a una desmañanada taza de café, ante las lágrimas de felicidad, emoción, tristeza y dolor. Llegó al final, y sabe que todo ha valido la pena.
El sendero de regreso se pinta cercano, pero no será recorrido de la misma manera. Podrá ser en avión, coche o autobús. Al viajero le toca descansar y tal vez, pronto, regresar.
Este texto fue escrito por Aura Moreno, periodista de profesión, y lectora suspirante. Le gusta trotar por el mundo, sobre todo si es a través de las palabras. Evaluadora de café y de podcasts que hablan de los siglos XVI y XVII.
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