La nación es un líder cuya voz mantiene atentas a otras naciones.
El canciller alemán Helmut Kohl lanzó un mensaje claro al mundo hace 25 años, el día en que se selló oficialmente la reunificación alemana.
"En el futuro emanará sólo paz del suelo alemán", prometió el jefe de gobierno en una misiva enviada el 3 de octubre de 1990 a todos los países con los que la República Federal de Alemania mantenía relaciones diplomáticas. "Sabemos que con la reunificación asumimos una mayor responsabilidad en la comunidad internacional".
Un cuarto de siglo después, ¿cuál es la posición de Alemania fuera de sus fronteras? El devenir de la historia ha llevado mucha gente a reflexionar sobre esta pregunta. No tanto por el 25 aniversario, que no será festejado tan a lo grande como muchos creían. Sino por los problemas que aquejan estos días a Europa.
El drama de la deuda soberana de Grecia, el conflicto de Ucrania o la crisis de refugiados: en todos los escenarios, Alemania ha asumido un papel preponderante por estar ubicada en el centro del continente, tener el mayor número de habitantes, ser la economía europa más potente y el país con mayor influencia política.
Otra razón son sus gobernantes.
La democristiana Angela Merkel, la sucesora de Kohl, es considerada la política de mayor influencia en Europa. Es una de las mandatarias de mayor antigüedad, con diez años al mando de Alemania.
La revista estadounidense "Forbes" ubica cada año a Merkel entre las mujeres más poderosas del mundo.
También su ministro del Exterior, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, ocupa el cargo por segunda vez y tiene las mejores conexiones a nivel mundial.
Por ello es más llamativa aún la reticencia con que reacciona el gobierno de Berlín cuando se habla de su creciente relevancia mundial.
Un cuarto de siglo después de Kohl, en las filas del gobierno hay consenso de que el país debe y quiere asumir más responsabilidad a nivel internacional. Pero la pregunta de si Alemania es una potencia regional, una gran potencia o una potencia mundial sigue incomodando.
También Merkel fue cuestionada recientemente al respecto. Su respuesta: "Yo no hablo en estas categorías. Nunca usé la noción de ‘potencia regional’ ni la de ‘potencia mundial’", aclaró.
"Pero lo que seguramente es correcto es que el hecho de que obtuviéramos la soberanía plena con la unidad alemana tiene consecuencias para bien pero también en cuanto a la responsabilidad, ni más ni menos. Y sin aliados no haremos nada", aseguró la jefa de gobierno.
Alemania tendría mucho menor influencia si no estuviera integrada en la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y por razones históricas, es más que razonable que los alemanes resten importancia a su propio rol porque de lo contrario se verían aislados con rapidez.
Pero también es verdad que en estos momentos hay muchos que esperan que los alemanes ejerzan su liderazgo. La desconfianza surgida tras la Segunda Guerra Mundial disminuyó con el paso de las décadas, aunque repuntó durante la crisis de Grecia, en la que se hicieron comparaciones con el nazismo.
Alemania ha ocupado en gran parte el espacio que dejó vacío Estados Unidos en Europa al volcarse hacia el Pacífico. El hecho de que el país europeo no ocupe en la actualidad un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas radica más en la dificultad de la ONU para reformarse y menos en las aspiraciones de Berlín. Y en las negociaciones por el programa nuclear de Irán, los alemanes participaron codo con codo con las cinco potencias del Consejo de Seguridad.
El politólogo Herfried Münkler definió a Alemania como "potencia en el medio" en un libro muy elogiado este año. También el director de la Sociedad Alemana de Política Exterior (DGAP, por sus siglas en alemán), el "think tank" de la industria germana, Eberhard Sandschneider, considera que Alemania es una "potencia mundial", pero de forma temporal porque otros países como China emergerán pronto con más fuerza que los germanos.
"La política exterior alemana ha cobrado influencia en los últimos 25 años. Prácticamente no hay un problema internacional en cuya solución no estemos participando", destaca.
En Berlín, los políticos alemanes estarían de acuerdo en definir a Alemania como un "soft power", una potencia "blanda". ¿Alemania blanda? ¿Un Estado con influencia a través de sus propios éxitos, una diplomacia inteligente y bastante dinero? ¿Y no mediante amenazas militares y soldados? A muchos los halaga el cumplido.
Pero en la práctica, situaciones como la actual crisis de los refugiados demuestran lo mucho que le cuesta a Alemania asumir su creciente responsabilidad. Y los desafíos no solo le llegan con mayor rapidez sino también en distintos ámbitos.
Antes, Alemania podía saber de dónde vendrían las críticas y de qué socios los elogios. Ahora, todo depende del tema. Grecia, que tanto se quejó de la inflexibilidad alemana en el tema de la deuda, alaba ahora la política de Merkel hacia los refugiados.
Berlín se tendrá que acostumbrar a que sus decisiones sean objeto de polémicas porque esto es inherente a un papel más preponderante en el mundo. Es algo que Estados Unidos sabe desde hace décadas. "Tomar partido quiere decir aceptar críticas. Una buena política exterior no significa que uno vaya a ser querido por todos", dice Sandschneider.
Alemania tendrá ocasiones para probarlo. El próximo año llevará las riendas de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), un foro que cobró relevancia con el conflicto en Ucrania. Y en 2017, se espera que Berlín asuma la presidencia del Grupo de los 20 países industrializados y emergentes.